La odisea del viajero nacional que va en tren a Machu Picchu
El tren de los pobres. Se forman largas colas para hallar cupos, usuarios viajan parados y sin distancia social en la empresa concesionaria que tiene como uno de los socios a Rafael López Aliaga, excandidato presidencial de Renovación Popular.
Desde Cusco
El viaje en tren a Machu Picchu, con boleto de turista nacional, es una odisea. Vivimos la experiencia. Fue tortuoso.
La travesía comienza con la compra del ticket. Se realiza de manera presencial en la estación de Wanchaq, ciudad de Cusco. La cola demora de dos a tres horas. Hay que madrugar para alcanzar cupo. La empresa PeruRail ofrece dos servicios: el tren local y el turístico. El boleto del primero cuesta S/ 24, mientras que en el turístico, el más barato, vale 50 dólares y el más caro US$ 100.
Un visitante nacional, con los bolsillos ajustados, pelea por la primera opción donde los cupos son restringidos, pues el llamado tren local prioriza a pobladores de Machu Picchu. Con el ticket en mano hay que tomar un colectivo o una miniván para trasladarse hasta la estación de Ollantaytambo (Urubamba). Partimos a las 3 de la mañana del Cusco para abordar el tren de las 5 a.m. El ingreso al terminal de Ollantaytambo es estricto. Exigen mascarilla y protector facial.
El tren parte puntual. Los rostros cansados se iluminan con la idea de que en poco tiempo pisarán el santuario inca. Después de un recorrido corto, el tren se detiene. “Estamos en Chilca, aquí vienen los que no consiguieron pasaje para viajar como sea”, dice una pasajera.
Observo por la ventana a decenas de personas que corren a los vagones con desesperación. No importa si no hay asientos.
PeruRail tren Cusco
“Es el colmo. Nos obligan a usar protector facial para que al final nos lleven a todos como sea, aplastados. Aquí nos podemos contagiar”, refunfuña a mi costado una viajera. “Hemos comprado con un mes de anticipación nuestro pasaje para ir sentados, pero de qué sirve si igual meten gente así”, contesta otro pasajero.
Entre el tumulto, aparecen dos trabajadores de PeruRail para cobrar los pasajes de los parados. Luego de una hora y media de viaje y cubrir 60 kilómetros, llegamos a Aguas Calientes, el distrito que acoge la maravilla mundial. Al bajar del tren, otra vez las colas para comprar el boleto del bus que lleva en 30 minutos al santuario inca.
Después de relajarse con el paisaje espectacular de Machu Picchu, el retorno a Cusco es igual de tortuoso. Los que tenemos boleto entramos directamente a la estación. En la puerta, dos trabajadores controlan el ingreso. “Tren local a la izquierda”, dicen.
La indicación es necesaria porque, a un lado, está la sala de embarque del tren turístico, una infraestructura cerrada, y al otro extremo, un espacio sin paredes y con techo de calamina. Es la sala de embarque de los pasajeros del tren local.
Llegamos a Ollantaytambo casi a las 9 de la noche. A esa hora hay que abordar nuevamente un vehículo para volver a Cusco. Es la aventura y el riesgo de conocer Machu Picchu. Así se viaja a la ciudadela en tren local, apretujados y con riesgo de contagiarse del Covid-19.
“El turista nacional sufre maltratos”
Darwin Baca, alcalde de Machupicchu, señala que el turismo nacional sufre mucho maltratos. “Los peruanos son atropellados. Quienes tienen la capacidad para pagar los costos altos del tren solo pueden ser los turistas extranjeros a quienes recibimos con los brazos abiertos, pero qué hay con el turista nacional. Son ellos los que durante la pandemia nos han ayudado mucho”.
1999: en el régimen de Fujimori, el MTC entregó a Ferrocarril Transandino S.A. la concesión de la infraestructura ferroviaria del Cusco. Fetrans se asoció con PeruRail de López Aliaga y le alquiló el 50% de la concesión.