En el corazón de la cordillera de las Cascadas, en el Estado de Washington, Estados Unidos, se encuentra un paisaje que combina el frío y el calor: un glaciar que rodea un volcán activo. Este glaciar, que comenzó a formarse en 1980, es testigo de cómo la naturaleza se regenera en los lugares más insospechados.
Lo que comenzó como una catástrofe natural, ha evolucionado hasta convertirse en un laboratorio viviente, donde científicos exploran y documentan la capacidad del entorno para reconstruirse.
El Monte Santa Helena es un volcán cuya erupción en 1980 no solo transformó radicalmente su entorno, sino que también dio lugar a uno de los fenómenos más sorprendentes de la geografía actual: el glaciar más joven del mundo.
Conocido por su violenta erupción, el Monte Santa Helena ha sido objeto de estudios científicos durante décadas. Es precisamente en el cráter del volcán donde ha nacido un glaciar, un nuevo coloso de hielo que crece día a día, rodeado de un paisaje que continúa cambiando y adaptándose.
El Monte Santa Helena en 1999. Foto: Jucelino Nóbrega d luz
El 18 de mayo de 1980, el Monte Santa Helena explotó en una de las erupciones volcánicas más poderosas registradas en el siglo XX. La cima de la montaña se desplomó, perdió 400 metros de altura y envió miles de millones de toneladas de tierra a lo largo del río North Fork Toutle.
Una columna de cenizas ascendió a más de 24 kilómetros de altura y la fuerza de la explosión dejó un cráter de más de 1.900 metros de altitud. Este cráter, oscuro y en gran parte protegido de la luz solar, se convirtió en el escenario perfecto para la formación de un glaciar.
El volcán Monte Santa Helena el 18 de mayo de 1980. Foto: Agencias
Con el tiempo, la nieve comenzó a acumularse en esta depresión, protegida del sol durante gran parte del año, por lo que creó las condiciones ideales para que el hielo se formara y permaneciera.
La acumulación de nieve y la falta de deshielo durante los meses de verano permitieron que el glaciar joven comenzara a crecer. Hoy en día, este glaciar tiene un espesor de 200 metros y cubre una superficie de 1,3 kilómetros cuadrados.
Lo que hace único a este glaciar es su juventud y su entorno. El Monte Santa Helena sigue siendo un volcán activo y el calor que emana del suelo crea una dinámica particular en el glaciar.
Bajo la superficie helada, las fumarolas gaseosas del volcán funden el hielo, crean cuevas y pasadizos que los científicos han comenzado a explorar. Estas cuevas no solo son extraordinarias por su formación, sino también por el tipo de vida que han descubierto en su interior.
Los investigadores han encontrado musgos, setas, flores, e incluso plántulas de coníferas que logran germinar gracias al calor suministrado por las fumarolas. Estas cuevas, aunque efímeras, representan un ecosistema único donde la vida y la geología coexisten en un frágil equilibrio.
La actividad volcánica en el Monte Santa Helena ha influido en la formación del glaciar y continúa afectando su desarrollo. Las erupciones recientes y la constante liberación de gases han hecho que el cráter se mantenga en un estado de cambio constante.
En solo unos meses, en 2005, una nueva cúpula emergió dentro del cráter, creció 106 metros y creó más espacio para que el glaciar se expanda. Este paisaje en constante transformación es un claro ejemplo de lo que el ecólogo Eric Wagner describe como "geología en hipervelocidad".
Mientras que normalmente consideramos las montañas como estructuras permanentes, el Monte Santa Helena demuestra que la naturaleza está en constante evolución.
Cuarenta años después de la erupción de 1980, el ecosistema del Monte Santa Helena sigue siendo un caldero de hielo y fuego que no ha dejado de transformarse. Aunque muchas de las especies que existían antes de la erupción han regresado, lo han hecho de formas y en lugares diferentes.
Las capas de ceniza, que inicialmente parecían estériles, han contribuido a la retención de agua y a la fertilización del suelo, lo cual permite el crecimiento de bosques ricos y diversos.
Aun así, el paisaje no ha recuperado su estado original. En cambio, se ha convertido en algo nuevo, un entorno donde la vida continúa adaptándose a las condiciones extremas y donde el glaciar más joven del mundo sigue siendo un testimonio del poder regenerador de la naturaleza.