No era una beata que solo rezaba: su amor al prójimo era concreto y muy útil.,Está en cartelera la película “Rosa mística” sobre la vida de santa Rosa de Lima, y además de sus valores cinematográficos, actorales y estéticos, es muy interesante la visión que propone sobre una de las mujeres más famosas y a la vez menos conocidas de nuestra historia. De Isabel Flores de Oliva, apodada “Rosa” durante sus cortos 31 años de vida, se saben más anécdotas que eventos –la ermita, los mosquitos, las auto-torturas– y rara vez se valora su rasgo más notable: su rebeldía, obstinación y fuerza de voluntad para no asumir ningún rol destinado a las mujeres de su clase social en el virreinato. Rosa era criolla blanca de clase media, hija legítima y privilegiada en comparación con las mujeres afroperuanas –que eran la mayoría– o indígenas. Se negó a casarse, con lo que descartó la maternidad (impensable la opción “madre soltera y libre”) pero tampoco aceptó profesar como monja, otro camino factible. Eligió ser “beata”: situación rara para su edad, pues era algo habitual en mujeres mayores, solteras o viudas. Para disgusto de su familia, se dedicó a la medicina empírica trabajando en el hospital o en su casa. Su fama vino de allí. No era una beata que solo rezaba: su amor al prójimo era concreto y muy útil. Eso sí: para evitar problemas con la Inquisición usó hábito dominico, lo cual indica su sentido práctico… y astucia. Rebelde, pero sabía hasta qué punto desafiar convenciones, y con la iglesia era imposible. Respecto a su devoción extrema con cilicios y ayunos, hay razones muy verosímiles que la película narra con brillantez, lejos del vulgar facilismo de “estaba loca”. Conózcanla más y lean sobre ella. Descubrirán una mujer fuerte y decidida. Un gran personaje si la vemos con ojos laicos, sin fábulas ni estampitas.