Rosario ‘Charo’ Goyoneche es una de las impulsoras más destacadas de los ritmos afroperuanos. La cantante, músico y actriz, fue fundadora del Teatro del Milenio y de la productora Kimba Fá.
Goyoneche participó, junto a otras cantantes, de The Warrior Women of Afro-Peruvian Music (Las mujeres guerreras de la música afroperuana), un documental de Just Play Perú que busca visibilizar a las artistas mujeres que participan de este ritmo. Dicho material fue nominado a los Latin Grammy 2020 en la categoría de mejor video musical en versión larga.
Con ocasión de este reconocimiento, y ante la cercanía del Día de la Canción Criolla, La República conversó con la artista para que nos comparta su experiencia en la difusión de la música afroperuana y los retos que debió enfrentar como mujer para abrirse camino en el ambiente artístico nacional.
¿Cómo recibió la nominación del documental a los Latin Grammy 2020?
Una mañana así, inesperadamente, me llama Matt (Geraghty) desde Estados Unidos para darme la noticia. Yo no lo podía creer. Con esta pandemia, todos estamos superemotivos. Imagínate, fue para mí una cosa fantástica y maravillosa.
¿Cómo fue la experiencia de participar en el documental y álbum musical?
Un amigo que es productor me llama y me dice: ‘Charo, para que interpretes unas canciones para un productor norteamericano que tiene un proyecto’, y me lo explicó un poco. Cuando llegué, recién pude percibir lo interesante que era, la capacidad que podía tener para difundir nuestras raíces.
¿Se esperaba esta visibilidad para la música afroperuana y, en particular, la hecha por mujeres?
El folklore está como encasillado en un solo vínculo, no se expande más allá como la salsa u otros ritmos más diversos, es como más íntimo. Y que eso interese e inviertan en un proyecto como ese, me pareció una cosa loca. Dije: ‘Bueno, había que aprovechar esa oportunidad’.
¿Cómo se sintió compartir con las demás cantantes afroperuanas del documental?
De verdad que es una cosa superemotiva. Estamos en contacto, tenemos un WhatsApp por donde nos hablamos todos los días. Es que así nomás no nos vemos. Yo soy una cantante de teatro, no soy de peñas. A Sofía [Buitrón] la conocía un poco, a la señora [Rosa] Guzmán casi nunca la veo, a Victoria [Villalobos] tampoco.
Ahora la música criolla y la afroperuana ya no tienen un sitio específico. No existen las peñas, las noches criollas; entonces encontrarnos todas juntas fue maravilloso. Fue una reunión muy grata y fraterna que no la voy a poder sacar de mi ser.
¿Siente que la música criolla y, en particular, la afroperuana, es debidamente valorada en nuestra sociedad?
Se está perdiendo, lamentablemente. Los chicos ahora quieren hacer música negra fusionada con reggaetón. La salsa la cambiamos a valses, festejos. Estamos ignorando a nuestros compositores afroperuanos, no vamos a Chincha a investigar, a empaparnos de eso, para ellos ha quedado en el pasado, no es estar en la moda.
Para usted, ¿Cuál es la clave para generar apego hacia la música afroperuana en los jóvenes?
Ellos son gustosos de la música, les interesa, pero quieren convertirla en otra cosa. No se si tenemos que hacer escuelas para que ellos puedan interesarse más. Antes había una peña llamada Don Porfirio, donde daban clases de marinera y zapateo. Perú Negro era otra escuela. Ahora los chicos no tienen cómo ni dónde. La Escuela Nacional de Folklore es un buen punto, pero allí hay muy poca música afroperuana.
En Kimba Fá tengo a mi lado 16 chicos, que son los bailarines y músicos. A mi me dicen todos ‘tía’. Yo me siento con ellos y les digo que vamos a hacer tal cosa. Tengo que luchar con ellos, pelearme. Me respetan a mí, porque soy la mayor. Les inculco siempre que hay que empezar por el principio. Para qué caminar si no has aprendido a gatear.
Usted fue fundadora de Kimba Fá. ¿Qué dificultades enfrentaron para llevar la música afroperuana a este tipo de espectáculos de gran formato?
Fue una lucha. Al inicio se llamaba Teatro del Milenio, allí pudimos rescatar lo que ya se estaba perdiendo. Hicimos espectáculos varios años hasta que al director se le ocurrió hacer Kimba Fá. Muchos no creyeron y se retiraron del grupo. Quienes nos quedamos hemos tenido que imponernos para que se conserve lo esencial, para que a partir de ello salga todo lo que está fusionado. No ha sido fácil.
Y conseguir escenarios seguro fue muy difícil.
Claro. Pero ahora, con esta pandemia, yo veo más conciertos y veo en mis compañeros más ganas de hacer cosas. No me había dado cuenta de que existían sitios donde podía ver cosas tradicionales. Todos tenemos que asumir nuestra culpa.
La gente no crea estos espacios porque no está de moda, siempre hay que pensar que, si creas un espacio para difundir algo, te tiene que dejar una ganancia. Antes, había centros musicales en todas las esquinas, en todos los barrios. Ahora hay como dos.
¿Qué dificultades enfrentó usted, como mujer, para hacerse un espacio en un medio musical dominado por los hombres?
Cuando Kimba Fá era Teatro del Milenio, me convocaron para ser la voz cantante en una obra, pero querían que lo haga detrás de la cortina. No me querían en el escenario, porque era una obra ‘de hombres’. Poco a poco yo me fui ganando mi espacio.
Pertenecí a una agrupación de mujeres de música criolla. Nunca hemos tenido un espacio para tocar, como una peña o un local, siempre nos han dicho que no. Cuando se han hecho los grandes proyectos musicales, hemos sido muy pocas las convocadas. Por eso, este proyecto reciente ha sido sorprendente.
¿Siente usted que el ambiente artístico nacional sigue siendo machista?
Totalmente. Siempre son 10 hombres y una mujer. Hay muchas músicos mujeres, pero la gente no las convoca seriamente. Si lo hace, es para tener algo que llame la atención.
¿Qué recomienda usted a las mujeres que desean abrirse paso en la música a pesar de los prejuicios?
Ya no hay nada que aconsejarles. Las chicas de ahora ya saben lo que quieren, ya tienen el terreno listo, pisan fuerte. Ahora, yo creo que quien no está presente es tímida o piensa que los hombres tienen otros derechos y las mujeres no.
Yo pienso que en esta época las chicas están empoderadas, tienen un pensamiento distinto a nosotros, que nos criaron para que el hombre sea el único que podía traer el alimento a la casa y las mujeres estábamos hechas para cocinar. Yo les digo a mis compañeras: Ya no tienen por qué mirar atrás ni pedir permiso a nadie para avanzar. Tienen que imponerse y se acabó.