
La montaña rusa arancelaria de Donald Trump ha vuelto a tomar velocidad, y esta vez el sacudón podría sentirse hasta en el refrigerador de cualquier hogar estadounidense… y más allá. El presidente de Estados Unidos ha revivido su cruzada proteccionista, amenazando con nuevos aranceles a una veintena de socios comerciales, incluida México, la Unión Europea y hasta Rusia.
¿El motivo? Reducir el déficit fiscal, frenar el fentanilo y —por supuesto— reposicionar su lema favorito: "Make America Great Again", a punta de impuestos de importación.
El sábado, Trump encendió las alarmas al anunciar que impondría un arancel del 30% a los productos mexicanos, apuntando supuestamente al combate contra el narcotráfico y el déficit fiscal. Pero no fue lo único. Ese mismo día, su administración confirmó un gravamen del 17% a los tomates mexicanos, una medida que afecta directamente a uno de los productos base de la dieta estadounidense.
En paralelo, el presidente amagó con un arancel del 100% a Rusia y otro del 30% a la Unión Europea (UE). Desde Bruselas, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, no tardó en responder: advirtió que un aumento de ese calibre “interrumpiría las cadenas de suministro transatlánticas”, poniendo en jaque a empresas, consumidores y hasta pacientes. Europa ya prepara un plan de respuesta si la amenaza se concreta el 1 de agosto, fecha límite marcada por la Casa Blanca.
Desde el sur, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum intentó bajar la tensión. “Estamos en comunicación permanente y confiamos en llegar a un acuerdo de aquí al 1 de agosto”, aseguró. El Gobierno mexicano insiste en que Washington tiene información de primera mano sobre los avances en seguridad interna.
Pero más allá de los gestos políticos, los efectos se sienten. Las empresas europeas ya alertaron sobre la incertidumbre para invertir, contratar o planificar producción a largo plazo. Según algunos expertos, podrían perderse cientos de miles de empleos en Europa si los aranceles se vuelven realidad.
Aunque muchos inversionistas creían que Trump era puro bluf —y que siempre se echaría para atrás—, los datos pintan otro escenario. Desde que regresó a la Casa Blanca en enero, los aranceles han subido de forma constante y agresiva, con niveles que no se veían desde la Gran Depresión.
Solo la semana pasada, el mandatario amenazó con gravar a 25 socios comerciales, desde economías gigantes como la Unión Europea, Japón y Brasil, hasta mercados claves como Corea del Sur, Tailandia e India. Incluso países que ya cerraron acuerdos comerciales —como Reino Unido o Vietnam— no se salvaron: ambos firmaron con Washington bajo presión y con tarifas de dos dígitos.
Trump, que no se cansa de autodenominarse “el hombre de los aranceles”, sostiene que su política proteccionista ayuda a recaudar ingresos y atraer fábricas de vuelta a EE. UU. Aunque la realidad es más compleja.
Paradójicamente, la economía estadounidense no ha colapsado. El desempleo se mantiene estable, los mercados bursátiles siguen firmes y —hasta hace poco— la inflación parecía bajo control.
Pero eso cambió en junio. Según reportó The New York TImes, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) subió 2,7% interanual, el ritmo más rápido desde febrero, según la Oficina de Estadísticas Laborales.
La inflación subyacente, que excluye alimentos y energía, llegó a 2,9%, y los precios de artículos expuestos a aranceles como electrodomésticos y muebles se dispararon: algunos hasta 1,9% solo en un mes.
Incluso productos básicos como ropa, gasolina y alimentos empezaron a subir. Economistas advierten que si Trump impone los nuevos aranceles el 1 de agosto, los precios seguirán aumentando. Y lo que más temen los analistas es una estanflación: ese escenario donde suben los precios mientras la economía se enfría.
Ante este escenario, la Reserva Federal (Fed) prefiere mantenerse en modo “esperar y ver”. Aunque algunos de sus miembros han sugerido recortes de tasas de interés, el panorama actual —con inflación al alza y empleo sin grandes sobresaltos— no justifica una movida inmediata. La próxima reunión de la Fed será el 30 de julio, pero la presión ya está al rojo vivo.
Trump, como es habitual, no se ha quedado callado. En su campaña personal contra la Fed, ha criticado casi a diario a su presidente, Jerome Powell, exigiendo recortes agresivos en las tasas de interés. Incluso ha sugerido —más de una vez— que Powell debería renunciar.
Según Eduardo Recoba, economista principal para Latinoamérica de iFOREX, “el tema inflacionario ya se internalizó”, pero la política monetaria está atrapada en una batalla más política que técnica: “Trump sabe perfectamente que al bajar la tasa, lo que va a provocar es que el estadounidense promedio consuma más. Y eso probablemente se refleje en las encuestas”.
Recoba advierte que la economía de EE. UU. ya muestra señales claras de desaceleración: “Estados Unidos ha crecido negativo el primer trimestre —0,5% del PBI— y el segundo podría ser igual. Si eso se confirma, ya hablamos de recesión”.
El problema de fondo, insiste, es la deuda pública: “Estamos hablando de 37 billones de dólares de déficit fiscal acumulado en una década y un ratio deuda/PBI por encima del 100%”. Eso ya presiona el costo global del dinero: “Los bonos del Tesoro pagaban 0,2% hace cinco años. Hoy pagan en promedio 4% y podrían llegar a 6% u 8%”.
Ese encarecimiento impacta directamente en países como Perú: si el financiamiento se vuelve más caro, suben las tasas locales. “Los bancos tendrán que elevar las tasas de hipotecas, tarjetas, préstamos personales y vehiculares. Las empresas —sobre todo las mipymes— retrasarán proyectos o los descartarán. El golpe será doble: al bolsillo y a la productividad”.
Aunque los aranceles no nos golpean directo como a México o Europa, el efecto dominó global sí puede alcanzarnos. Si suben los precios en EE. UU., si se enfrían sus importaciones o si se disparan los costos logísticos, nuestros envíos podrían verse afectados.
Además, si la Fed no baja tasas por culpa de la inflación, el dólar puede fortalecerse, encareciendo nuestras importaciones o presionando la deuda externa.
Recoba no es optimista: “Estados Unidos exporta inflación, recesión y hasta inestabilidad política. Durante años nos vendieron la idea del salvador global, pero ahora parece más bien una economía tóxica”.
Trump está redefiniendo el comercio global a punta de amenazas e impuestos. Y aunque muchos creían que era solo retórica electoral, los hechos dicen otra cosa: los aranceles no son humo… son fuego real.

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