¿Quién diría que los nuevos emprendedores de memoria serían los miembros de nuestra élite económica? Están hablando, contando secretos delicados, dando testimonio, en el estricto sentido legal de la palabra. Ellos esperan que la verdad los haga libres, o los libre de algún merecido.
Los aportes en dinero que dieron al fujimorismo para sus campañas electorales deben ser solo una parte pequeña de la verdad de su relación con esta mafia, y en general, de su relación privilegiada con el más alto nivel del poder. No hay por qué creer en su sinceridad, se trata de verdades administradas para evadir problemas penales. No hay virtud en estas confesiones, las hacen por su bien.
Algunos medios desean que nos enfoquemos en la mala conducta puntual, que casi ni delito es. Que digamos algo así como ¡qué torpes, qué chicos tan mal informados, si Humala no era chavista, qué bobos! Y que la conclusión sea, ¡venga, a aprender la lección, traviesos!
Pero la lección es otra. Tosca, clara y honesta. Las élites desde hace décadas, y aún hoy, entienden que les corresponde definir el destino del país, que es su atributo. Y que lo que pensemos los demás no importa, porque no tenemos la capacidad para gobernarnos a nosotros mismos. Esta élite desprecia la sociedad de la que forma parte. Debe tutelarnos. Por eso, aunque no queramos, cuando haga falta, nos salvarán. ¿De qué? De nosotros mismos, de nuestros deseos, aspiraciones, ideas. Salvarnos, incluso, de nuestros propios y deficientes votos. ❖