Para la veinteañera Jiang, a punto de comenzar su semana de vacaciones en China, el único fastidio derivado de la pandemia del coronavirus es tener que usar mascarilla. Por lo demás no tiene miedo alguno, ya que su país encadena 46 días consecutivos sin registrar un solo contagio local.
Luego, mientras espera en la Estación Sur de Pekín a que parta su tren con destino a su Jinan natal (Este), matiza: “Desde que empezó la pandemia, no he viajado. Antes tenía miedo”.
Ahora, a juzgar por los 550 millones de desplazamientos internos que esperan las autoridades locales durante la próxima semana, el miedo desaparece de sus ciudadanos cual hojas caducas en pleno otoño.
De hecho es el festival del Medio Otoño el parcialmente responsable de este periodo vacacional que se junta con el Día Nacional de este jueves 1 de octubre para proporcionar a los chinos una de las dos vacaciones ‘largas’ que disfrutan cada año.
La anterior había sido en enero, durante los festejos del Año Nuevo lunar en los que el país se vio obligado a permanecer encerrado en sus casas puesto que coincidió con los primeros compases de la pandemia de coronavirus.
En vísperas de la pasada ‘nochevieja china’, el Gobierno puso a la ciudad de Wuhan en cuarentena el 23 de enero y hasta se prolongaron las vacaciones en todo el país para evitar los desplazamientos masivos (y con ellos, una posible proliferación de contagios) que caracterizan esas fechas.
Sin embargo, las imágenes de ciudades vacías, casi fantasma, no se repetirán en estas vacaciones con ofertas turísticas de toda índole, descuentos, hoteles llenos y billetes agotados.
En el centro de Pekín, donde en los días más crudos del virus uno podía escuchar sus propios pasos, hoy el barullo vuelve a ser protagonista junto a la imagen de las omnipresentes banderas chinas que cada portal planta a la entrada del edificio.
En los alrededores de la Ciudad Prohibida, el antiguo palacio imperial (reconvertido en museo), multitudes de gente pasean, siguen al guía del tour organizado de turno o se fotografían, excusa perfecta para quitarse momentáneamente la mascarilla.
Solo éstas desbancan a las banderas como elemento más repetido del paisanaje, mientras la distancia de seguridad queda como un recuerdo lejano.
Las entradas para visitar el monumento están agotadas durante todas las vacaciones hasta el 8 de octubre. El mismo panorama se ve en la Gran Muralla: en el tramo más cercano a la capital, el de Badaling, incontables visitantes suben y bajan pacientemente por el monumento debido a la aglomeración de gente.
En la Estación Sur de trenes de la capital (de donde salen 1,72 millones de pasajeros estos días), pocos son los que dicen viajar por turismo. Este es el caso del universitario Zhang que vuelve a la provincia oriental de Jiangsu a visitar a su familia.
Él, como millones de estudiantes, requiere de un permiso especial para abandonar el campus, ya que las instituciones educativas tratan de controlar la circulación de gente y minimizar los riesgos de posibles contagios.
Wang, una mujer en la treintena, también aguarda la partida de su tren mientras usa su teléfono móvil. Al igual que Zhang, vuelve al hogar familiar durante siete días. En su caso, no necesitará tanto tiempo de viaje: ella es originaria de Tianjin, a media hora en tren bala.
Un viaje inverso ha hecho la familia Zhao que ha venido a la capital desde Hefei —a unos mil kilómetros al sur de Pekín— para visitar a sus familiares.
No se plantean unas vacaciones de mucho dispendio, dice el patriarca con uno de los nietos en brazos; ya que su negocio, la restauración, lleva un 2020 que no da para alegrías.
¿Tienen miedo de viajar en las actuales circunstancias sanitarias? El abuelo Zhao responde que “viajar no es seguro al cien por cien, pero tampoco lo es quedarse en casa”.