La voluntad también lucha contra el COVID-19
Voluntarios que recibieron vacuna experimental. Tres valientes jóvenes cuentan qué los motivo, el miedo que tuvieron y lo que sienten al ser parte de una posible solución para frenar el virus que ya deja casi 32 mil muertos en el país. Desde EE. UU., otro connacional brinda su testimonio.
Por: Melina Ccoillo y Ernesto Carrasco
“¿Eres consciente de que serás parte de un experimento?, me dijo una amiga poco antes de iniciar mi inscripción, pero no, no tengo miedo, le respondí. De hecho lo que más me preocupaba era no ser seleccionada”, recuerda, entre risas, Luz Sánchez, la voluntaria número 100 de la primera vacuna experimental contra el COVID-19 que llegó al Perú.
Con 25 años y con un diagnóstico de hipotiroidismo, la comunicadora no dudó en ser parte de una posible solución para frenar el avance del nuevo coronavirus. “Me diagnosticaron hipotiroidismo en el 2016, pero actualmente está controlado. Entonces, si tengo la oportunidad de ayudar a que salgamos de esta situación que nos afecta a todos, ¿por qué no hacerlo? Yo quise ser parte de una probable cura o vacuna desde que comenzó la pandemia”.
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Y este deseo se convirtió en una decisión definitiva cuando su tía falleció víctima del COVID-19. “Ella vivía solo con mi primo en el Rímac. Sabíamos que estaba con gripe, pero a la semanas, mi mamá recibió una llamada: su hermana había fallecido. Esto nos ha chocado bastante en casa. Y dije: ‘no quiero que esto le ocurra a mis papás o a mi hermana’”, recuerda Luz.
Casi dos semanas después de inscribirse para ser voluntaria, un correo electrónico le confirmó lo que tanto esperaba. La cita para que le apliquen la primera dosis, o placebo (aún no lo sabe), fue el lunes 14 a las 2 p.m. “Podías elegir tu horario. Cada cita tenía media hora de diferencia”, detalla la joven comunicadora.
Explica también que le pidieron acudir en ayunas pero, de tantos nervios, tampoco tenía hambre. Incluso llegó más temprano de la hora acordada. “Me atendieron ahí mismo. Entregué el DNI y me dieron una hoja de ruta. Tenía que pasar por todas las pruebas. A las mujeres nos entregan un frasco de orina para corroborar que no estemos embarazadas. Dos doctores me confirmaron que estaba apta y el último de ellos me dio mayor seguridad cuando me dijo que era la voluntaria número 100. Siento que es importante”, relata Luz.
Tras los exámenes, a los voluntarios le extraen entre 3 a 4 tubos de sangre y pasan por la prueba del hisopado para saber si está infectado con el nuevo coronavirus. El resultado aún se conoce en los próximos días, pero, tal como ya lo indicó Germán Málaga, investigador principal del estudio, no influye en la aplicación de la primera dosis. “Sentí un hincón y vi cómo el líquido entraba a mi cuerpo. Lo que más me asombró es cómo la enfermera iba describiendo todo el proceso a otro profesional. Yo solo pensaba: ‘ojalá me hayan puesto la vacuna y no el placebo’”.
Solidaridad
Así como Luz, un total de 6 mil voluntarios serán parte de los ensayos clínicos del laboratorio Sinopharm, apoyados por profesionales de las universidades Cayetano Heredia y San Marcos.
La número 88 se llama Gala Albitres. También con 25 años, la profesional en artes plásticas, quien ya ha realizado un voluntariado para ayudar a los adultos mayores durante la pandemia, supo que no podía dejar pasar la oportunidad de contribuir una vez más con el país y el mundo. “Tengo esa voluntad de ayudar a la ciencia por encontrar una vacuna que sea eficaz. Veo en las noticias lo que viene ocurriendo, muchos pierden a sus seres queridos. Este es un impulso de querer hacer algo por mi nación”, dice.
Aunque vive independiente de sus padres, mantiene constante comunicación con ellos. Sin embargo, cuando les comentó de su interés por ser voluntaria, no reaccionaron bien, por lo que no les contó que había sido seleccionada. “Lo mantuve en estricta reserva. De hecho llamé a mi mamá cuando ya me habían inyectado”, dice y ríe.
Además de ello, Gala también tuvo que enfrentar su miedo a las agujas. “Tengo pavor a las inyecciones, pero era una buena causa. Además, estas pruebas se realizan a nivel mundial y han pasado por diversas etapas. Confío en los profesionales”.
Y cuando llegó el día, Gala se preparó mentalmente. También llegó mucho antes de su cita y en el momento de la inoculación sus ojos estaban puestos en el pomo de la posible vacuna. “Esa podría ser la solución”, pensó. Tras media hora de descanso y la toma de temperatura, los voluntarios pueden volver a casa. Tanto Gala como Luz tuvieron un dolor en el hombro durante las primeras 24 horas. A Gala, además, se le fue un poco el apetito, pero, de acuerdo con la especialista que la monitorea a diario, estos síntomas son normales.
“La solidaridad es muy importante. Siento como que soy parte de esta historia. Es una sensación de bienestar y de orgullo con uno mismo y con la nación. Es una experiencia de vida. Es indescriptible”, dice.
Vivir la experiencia
“Si estoy sano y puedo aportar, por qué no hacerlo en este momento tan crucial y de vorágine. Además, qué mejor manera que vivir uno mismo la experiencia y que otros no te lo cuenten”, dice muy seguro Luis Páucar, periodista de 24 años, que, por su misma profesión, tiene una gran ilusión por relatar su día a día, lo que también aportará a la historia.
Pero además de esta motivación, la decisión de Luis estuvo marcada por la muerte de personas que consideraba sus familiares. “Soy de Piura. Y cada vez que hablaba con mi mamá por teléfono me decía que había fallecido un vecino, alguien que era como de mi familia. Es algo muy fuerte. Todo cambia cuando este virus toca a personas que consideras”:
Luis también tuvo que afrontar su temor a los exámenes de rutina y a que le digan que puede tener alguna enfermedad. “Fue una prueba para mí, pero los especialistas me han dado la seguridad y confianza”, cuenta y recuerda que al momento de la inoculación solo cerró los ojos.
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“No sentí dolor. Más me dolió cuando me sacaron sangre”, bromea, y enfatiza que, antes de ir a casa, le obsequiaron preservativos y un termómetro para continuar velando por su salud. Fue el voluntario 482.
También en el extranjero
Luis Felipe Polo, de 56 años, natural de Huancayo y hoy docente universitario en Estados Unidos, se inscribió como voluntario de la vacuna candidata del laboratorio Pfizer-Biontech. “Lo hice por mis tres hijas, por todos los jóvenes”, sentencia.
No es la primera vez que Luis Felipe colabora en casos de salud, pues hace unos años donó médula ósea a su hermano, que hoy es maratonista.
Fue el 10 de setiembre que recibió la primera dosis y la segunda está pactada para el 1 de octubre. Aunque ha sentido algunos dolores durante los primeros días, tiene plena confianza en los especialistas pues reportó sus síntomas a través de una aplicación y ellos se comunicaron de inmediato. “Pongo el hombro porque quisiera que se descubra de una vez la vacuna, porque los niños no merecen sufrir estas consecuencias”, finaliza.
La historia hablará de ellos.
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