Bonnefoy: “Venezuela acogió a muchos en el boom petrolero, ahora los países le cierran las puertas”
Miguel Bonnefoy. Escritor francés-venezolano autor de la novelas El viaje de Octavio (2015) y Azúcar negro (2017),
Los padres de Miguel Bonnefoy fueron exiliados: él de Chile y la madre venezolana. Bonnefoy nació en Francia y vivió en Venezuela, Portugal, Italia y Alemania. Esa experiencia migratoria se refleja en su literatura. Sus novelas transcurren en Latinoamérica: El viaje de Octavio en Venezuela y Herencia parte en Chile. En la entrevista, el literato narra cómo se maravilló y se decepcionó de la denominada Revolución Bolivariana.
–¿Cómo te sientes con tantas culturas viviendo en ti?
Estoy más convencido que el mestizaje es uno de los caminos que puede tomar la humanidad para avanzar y sin duda la tolerancia entre pueblos. El hecho de tener varias nacionalidades, de vivir en varios lugares, me permite llevar todas esas riquezas en mi maleta.
–¿Tuviste problema por tus raíces latinoamericanas?
En las migraciones desgraciadamente hay también como una jerarquía, es mucho más simple ser un inmigrante danés en Francia que ser uno del Congo. Miran más feo a los que vienen de África.
–¿Pasa lo mismo con los latinoamericanos?
En los 70 cuando América Latina, estuvo bajo dictaduras hubo un exilio masivo. Hizo que muchos se fueran a Europa y los recibieron con los brazos abiertos, porque se era un refugiado político, un revolucionario torturado. Había una mirada poética. Eso fue en otro tiempo. Ahora con la Revolución Bolivariana (Venezuela) estamos hablando de millones de exiliados. Sin embargo, el venezolano no es visto de manera tan poética.
– ¿Qué es para ti la xenofobia?
Es un juego, un movimiento de moda. Cuando hubo el genocidio en Ruanda (África, 1994) sus exiliados fueron aplaudidos en el mundo entero. Decían: vienen de una guerra. Diez años más tarde, a los mismos africanos que venían sin boom mediático, Europa les decía 'no, no, no queremos africanos'. Es increíble ver esas modas para tratar a los migrantes. Me parece horrible que funcione de esa manera.
– Tus padres fueron exiliados, ¿cómo cargas con eso?
Es una historia de exiliados. Mi apellido es francés. Mis antepasados tuvieron que irse de Francia con unos pies de viña, cruzar el Atlántico y plantarlos en la Cordillera de los Andes. Uno piensa que solo latinoamericanos van a Europa. No. En el siglo XIX eran europeos que estaban huyendo de las guerras.
Tras generaciones, en Chile llegó la dictadura de Pinochet y mi padre era parte delos movimientos revolucionarios. Lo torturaron, lo encarcelaron y regresó a Francia. Es interesante ese ida y vuelta que se dio entre Francia y América Latina.
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–¿Ves contradicción de cómo reciben a los migrantes de Europa y América Latina?
La película Heimat explica como delegaciones de Brasil fueron enviadas a Alemania para ir a buscar campesinos y ofrecerles tierras. Eran los latinoamericanos que estaban pidiendo que vengan. Según textos y los citó: 'también buscaban elevar la raza'. ¿Te imaginas?, como si la nuestra fuera inferior. Claro que hay una inmensa diferencia entre un inmigrante europeo y uno del Congo. Hay una especie de hegemonía de Europa, arrogante e insolente, al decirnos: no necesitamos a nadie. Pero olvidan que en el siglo XIX vinieron aquí buscando tierra y sol. Cuidado con la historia, los ciclos cambian. Hoy ustedes están en la cresta de la ola, mañana pueden estar abajo, así que tengan la elegancia de abrir camino a los migrantes.
–¿Por qué decidiste hablar de Venezuela y Chile en tus novelas?
El hecho de que yo escriba sobre América Latina en francés, crea una migración lingüística. Cuando me puse a pensar en qué idioma quería escribir, me di cuenta que el mundo estaba dividido en dos categorías, el que domina el mundo y los que lo sufren. Europa domina, Francia domina. Venezuela la sufre. Entonces me dije, escribir en francés sería como un caballo de Troya. Hablando sobre Venezuela es voltearles la mirada para que vean a los que sufren.
– En tu novela Herencia hablas sobre tu padre. ¿Fue difícil tocar las torturas que sufrió?
Me considero hijo de esa tortura, porque exiliaron a mi padre que se fue a Francia y se conoció con mi madre y nací. Escribir sobre eso era rendir homenaje, era decir gracias. Mi padre (Michel Bonnefoy) escribió sobre esa tortura en Relato en el frente chileno. Es una violencia increíble no solo para cualquier lector, sino más aún para su hijo.
– ¿Qué te impactó más?
Las falsas ejecuciones son lo peor. Sacarte de la celda, ponerte al frente de un pelotón y decirte ‘mira hermano, firma aquí, te van a matar’. Al último segundo ‘clic’ no había balas, solo risas. 'Mira, se meo en los pantalones'. Mi padre siempre ha dicho que las falsas ejecuciones sin duda son las heridas que tardan más en cicatrizar.
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– ¿Sigues la vida política de Venezuela?
Soy un hombre de izquierda. Con la derecha nunca. Sin embargo, me di cuenta que con la revolución había cosas que eran indefendibles. Grandes errores ahogaron a un país entero a una crisis económica horrible, a unas migraciones que son insólitas. Viví cuatro años en Venezuela, trabajando con la revolución, en los últimos cuatro años de Hugo Chávez. Me fui cuando murió.
– ¿Creíste mucho en esa revolución?
Me parecía bellísimo dar el poder al proletariado, al pueblo. Eso hace que lleguen a altísimos cargos, personas que no tienen una estructura política ni educación. Es jodido, porque no es fácil, se necesita estructura, instrucción, no solo corazón. Vi derroche, mucho abuso, corrupción. Terminamos reproduciendo lo que habíamos combatido. Antes estaban en la República los oligarcas que robaban. Peleamos contra eso, para que nunca vuelva a estar y llegas al poder y terminas reproduciendo lo que estabas combatiendo. ¡Cómo es posible! Soy blanco y vengo de una clase media alta de Venezuela y ellos lo veían. Había una discriminación de clase. El burguesito, el francesito, me decían. 'Coño, nos estuviste oprimiendo y ahora vienes a jugar a la revolución'.
– ¿A qué punto llegó esa discriminación?
Es interesante vivir eso. Es una forma de venganza. 'Ahora vienes a sentarte aquí y es fácil', decían. Pero iba a frotarme con el mismo jabón de la miseria que ellos, a pelear por la misma vaina. 'Claro, pero tú nunca tuviste hambre, nosotros sí', retrucaban.
– ¿Qué concepto tienes de lo mal que miran a los venezolanos?
Venezuela acogió a muchos, cuando Colombia estaba en guerra civil. Estábamos en pleno boom petrolero y Venezuela les dio trabajo. Lo mismo pasó con Chile, Argentina, Brasil. Con ese boom se iban a construir autopistas, aeropuertos, hospitales. Ahora que está en una situación complicada los países les cierran las puertas y los tratan de ‘venecos’ y los ponen a limpiar pisos. Hay una ingratitud. Tengo amigos que no se querían ir del país, amigas que se cortaron el pelo para pagar un pasaje de bus para Colombia. Gente de clase media que se educó y te podía hablar de Dostoievski por horas, ahora están limpiando baños.
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