Columnista invitada de hoy: Cecilia O’Neill de la Fuente.,Teresa Ralli está espléndida en Antígona, versión libre de José Watanabe de la tragedia de Sófocles, con la dirección de Miguel Rubio, en Casa Yuyachkani. La abogada Cecilia O’Neill de la Fuente me envió este comentario de la obra que comparto con mis lectores. “A pesar de todo, Hades quiere la igualdad ante la ley”, le dice Antígona a Creonte. Súplicas innecesarias pues Antígona será enterrada viva y su hermano muerto quedará sin enterrar. Con elegancia y fluidez dignas de un espectáculo para todos los tiempos, Teresa Ralli es Antígona y, también, su tío Creonte, y su hermana Ismene, y su novio Hemón, y más personajes de esta obra. A Teresa Ralli le basta dar un aplauso para que la magia opere. Cambia su voz y ajusta su traje para que los personajes se apoderen de ella. Es tan verosímil la transformación, que me pregunto cómo, al final de cada función, Antígona, Ismene, Creonte y Hemón van a abandonarla. Edipo engendró cuatro hijos con su madre, estigma que marcó sus vidas y muertes. Dos hermanos caídos luchando por el poder; uno sepultado con honores, el otro devorado por aves carroñeras pues la ley prohíbe su entierro. Antígona se niega a cumplir la ley de los hombres e, inspirada por la ley de los dioses, insiste en cumplir el ritual que conduzca al desgraciado a Hades, el mundo de los muertos. Su hermana Ismene no se involucra por no rebelarse a la ley terrenal. Antígona retrata el eterno conflicto entre el Estado y los individuos, los límites al poder, los derechos fundamentales y el poder de los principios para dar contenido a la ley. Al abordar la relación entre leyes y principios, es maniqueo colocar al positivismo y iusnaturalismo en extremos irreconciliables. Esto permite una visión totalitaria del derecho, que excluye los valores de la concepción e interpretación de las normas. Son muchas paradojas, como la acusada en Antígona, azuzadas por la desintegración entre leyes y principios. Antígona es enterrada viva y su hermano no goza del privilegio de un funeral, rito indispensable para dejar ir a los muertos y para que los que no se fueron puedan seguir viviendo. Varios siglos después, nos permitimos tener muertos sin enterrar y familiares sepultados en vida por no poder despedirse. Es una paradoja que los autores de esas muertes, veinticinco años después de su captura, gozan de una libertad que las víctimas –vivos y muertos– jamás podrán disfrutar. Volvamos a Teresa Ralli. Lo más emocionante no fue su inmenso talento, sino la sostenida ovación de pie cuando dejó ir la piel de sus personajes.