France Press
El presidente Jair Bolsonaro consagró su primer año de gobierno a “liberar” a Brasil de la izquierda y el “globalismo” y pretende ser reelecto en 2022 para construir un país “respetuoso de la religión” y del derecho a portar armas. “Siempre soñé con liberar a Brasil de la nefasta ideología de izquierda (...). Tenemos que deconstruir muchas cosas, deshacer muchas cosas, antes de empezar a hacer [otras]”, dijo Bolsonaro durante una visita a Washington en marzo.
Bolsonaro, de 64 años, asumió el cargo el 1 de enero y desde entonces raros son los meses sin renuncias o destituciones por ajustes de cuentas o causas ideológicas en los ministerios o las agencias estatales.
Los sectores más pragmáticos de su entorno -mercado financiero, lobby del agronegocio y jerarcas militares- tratan de limitar la influencia de las iglesias neopentecostales del gurú de la ultraderecha Olavo de Carvalho y de los tres hijos mayores del mandatario, que agitan al país vía Twitter.
Hay en el gobierno “un lado luminoso y un lado sombrío”, dijo a la revista Exame el exministro de Hacienda, Antonio Delfim Neto, elogiando en particular al ultraliberal ministro de Economía, Paulo Guedes.
Este es “un gobierno liberal en economía y antiliberal en política”, define Marcos Nobre, profesor de filosofía de la Universidad de Campinas.
Bolsonaro actúa “como un presidente antisistema y cuando fracasa puede decir que está tratando de cambiar las cosas democráticamente, pero que el sistema no lo deja”, apunta Nobre. Para el académico, Bolsonaro pretende “instaurar un régimen autoritario, aunque no esté [por ahora] en condiciones de hacerlo”. Él “fue electo por una confluencia de factores accidental. Si fuera reelecto, ya no sería accidental y tendríamos un proyecto en vías de implementación”.
Bolsonaro y sus hijos suelen tantear los límites del sistema.
El diputado Eduardo Bolsonaro afirmó en octubre que "si la izquierda se radicaliza, habrá que dar una respuesta" como la del decreto que en 1968 cerró el Congreso y suspendió las garantías individuales.
En noviembre, Bolsonaro fundó su propio partido, Alianza Por Brasil (APB), que pregona el “respeto a Dios y la religión”, la “defensa de la vida desde la concepción” y la legalización del porte de armas. Si concluye a tiempo su registro ante la justicia electoral, APB tendrá su bautizo en las municipales de octubre de 2020.
Otros analistas ven la agitación permanente como una confesión de impotencia.
El ministro Guedes logró la aprobación por el Congreso de la reforma clave de las jubilaciones, pero la economía tarda en despegar y la desocupación en bajar. Otras promesas de campaña -como el porte de armas o la inmunidad para policías en operaciones- fueron desechadas por el Congreso o frenadas por la Corte Suprema.
El temor del sector agropecuario a perder mercados en Asia y Medio Oriente obligó a Bolsonaro a bajar el tono frente a China comunista y a aplazar la mudanza a Jerusalén de la embajada brasileña en Israel.
Y su voluntad de alineamiento con Donald Trump recibió en noviembre una bofetada, cuando el estadounidense anunció aranceles para las importaciones de acero y aluminio de Brasil y Argentina.
Bolsonaro consiguió en cambio colocar a radicales al frente de la educación y la cultura, a fin de combatir la “ideología de género” y promover obras “patrióticas”.
“Bolsonaro se encontró con la realidad. Todo lo que queda de su discurso extremista es el ataque contra los intelectuales, contra un enemigo que no tiene poder económico para enfrentarlo”, afirma Jean-Jacques Kourliandsky, director del Observatorio América Latina de la Fundación Jean Jaurès, de Francia.
Bolsonaro, admirador de la dictadura militar, había prometido no ir a la reelección, pero en junio declaró que “si el pueblo lo quiere, estaremos cuatro años más”.
Esto mantiene a su base movilizada, frente a una izquierda debilitada y dividida. Hoy, el electorado se divide en 3 partes: entre quienes juzgan su gobierno bueno, malo o regular. Y una encuesta FSB/Veja mostró este mes que Bolsonaro solo sería derrotado por... su ministro Sergio Moro, el juez que envió a la cárcel a Lula da Silva.