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Sociedad

El sangriento final del guardián japonés que convivió con Charles, el elefante del Parque de la Exposición

Durante 72 años, el zoológico ubicado en el centro de Lima fue un símbolo de prosperidad. Sin embargo, algunos episodios sombríos ocuparon titulares. 

A fines del siglo XIX e inicios del XX, las áreas del Parque de la Exposición comprendían un zoológico. Foto: composición de Fabrizio Oviedo / La República
A fines del siglo XIX e inicios del XX, las áreas del Parque de la Exposición comprendían un zoológico. Foto: composición de Fabrizio Oviedo / La República

Desde 1872 hasta 1944, el Parque de la Exposición albergó un espacio de recreo que los ciudadanos asumieron como un progreso social: el zoológico. En el corazón de la ciudad habitaron búfalos, camellos, marmotas, leones, osos, jaguares y una lista tan amplia como la curiosidad de los visitantes. Los elefantes se convirtieron, así, en los residentes que más aplausos avivaron: Romeo, Husky y Volky pronto formaron una reputación cargada de gracia. Sucedió, no obstante, algo diferente con Charles.

El 28 de agosto de 1912, la ciudad amaneció con un cadáver: el elefante Charles había escapado de su jaula y había matado a N. Saacoy, un guardián japonés de 45 años. El historiador Juan José Pacheco Ibarra recogió esta pérdida en el libro “Parque de la Exposición. El jardín de Lima”. Asimismo, en entrevista para La República, compartió la documentación de dos medios de la época. 

En la revista Variedades se publico un artículo titulado “Con el señor elefante” y firmado por Zaraya: “Medianoche. El paquidermo bestial y enfurecido persiguiendo al japonés. El alarido de terror del hombre (...). Después el golpe definitivo, el trituramiento, y la masa sanguinolenta arrojada con violencia al campo de las avestruces”.

A este relato, el autor le agrega una cuota inventiva: recrea una conversación con el animal:

—Señor Elefante, he aquí a un cronista que quiere saber por qué matasteis tan inhumanamente a Saacoy.

—Joven, yo mismo lo ignoro. Rencillas domésticas me han soliviantado este manso carácter que los tratados de zoología han hecho dulce. Lo maté, no inhumanamente, sino animalmente, con la lógica de mi temperamento. 

—¿Por qué pagó el japonés una culpa que no había cometido?

—Porque sí. Porque esa es la vida. Mi señora, señaló con la trompa a su compañera, está esquiva y no acude a mi reclamo. Yo vivo encadenado, señor cronista. Y fue así. Salí, sentí gritos. Comprendí que querían volverme a encerrar junto a la amada que no quiere amarme. Estaba harta de tanta curiosa mirada. No le dejaban a uno hacer nada solo. Y yo creo, señor cronista, que la vida íntima debe ser más respetada, y me enfurecí. 

 El elefante Charles en su corraliza del Parque de la Exposición. Foto: archivo de Variedades

El elefante Charles en su corraliza del Parque de la Exposición. Foto: archivo de Variedades

Por su parte, El Comercio detalló cómo y quiénes habían hallado el cuerpo: “Momentos después llegaba al lugar donde se había desarrollado esta terrible escena otro guardián del parque, japonés también, llamado Yebaneti, quien encontró a su compañero exánime, bañado en su sangre que había derramado por boca, nariz y oídos. Dio parte del accidente a su jefe y este lo puso en conocimiento de la intendencia de policía, constituyéndose inmediatamente el comisario de turno, señor Vidal”. 

“Este funcionario pudo comprobar que Saacoy presentaba las siguientes lesiones: una a la altura de la rodilla, de 20 cm de longitud, producida con los largos y puntiagudos colmillos que posee el terrible Charles; otra profunda en la ingle, contusiones graves en la cara y la dentadura fracturada”, finalizó.