
Fuera de las grandes ciudades bolivianas, conectarse a internet puede significar escalar una roca o caminar durante horas. Aunque Starlink ha transformado el acceso a internet en zonas rurales de Sudamérica, el gobierno boliviano decidió rechazar su operación en el país y seguir apostando por un satélite propio, fabricado por China en 2013 y ya cercano al final de su vida útil.
La decisión ha generado desconcierto entre expertos, educadores y pobladores, en un país donde apenas la mitad de los hogares tiene banda ancha, y el servicio móvil es deficiente en vastas regiones. Mientras otros países temen la influencia geopolítica de Elon Musk, en Bolivia las consecuencias prácticas ya se sienten a diario.
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El gobierno de Bolivia rechazó la licencia a Starlink en 2023, argumentando inquietudes sobre la potencial acumulación de poder por parte de una compañía extranjera. De acuerdo con las autoridades, dar a Elon Musk el control de un segmento vital de las telecomunicaciones del país amenazaría la soberanía tecnológica y podría generar una competencia dispareja con proveedores locales.
Adicionalmente, Bolivia mantiene una relación estratégica con China y lleva operando un satélite de ese país durante más de diez años, cuya cobertura se percibe como adecuada por las autoridades, aunque especialistas ponen en duda su habilidad ante los servicios de Starlink. En la actualidad, la nación busca colaboraciones con SpaceSail, una recién creada red de satélites china que todavía está en proceso de desarrollo.
En zonas rurales de Bolivia, como el pueblo de Quetena Chico, maestros como Adrián Valencia deben viajar seis horas en auto para subir contenidos educativos a internet. En regiones selváticas, investigadores y líderes comunitarios recurren a walkie-talkies para coordinar actividades, por falta de conectividad básica.
A pesar de que algunos hoteles y particulares han comenzado a importar kits de Starlink desde países vecinos como Chile, el servicio es detectado y bloqueado tras unos meses de uso ilegal. La demanda existe, pero la infraestructura pública actual no logra cubrirla. Y mientras el viejo satélite chino se aproxima a su retiro en 2028, millones de bolivianos siguen esperando una señal estable que los conecte con el mundo.

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