“Hablo por esos niños que se rehúsan a brillar por miedo al rechazo”: Brian Gómez encara al machismo
Tras recibir comentarios homofóbicos en su clase de ballet en Facebook, Brian Gómez —egresado de una de las seis escuelas más prestigiosas del mundo— derriba prejuicios sobre la danza clásica.
Enfundado en un maillot y en zapatillas de ballet, Brian Gómez explicaba una rutina de pliés, petits, battements y cambrés. La música clásica se desgranaba como un telón de fondo en la transmisión de Facebook.
—Un, dos, tres, cuatro, cinco —Brian saltaba—. Plié. Estiro: souplesse y cambré.
La poesía del cuerpo. Treinta y nueve minutos con tres segundos después, la transmisión se cortó. “Eran cosas muy fuertes —dice a La República el primer bailarín del Ballet Municipal de Lima—, boberías que no vale nombrar porque evidencian un vacío cultural enorme”.
Es cubano, tiene 21 años y el último sábado por la noche, mientras dictaba una clase junto a su novia, debió interrumpir la sesión por una avalancha de comentarios machistas y homofóbicos.
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Desde Billy Elliot a la fecha, los bailarines de ballet no sólo desafiaron a sus cuerpos —se requiere la precisión y el rigor de un atleta, hasta ocho horas de entrenamiento y enfrentarse a la propia anatomía—, sino sobre todo al prejuicio y la desaprobación.
La hazaña de la danza clásica es precisamente replantear la expresión de la masculinidad con la armonía del movimiento.
“Es arte, libertad y expresividad. Creo que debo hablar por esos niños que esconden sus ganas de brillar por miedo al rechazo. El ballet clásico siempre los va a aceptar, no se lo pierdan”, apunta Brian Gómez, quien migró de La Habana cuatro años atrás invitado para una función de “Romeo y Julieta”.
Desde entonces es profesor y primer bailarín del Ballet Municipal. Un primer bailarín es también un orfebre de la excelencia, la disciplina y la técnica, el grado al que todos los danzantes clásicos aspiran.
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“Nunca se llega a ser perfecto, pero uno trabaja para eso —continúa Brian Gómez—, yo practico desde los seis años porque vengo de una familia de bailarines: mi abuela era bailarina española y mis hermanos bailan flamenco y ballet”.
Como nació en un país que baila salsa y timba, pero fluyó entre el arte andaluz y francés, dice que “esa diversidad es maravillosa porque habla del mundo, de eso que tanto se insiste en negar”.
Desde luego participó en campeonatos y coleccionó medallas en Colombia y México (el premio revelación en 2011 con variaciones clásicas, un oro en 2014 con un pas de deux (en pareja) y un bronce en 2015 en la misma modalidad).
Se graduó en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, considerada entre las seis mejores del mundo, y en 2016 viajó a Lima para participar de “Romeo y Julieta”, la tragedia de Shakespeare que abundó un repertorio con roles principales en “Don Quijote”, “Bayadera”, “Cascanueces”, “Tchaikovski” y “Coppelia”.
Verlo conjugarse en el viento, girando sobre las tablas a contraluz en impecable sincronía, también puede ser un significado de la pasión.
En los salones del Ballet Municipal, Brian Gómez conoció a Massiel, su novia, una bailarina clásica nacida en Venezuela. Dice que la danza los sostiene. Que los salva cuando la tristeza: "Tenemos lejos a los nuestros —familia repartida en Cuba, Estados Unidos y España—, pero el arte suple esos vacíos, tus vacíos: es terapéutico”.
El último sábado tomó el ejemplo de otras compañías confinadas por la pandemia y transmitió una clase en Facebook. Algunos comentarios ya los había oído: "Que eso es malo, que solo lo hacen las nenas, que nunca vas a salir de pobre. No tiene sentido. Por suerte mamá me enseñó a desechar las cosas malas. Siempre. Harcerse a un lado”.
Entonces Brian Gómez dijo gracias y cortó la transmisión. Cortó, pero todo lo demás queda.