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Sociedad

Nunca olvidarte es la mejor parte de haberte conocido

Contra el olvido. Ahora que se ha superado la funesta cifra de 5 mil fallecidos por la pandemia, familiares, amigos y allegados de los que han partido ofrecen los recuerdos de sus seres queridos, como una manera de preservar sus memorias. Médicos, policías, bomberos, artistas, activistas sociales, líderes indígenas, periodistas, muchas veces desaparecidos entre las estadísticas de todos los días, son recordados por quienes los conocieron o quisieron, para que nunca se pierdan en el olvido.

Por: Ángel Páez, Doris Aguirre y María Elena Hidalgo

El número de caídos por la pandemia del nuevo coronavirus sobrepasó la tristísima cifra de 5 mil peruanos, cuando reuníamos las historias de hombres y mujeres de todo el país, que han perdido la vida a causa de la espantosa enfermedad. El tráfago de la información de contagiados, hospitalizados y fallecidos, no nos ha permitido relatar la existencia de todas las víctimas del COVID-19. La República, con la contribución de familiares, colegas y amigos de los que murieron, recuerda a aquellos ciudadanos cuyas historias se perdieron en los reportes cotidianos de esta guerra sin cuartel contra el nuevo coronavirus. Y lo hacemos porque sabemos que el recuerdo, de alguna manera u otra, siempre mitiga el dolor de los deudos.

Todos han sido golpeados de distinta forma con la pérdida irreparable de personas significativas para su centro de trabajo, organización sindical, parroquia, institución militar o policial, empresa periodística, grupo musical, gremio deportivo, comunidad indígena, barrio, en fin.

Para El Agustino, por ejemplo, Yolanda Garay Tantaruna produjo un duro golpe porque se trataba de una pundonorosa dirigente del Vaso de Leche y defensora de los derechos de la mujer. Desde muy joven, se inició como líder vecinal del Sector Riva Agüero y con los años llegó a ser integrante del Comité Metropolitano del Vaso de Leche.

Yolanda Garay, lideresa

“Ha sido una pérdida muy grande para nuestro distrito, hemos perdido una lideresa. A pesar de no ser profesional tenía la capacidad de llegar a las personas. Ha sido una maestra para nosotras”, lamentó Julia Inocente Romero, su comadre y también dirigente vecinal de El Agustino, quien la conoció desde los 20 años. “Era una mujer muy alegre y humana, siempre dispuesta a apoyar, y, hasta los últimos días antes de iniciarse la cuarentena, seguía con el plan de trabajo para distribuir el reparto de canastas de alimentos a sectores vulnerables del distrito”, recordó.

En su día a día, Yolanda Garay se convenció de la necesidad del empoderamiento de la mujer, que la llevó a convertirse en una de las representantes de la Central Nacional de Mujeres de Sectores Populares Micaela Bastidas. Desde allí enfocaba su trabajo en la lucha contra la violencia a la mujer y la protección de menores. “La vamos a extrañar mucho”, dijo Julia Inocente.

Es muy probable que se contagiara mientras repartía los alimentos a los que más los necesitaban.

Algo similar ocurrió con el médico Tomás Amayo Lima. Con 35 años de trayectoria, y a punto de cumplir los 69 años, por su edad, y por su condición de hipertenso y sus antecedentes de diabetes, fue apartado y enviado a su casa por ser considerado como personal de riesgo del Hospital Regional de Salud de Pucallpa, institución de la que había sido director hace cinco años. Pero él continuó atendiendo a los enfermos del COVID-19. Así pudo haberse contagiado.

Tomás Amayo, médico

"Murió haciendo lo que más amaba. Atendió a sus pacientes, amigos y familiares de manera particular. Desde un inicio, cuando sus pacientes lo buscaban por el nuevo coronavirus, le dijimos que no lo hiciera, que si era por dinero podíamos sobrevivir con nuestros ahorros. Pero no era por eso, no era por la plata. Era porque no quería desampararlos", afirmó su hijo Tomasini Amayo Pérez.

Al enterarse de ser portador del COVID-19, el doctor Amayo se aisló de su familia y días después fue trasladado al hospital Rebagliati, donde murió. Sus últimas llamadas fueron para sus cinco hijos y dos sobrinos, a los que crió como hijos.

"Se fue el mejor amigo que tenía. Al irse al hospital Rebagliati me dijo por teléfono: '¡Estoy feliz! ¡He salvado a 50 personas!'. Nunca demostró que estaba mal durante su enfermedad. No pensaba que se iba a morir 'Estoy cachete', me decía. Esa fue la última vez que escuché su voz", recordó su hijo Tomasini Amayo.

Las víctimas del nuevo coronavirus no son necesariamente personas anónimas. Quienes han colaborado con este reportaje decidieron compartir las historias de sus seres queridos o amigos porque consideran que lo que hicieron o representaron en vida es significativo. Como en el caso del líder Shipibo-Konibo Silvio Valles Lomas, alcalde de Masisea, Ucayali. Para el pueblo amazónico, la muerte de Valles, muy apreciado además en la región ucayalina, ha sido un golpe muy hondo y duro. La enfermedad lo alcanzó cuando llevaba alimentos y ropa a los de su comunidad afectados por la cuarentena.

Silvio Valles, alcalde

“Ya tenía los síntomas, pero él no creía que fuera coronavirus sino que era una simple fiebre que iba y venía. Cuando lo llamaban pidiendo ayuda para su pueblo masiseino, apenas le pasaba la fiebre, volvía a salir. Nosotros le decíamos que descanse, que espere que le pase, pero no. No podía estar tranquilo si no iba a entregar ayuda. No podía estar sin atender a su gente. Así se fue complicando su situación”, relató Soli Rodríguez, pareja del alcalde en los últimos tres años. Ambos se conocieron en la campaña cuando era candidato y trabajaron juntos para alcanzar el sillón municipal de Masisea.

“Lo acompañé hasta el último día. Fue de Masisea a Pucallpa porque lo llamaban los residentes reclamando que no habían recibido los víveres y se puso mal, y así, mal, volvió a Masisea porque tenía reunión y complicó su situación. Camino a Masisea, lo agarró la lluvia y llegó con fiebre. Así estuvo una semana, pero él pensaba mejorar así nomás. Y ya el domingo lo sacamos de emergencia a Pucallpa, donde murió”, dijo Soli Rodríguez.

Alejandro Vergaray, policía

Por su contacto directo con los ciudadanos, los agentes de la Policía Nacional son el colectivo de servidores públicos más severamente golpeado por la pandemia. El número de víctimas mortales bordea los 150. Todos se contagiaron en el cumplimiento del deber. Ese es el caso del Superior PNP Alejandro Vergaray Melgarejo, de 58 años, quien escapó varias veces de la muerte durante la guerra contra el terrorismo. Sin embargo, un enemigo invisible llamado coronavirus terminó por postrarlo en una camilla de la Sala de Emergencia del hospital central Luis Sáenz , donde perdió la vida.

Nacido el 31 de agosto de 1962 en la localidad de Huayllabamba, distrito de Sihuas en la provincia de Áncash, Alejandro Vergaray, con 34 años de servicio y perteneciente al ex Guardia Civil del Perú, laboraba en el Escuadrón Verde del Callao y participó en los patrullajes a pie para el cumplimiento del aislamiento social obligatorio y así evitar la propagación del COVID-19.

“Era un policía que amaba su institución y era padre extraordinario. Desde que tuvo conocimiento de que era positivo para el nuevo coronavirus, la noticia lo quebró totalmente. Así que se aisló en un departamento del Callao, para no contagiar a su familia”, declaró Alberto Vergaray, su hermano mayor.

De acuerdo con los testimonios de sus compañeros de armas, Alejandro Vergaray era un policía cien por ciento operativo y estuvo al frente de las acciones para destruir a la banda terrorista, en los años 80 y 90. Luego fue derivado al Escuadrón Verde y también cumplió funciones en el Frente Policial VRAEM, donde intervino en varias operativos contra la organización criminal de los hermanos Quispe Palomino.

"En 1987-1988 Alejandro Vergaray estaba de servicio en la comisaría de Tabalosos, en la región San Martín, cuando el grupo terrorista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) arrojó una carga explosiva que destruyó la unidad policial. En esa fecha murieron tres compañeros de armas, pero Alejandro Vergaray salió ileso al lanzarse al vacío junto a otro efectivo, recordó un superior de la Policía que trabajó con Alejandro Vergaray. Fue durante el ejercicio de sus funciones que contrajo el COVID-19.

El periodismo también ha registrado muchas bajas. Medios extranjeros, como el periódico británico The Guardian, destacaron que ya suman alrededor de 20 hombres y mujeres de prensa abatidos por la pandemia. Entre ellos se cuenta a Azucena Romaní Tafur, ex reportera de La República y que laboraba en la agencia de noticias Andina cuando la sorprendió la enfermedad.

“Cuando nada hacía presagiar que nos tocaría vivir la pandemia del nuevo coronavirus, Azucena tenía previsto someterse a una operación a los ojos. Era muy corta de vista y se había cansado de usar anteojos con gruesas lunas”, relató su compañera de trabajo, Jessica Olaechea: “Estaba muy ilusionada con mejorar su visión y soñaba poder apreciar, sin ninguna barrera, los paisajes durante sus proyectados viajes a Egipto y Tierra Santa”.

Azucena Romaní, reportera

"Sus últimos días fueron de gran aprendizaje, aunque con algo de estrés, como para todos. Había que adaptarse a nuevos retos, organizarse mejor, adiestrarse en el uso de herramientas que antes no eran tan necesarias, como las videollamadas, y superar inconvenientes (la conexión lenta, por ejemplo)", explicó Jessica Olaechea.

"Azucena le ponía mucho esmero a cada encargo que se le hacía. Disfrutaba a mil cada vez que le pedía escribir una crónica, género que aplicó con gran destreza por su gran sensibilidad y buen manejo del idioma". Olaechea la recuerda así, preguntando por la próxima comisión.

Los bomberos también son un colectivo muy afectado por las muertes por contagio, debido al papel que cumplen en la primera línea de lucha. Entre los caídos está el brigadier José Hidalgo Pinedo. Tenía 55 años y estaba a dos días de cumplir un año más de vida. Nacido en Iquitos, Loreto, y con 40 años de servicio a la comunidad, Hidalgo pertenecía a una familia bomberil. Laboraba como coordinador general del Centro de Operaciones de Emergencia Regional (COER) y por la naturaleza de su trabajo estaba en contacto con los funcionarios del gobierno y la población.

Sin embargo, la actividad de Hidalgo se quintuplicó por la emergencia sanitaria. Una situación que expuso su integridad.

José Hidalgo, bombero

"Amaba lo que hacía y moría por su trabajo, cuando empezó con los primeros síntomas del virus. Una simple tos y malestares en su cuerpo lo postraron en una cama. Había salido negativo a una prueba rápida, pero cada día su salud se iba deteriorando", relató Joana Hidalgo Tuesta, su hija de 22 años.

“Mi padre ingresó de muy joven a la Compañía de Bomberos. Tenía 15 años cuando vistió el uniforme rojo y se convirtió en un bombero respetado por su experiencia. Era muy querido no solo por sus compañeros sino también por la población. Era un estratega. Tenía una gran vocación de servicio”, continuó.

“En Navidad, cuando cenábamos en familia, su teléfono sonó, y sin haber terminado aún el pavito al horno que mi madre había preparado, mi padre se levantó y salió rápidamente con chaleco en mano. Se había registrado un incendio en el distrito de Belén. ‘¡Ya vuelvo!’, dijo. Sin embargo, retornó recién al día siguiente. ‘Cuando una vida está en peligro, el sacrificio es un deber’, era su lema”, afirmó Joana Hidalgo.

La mejor parte de haberte conocido es nunca olvidarte.

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Gracias a Carlos Páucar, Roberto Ochoa, Yoyse Machuca, Ricardo Cervera, Erwin Valenzuela, Guadalupe Mozo, Pedro Escribano, Óscar Chumpitaz, Juan Álvarez, Luis Velásquez, Víctor Becerra y a todos los que contribuyeron con sus testimonios sobre las víctimas.

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