Lo que pasó en el colegio Nº 9 de Palermo, en Argentina, fue el reflejo de todo un país: la ilusión se convirtió en tristeza. “La verdad es un bajón, porque Argentina perdió”, dijo Vanina Casali, la directora de la escuela primaria, a Infobae. A su alrededor, se podía divisar las caras tristes de grandes y chicos.
La escuela Juan Crisóstomo Lafinur no suele abrir hasta las 7.45 a.m., pero este martes, por pedido de los alumnos del séptimo grado, los docentes recibieron a los niños más temprano, con cotillón, globos celestes y blancos, y desayuno. Todo estaba preparado para que fuese una fiesta.
La desazón de los niños, después de los dos goles de Arabia Saudita. Foto: Guillermo Rodríguez Adami
Muchos se sumaron en el entretiempo y obligaron a añadir lugares cerca de la pantalla de la TV, otros llegaron incluso durante los últimos 45 minutos, con Argentina en desventaja.
Benjamín, de sexto grado, es uno de los más eufóricos. Es hincha de River, se muestra bastante inquieto, y a su lado tiene a Brian, también de River, que está en quinto grado y protesta: “Deberíamos estar ganando 4 a 0″.
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Nadie quiere creerlo cuando Arabia Saudita hace un gol. Indignados, gritan a la pantalla. Ya el segundo gol de la camiseta verde es demasiado. “¡No!”, grita Benjamín.
Cada vez que Lionel Messi toca la pelota, se escucha un murmullo. “Dale, Messi”, dice uno de los chicos. “Sí, Messi”, grita una de sus compañeras. “Ay, Messi, dale que es tuya”, se escucha.
“Ni a él le sale una”, reclama Juan Pablo, el maestro de música, que en las semanas previas trabajó con sus alumnos repasando letras y melodías de las canciones de mundiales anteriores, según indicó Infobae.
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En esa mini tribuna empieza a consumarse la desesperanza. Un chico de casaca azul junta las manos a modo de rezo. “Me quiero morir”, se escucha gritar en ese final decepcionante.
“Tengo un nudo en el estómago”, indica una de las auxiliares, mientras a nadie se le ocurre entonar alguna de las canciones que habitualmente suenan en las canchas cuando juega la selección argentina.
Termina el partido, y Vanina, la directora, les pide que en orden pasen al comedor para desayunar, mientras se escucha un tibio aplauso pese a la derrota.