La violación sexual hacia los hombres sigue siendo un tema tabú en muchas sociedades. Poco se habla acerca de esta problemática y, lo que es más importante, las víctimas masculinas no se atreven a denunciar por temor a la burla o a la vergüenza.
Las estadísticas en este sentido son tímidas. En Estados Unidos, por ejemplo, alrededor del 10 % de las violaciones reportadas incluyen a los hombres como víctimas. Y este número se puede ver aún más reducido cuando el infractor es una mujer.
De acuerdo con la psicoterapeuta y sexóloga Yulia Klymenko, las víctimas masculinas tardan más en buscar una salida psicológica al abuso que sufren. Y en esto tiene mucho que ver la forma en que la sociedad califica los casos. "Los chicos no lloran” o “los hombres son físicamente más fuertes”, son frases muy mencionadas y dañinas, afirmó la experta a la BBC.
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John (nombre ficticio), un joven de Ucrania que decidió contar su testimonio bajo el anonimato, explicó que cuando buscó ayuda se burlaron de él. El psicoterapeuta que escuchó su caso de abuso le dijo: “Eso no ocurre así. Ella es una chica y tú, un chico”.
John cambió de especialistas hasta seis veces para finalmente ser escuchado con seriedad. No obstante, después de todo lo que vivió, afirma que se dio por vencido y que nunca tendrá una relación ni hijos.
“Apenas recién me di cuenta de que mi exesposa me violó durante 10 años”, confesó. “Pero, maldición, estuve callado durante tanto tiempo y eso llevó a un tremendo desastre. Quizás hay un hombre en una situación parecida en este momento y él leerá mi historia”, agregó.
Los amigos de John no sospechaban el calvario que vivía a puertas cerradas con Ira, su esposa. Por fuera todo eran risas, mucho dinero y alegría. Pero en la intimidad, las agresiones y los abusos sexuales eran reiterativos.
“Ella no me haría daño en frente de otras personas. Lo más importante era evitar estar a solas con ella”, dijo John.
La pareja se conoció cuando ambos tenían poco más de 20 años. Para John, Ira era la primera mujer en su vida. Sus padres siempre le habían dejado en claro que debería irse de casa cuando empiece una relación con alguien, por lo que tuvo que aguardar mientras ahorraba dinero.
“Para colmo, mi madre se avergonzaba de mí y de mi apariencia. Yo tenía una autoestima muy baja", indicó.
En su primera relación sexual, recuerda, tenía toda la motivación. Sin embargo, Ira era muy dominante y agresiva y lo presionaba demasiado en contra de su voluntad.
“Nuestro primer encuentro sexual duró unos cinco horas y cuando terminó, yo tenía dolores por todos partes. Se supone que el sexo debe ser algo que disfrutas, pero para mí nunca fue placentero. Yo no tenía experiencias previas y creí que era de esa manera; así que solía acceder a sus demandas”, reveló.
Una vez John debía viajar al extranjero por trabajo. Llevó a Ira con ella porque, admite, tenía miedo de perderla y quedarse solo. Creyó que estarían bien, pero fue todo lo contrario. Su entonces novia le exigía tener sexo toda vez que ella quisiera sin importar si él se encontraba agotado o cansado.
“Ella me pegaba y ya no había nada que yo pudiera hacer. Ella me arañaba hasta que yo sangraba, me daba puñetazos. Nunca me dejaba marcas en el rostro, solamente me hacía daño en las partes del cuerpo que podía cubrir con ropa: mi pecho, mi espalda, mis manos”, detalló la víctima.
Nunca se defendió porque consideraba que “golpear a una mujer era agresivo y estaba mal”. Él solo dejaba que ella continuara. “Me sentía débil y pequeño”, indicó.
Para escapar de esas situaciones, John trataba de pasar mucho tiempo fuera de casa. Trabajaba tiempos extras y, después de su salida, salía a caminar hasta que las tiendas cerraran. Tiempo después contrajo fiebre, infecciones urinarias y prostatitis. Sin embargo, las agresiones y los abusos sexuales continuaron.
Cuando la pareja regresó a Ucrania, la situación no cambió como John esperaba. Él regresó a casa de sus padres, pero Ira lo buscaba incesantemente pese a que había decidido acabar su relación con ella.
“Y yo regresaba a su lado cada vez. Tenía tanto miedo de estar solo", confiesa.
Al tiempo se casaron y la convivencia fue nuevamente para John muy perturbadora. Ira lo celaba hasta de su propia familia, estaba pendiente a dónde salía o con quién y siempre lo seguía. Además, según cuenta la víctima, a él le tocaba hacer todo: trabajar, cocinar y limpiar.
“Alquilamos un apartamento grande con dos cuartos de baño. Yo tenía prohibido usar el principal. Cada día, yo tenía que esperar hasta que ella se levantara a las 9 o 10 de la mañana para no perturbar su sueño. Y cuando yo estaba haciendo “algo mal”, ella me gritaba y me golpeaba. Esto solía ocurrir una vez al día o cada dos días”, narra.
En los últimos tres o cuatro años de su relación con Ira, John dejó siquiera ser indiferente al sexo. Cada encuentro con ella le provocaba ataques de pánico. Él corría y se escondía para evitarlo.
“Era otoño. Yo había estado en cama con bronquitis y una fiebre de 39-40°C durante dos semanas. Nadie se había interesado en cómo estaba durante todo ese tiempo. Entonces, me di cuenta de que mi vida no valía nada y que incluso nadie habría notado si me hubiera muerto allí mismo”, rememoró John.
Después de eso, decidió hacer algo para cambiar su situación. Encontró en una comunidad virtual la oportunidad para hablar sobre lo que sufría en silencio. A partir de entonces aprendió a decir “no" a las demandas de Ira.
Buscó ayuda en una terapista de familia. “Esa fue la primera vez que hablé sobre el abuso”, dijo.
Poco después, ella le pidió el divorcio, según cree John, para intentar silenciarlo. De todas maneras, él aceptó. Aquel día fue el “más feliz” de su vida.
“Un día después del divorcio, le grité: ‘tú me estabas violando’. ‘¿Yo te estaba violando?, ¿Y qué?’, respondió. No supe qué decir y aún no lo sé. De alguna manera, ella admitió lo que había hecho, pero más que nada se burló de ello", afirmó John.
La víctima actualmente recibe ayuda psicológica a través de un grupo de apoyo virtual para hombres en San Francisco. Sin embargo, aún no le es posible salir a trabajar o levantarse siquiera de su cama.
“No tengo nada por lo que vivir. Ni siquiera sé qué he estado haciendo todo el año”, expresa. “Si tú entiendes esto, entonces, al menos tienes una oportunidad”, concluye.
Si eres víctima de violencia de género o conoces a alguna persona que esté pasando por una situación similar, no estás solo (a). Comunícate llamando sin costo a la línea 100 del Ministerio de la Mujer o al 911 de la Policía Nacional del Perú.