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Agujero negro LB-1: científico revela el posible origen de este ‘monstruo’ en la Vía Láctea

Este agujero negro es aproximadamente 70 veces más pesado que el Sol y no encaja con las teorías astrofísicas sobre su formación. El raro objeto acecha en nuestra galaxia.

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Representación de un agujero negro alimentándose de su estrella compañera, tal como detectaron a LB-1. Imagen: ESA.

Científicos de China informaron el último martes de la existencia de un agujero negro aproximadamente 70 veces más pesado que el Sol, en la Vía Láctea, a 15.000 años luz de la Tierra (una distancia corta, en términos astronómicos). Dado que no se esperaba encontrar un objeto de tal magnitud en nuestra propia galaxia, uno de los científicos que participó en el estudio ha explicado su posible origen.

El agujero negro, nombrado LB-1, es presuntamente de tipo estelar; esto quiere decir que se debió haber formado a partir del colapso de una estrella. Sin embargo, su masa no es compatible ni con las estrellas más masivas encontradas en el Universo, por lo que los investigadores argumentaron que “ni siquiera debería existir”.

“Esto es muy sorprendente para los astrónomos como yo. El agujero negro parece demasiado grande para ser el producto del colapso de una sola estrella, lo que plantea preguntas para nuestras teorías sobre cómo se forman los agujeros negros”, indica Roberto Soria en un artículo publicado en The Conversation.

Imagen recreada de LB-1 consumiendo gas de su estrella compañera. Crédito Jingchuan Yu.

Hasta ahora, solo se han encontrado dos tipos de agujeros negros: estelares y supermasivos. Estos últimos habitan en el centro de cada galaxia conocida, y sus masas varían desde unos pocos millones hasta miles de millones de veces la del Sol. El de la Vía Láctea se llama Sagitario*A, y tiene 4 millones de masas solares.

Todos los agujeros negros estelares detectados en nuestra galaxia tienen entre cinco y 20 veces la masa del Sol. Además, se estima que los agujeros negros estelares solo pueden llegar a pesar hasta 50 masas solares, por lo que LB-1 encajaría en lo que se denomina un agujero negro de masa intermedia. Pero, ¿cómo se formó este objeto tan raro?

Un historial asesino

“Es poco probable que provenga del colapso de una sola estrella masiva: creemos que cualquier gran estrella perdería más masa a través de los vientos estelares antes de colapsar en un agujero negro”, explica Soria.

El día del descubrimiento, el equipo de científicos dirigido por el profesor Jifeng Liu estaba trabajando con el telescopio LAMOST, cuando observaron una estrella ocho veces más grande que el Sol, orbitando "un compañero oscuro” unas 70 veces más pesado que el Sol. Alrededor de él había un resplandor proveniente del gas hidrógeno: LB-1 estaba alimentándose de su compañera.

Dada la descomunal masa de LB-1, era poco probable que esta estrella sea su primera ‘víctima’. Soria estima que una antigua estrella compañera se acercó demasiado al agujero negro, al punto de terminar envolviéndolo. De esta manera, LB-1 la engulló desde adentro hacia afuera.

“Se tragaría la mayor parte de la estrella como una larva de avispa dentro de una oruga”, detalla.

Representación detallada de la estrella que orbita al agujero negro LB-1. Crédito: Yingchuan Yu.

Asimismo, el científico maneja otra posibilidad: dos agujeros negros más pequeños se formaron independientemente a partir de dos estrellas y luego se fusionaron. Aunque no descarta que aún estén orbitando entre sí, es decir, que LB-1 sea en realidad dos agujeros negros que están muy cerca uno del otro.

Encontrando lo invisible

En la Vía Láctea hay alrededor de 100 millones de agujeros negros estelares. La mayoría de ellos permanecen inactivos e invisibles, mientras que unos pocos se alimentan de una estrella compañera que orbita a su alrededor. Este gas libera energía en forma de radiación, la cuál podemos detectar con telescopios como los de rayos X.

Antes de este hallazgo, los candidatos a agujeros negros de masa intermedia habían sido detectados muy lejos de nuestra galaxia. Estos raros objetos constituyen el ‘eslabón perdido’ de los agujeros negros, y confirmar su existencia permitiría explicar cómo se originaron los supermasivos, y por ende, el ‘corazón’ de las galaxias.