“Nunca seremos músicos” es un álbum de Chabelos y también la autodefinición, aunque en plural, de Giovanni Ciccia. En singular, él acepta sus otras facetas: comunicador, actor, productor de teatro y, durante su infancia, un imitador de los chistes de Néstor Quinteros y Chalo Reyes, y un consumidor perseverante de "Superman" y "Star wars". Los vinilos y los cómics nutrieron al artista que ahora, a sus 51 años, acomoda los relojes para cumplir con la interpretación de Diego Montalbán en "AFHS" y con la dirección de la obra “La verdad”. Conduce de Pachacámac a Miraflores y dialoga con La República.
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—¿Qué se siente ser el villano divertido de “Al fondo hay sitio”?
—Es más divertido que ser el villano no divertido, de todas maneras. Yo estoy muy agradecido con esto porque siento que la gente disfruta mucho de un personaje que lleva al odio máximo, a veces a la tristeza máxima y a veces a una risa enorme. Entonces, es un lujo poder hacer un personaje que no está en una sola dimensión. Ya tengo un año grabando la serie y no deja de sorprenderme.
—A propósito de generar risa enorme, Diego Montalbán lo hizo cuando bailó “Disco bar”. Estaba en el guion, pero ¿los pasos fueron propuesta tuya?
—Yo los propuse. En ese momento, fueron Koki Tapia y Laslia Miranda los que estaban a cargo de esas escenas y estuvimos dos días bailando. Laslia me decía: “Más, más. Otra cosa, otra cosa”, al punto de que ya no sabía qué hacer y me puse a saltar como conejito (…). Los últimos pasos, los más exagerados y más ridículos fueron los que quedaron.
En sus días sin cámara, en cambio, gusta del jazz de los años 50 y de la música cubana-puertorriqueña: la Sonora Matancera y Daniel Santos le otorgan el ritmo tropical para gozar más que los Gonzales y los Maldini durante un concurso de talentos.
—¿Cómo tomas las críticas hacia “Al fondo hay sitio”? Sobre todo aquellas que aluden a que el programa se acabe porque la trama ya es muy extensa.
—No es mi costumbre leer críticas, sobre todo, ahora que todo el mundo tiene la capacidad de criticar. Prefiero no enterarme, prefiero enterarme de la gente que la pasa bien y que disfruta de la serie (…). Cuando algo no me gusta, me alejo; hay gente que, cuando algo no le gusta, se acerca más para criticar. Es algo que yo no hago.
—Entonces, vayamos al otro lado: en los comentarios sobre los capítulos de "AFHS" en YouTube, los usuarios confiesan que empezaron a seguir la serie porque te integraste al elenco. ¿Entraste con la expectativa de conquistar a un nuevo público?
—Yo, en primer lugar, entré feliz porque estuve en “Al fondo hay sitio” en las temporadas tres y cinco, hace varios años, haciendo el mismo personaje. Estuve por un breve tiempo y me quedé con ganas. Y, cuando la serie terminó, pensé: “¡Qué pena! Se acabó Diego Montalbán”. Cuando me llamaron, sin dudarlo, dije: “Sí. ¡Fantástico! Me encanta, me divierte, quiero hacerlo”. Pero sí tenía un poco de miedo porque era algo que volvía con una expectativa enorme y no con el elenco completo (…). Por un lado, mucha alegría, muchas ganas; pero, por otro lado, muchos nervios, mucha responsabilidad.
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Y su responsabilidad no solo tiene que ver con sobrevivir a una quiebra en el rubro culinario, sino también con instruir a Alessia y Cristóbal, sus hijos televisivos. Sin embargo, la paternidad es una misión que se ha cocinado junto con su experiencia profesional.
—En el cine, en “Django”, fuiste el padre de Montana y Salvador. ¿Cómo asumes tu labor de padre en la vida real?
—Mis padres de la ficción no se parecen en nada a mí como padre. Yo soy un padre totalmente distinto a Montalbán o Django. Yo soy un padre muy horizontal, cosa que es incluso criticada porque, dicen, los padres no deben ponerse a la misma altura de los hijos. Pero yo nunca he podido evitarlo. Y, bueno, hasta ahora no ha salido mal.
—Impulsaste la segunda y la tercera película de “Django”, y en una entrevista mencionaste que harías la cuarta si de ti dependiera. ¿Está en tus planes vincularte otra vez con este filme?
—Si yo pudiera, seguiría siendo mil "Django", haría una serie y seguiría contando las historias de estos personajes que me encantan, pero ahora mismo no está en mis planes porque comercialmente no es lo que más se consume. Uno pensaría que el género de acción-drama puede interesar más al público, pero hasta el momento no es así. El público sigue siendo uno de comedia.
—¿Qué amaste más y qué odiaste más de “Django”?
—Amé poder hacer esas películas porque son mis hijos. Yo fui donde el productor original de “Django” y le pregunté: "¿Qué hace falta para hacer la dos? Estamos 15 años hablando de esto”. Me dijo: “Un guion”. Entonces fui y me puse a escribir un guion con Yashim (Bahamonde) (...). Amé todo eso, pero ahora, a la distancia, odio no haberlo hecho mejor.
—¿Y ves con el mismo ojo juicioso tu papel en “Tinta roja”?
—¡Uf! Ya ni me acuerdo (risas y luego silencio). No, la verdad es que no, no les reclamo nada a esos personajes.
—Fue tu primer protagónico. ¿Con qué certezas saliste de “Tinta roja”?
—La certeza más grande es que lo que más me gusta de este trabajo es el cine mismo. Toda la parafernalia alrededor del cine, de los actores, no me interesa ni lo disfruto. No disfruto de ir exhibiendo, promocionando o 'festivaleando' las películas, y mucho menos disfruto de las noches de gala (…). Lo descubrí ahí porque fue un momento muy alto, de mucha fama y mucha locura. “Ya quiero ponerme a hacer otra película”, pensaba. “No quiero estar aquí sonriendo, tomándome fotos”.
—Pero tuviste que ‘soportar’ los elogios y las entrevistas cuando fuiste Alfonso en “No se lo digas a Nadie”.
—Disfruté hacer la película y amo que exista la película, pero las entrevistas, en esa época, sobre todo, eran horribles. Todo el mundo cuestionaba, ¡todo el mundo!… En esa época, además, había gente que estaba muy molesta conmigo por haber hecho una barbaridad tan grande como besar a otro hombre en una película. “¡Qué vergüenza!”, “¿Qué tipo de persona hace eso?”. Sí, escuché ese tipo de comentarios. Pero lo que más me interesa de mi trabajo es mostrar otras realidades, contar otros cuentos.
—¿Te hartó explicar el carácter emocional de la escena de sexo?
—Tener que estar hablando sobre un tema que yo había abordado desde un lado más personal y no desde un lado tan intelectual era complicado. Yo estaba viviendo el personaje, más que cuestionándolo.
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Giovanni Ciccia ha llegado a su destino. Antes de despedirse narra la vez que cuestionar sí se convirtió en un ejercicio nocivo. No lo adoptó con la fama, pero, al igual que con la intervención mediática, aprendió a tolerarlo.
—¿La depresión y la terapia llegaron antes o después de “No se lo digas a nadie?
—Antes. Muy chico. Yo empecé a ir a terapia por una decepción amorosa, cuando tenía 23 o 24 años. Y desde ahí se ha convertido en un gran gimnasio para mantener la salud mental; hasta hace unos meses, iba. Ahora el tiempo no me lo permite, pero la terapia me parece una superherramienta: en mi caso, más útil que el gimnasio.
La obra "La verdad", una comedia dramática escrita por el francés Florian Zeller, festeja su segundo mes de éxito en el Teatro Marsano. ¿El horario? De miércoles a sábado a las 8.00 p. m. y los domingos a las 7.00 p. m.