Todos entendimos lo que quería decir: quienes se atrevan a cuestionarnos, no recibirán publicidad estatal. Para eso está la ley Mulder, claro está.,Cada día aparecen nuevas manifestaciones de una ofensiva autoritaria, desde diferentes frentes. El exabrupto elocuente del Presidente del Congreso, Luis Galarreta, amenazando al periodismo con privarlos de la publicidad del Estado, fue un acto autoritario. ¿Cómo se atreve un periodista a cuestionar la compra de televisores y frigobares en el Congreso? Lo seguro, dijo, es que los mermeleros tienen los días contados. Solo que todos entendimos lo que quería decir: quienes se atrevan a cuestionarnos, no recibirán publicidad estatal. Para eso está la ley Mulder, claro está. Es la otra cara de la moneda de los métodos de Montesinos. En su tiempo se pagaba a los medios para que adulen al Gobierno de Fujimori. Ahora se recurrirá, anuncia, a la extorsión. Que es, entre paréntesis, el delito más frecuente en el Perú. El parlamento no podía quedarse atrás. Con el mismo autoritarismo se niegan los congresistas a supervisar a las cooperativas, en particular las del VRAEM, favoreciendo ese gigantesco sistema de lavado de dinero proveniente del narcotráfico. El conflicto de intereses de los representantes de la patria que han trabajado para estas organizaciones, como Torres o Letona (ambos de Fuerza Popular), es ignorado olímpicamente: se abstienen pero de inhibirse. Con el viejo método de poner a la rana en agua fría para luego aumentar progresivamente la temperatura de la olla, nos vamos resignando a esta sucesión de exhibiciones de autoritarismo obsceno. Lo sucedido con los octógonos de la alimentación saludable, que fueron rechazados para que los ciudadanos no puedan decidir con información adecuada acerca de lo mejor para su salud, es autoritario igualmente. La operación peluca del congresista Donayre contra el Lugar de la Memoria, otra manifestación de imposición de un pensamiento único, autoritario. Lo mismo ocurre con el terruqueo amedrentador a quienquiera se atreva a defender el derecho a formarse una opinión informada, crítica, compleja. Puede que todo esto no sea el fruto de una planificación. De hecho, dudo que lo sea. El autoritarismo es una ideología conservadora, cuyo propósito es intentar controlar maneras de pensar y actuar, hasta lograr que las personas se autocensuren, se sometan. Por eso no requiere una concertación. Basta con dejar que se impongan las tendencias oscurantistas, en religión, política o economía, para que la maquinaria siga arrasando con toda veleidad de independencia de criterio u opinión. Exactamente lo que procuraban hacer Montesinos y Fujimori, pero adaptándose a las nuevas circunstancias del poder en el Perú. La cuestión del género es, por supuesto, crucial. Este punto permite acceder al control ya no solo de las mentes sino de los cuerpos. Por eso son tan virulentas las campañas del tipo #Conmishijosnotemetas. Este sojuzgamiento es esencial para asegurarse que no prospere un pensamiento crítico, una libertad de deseo, un proceso masivo de subjetivación. Eso es lo que está en juego y es mucho.