La historia del ex asesor de las Madres de Plaza de Mayo (última parte),Los sueños de grandeza del hombre más satanizado de Argentina, CONFESIONES. Tres horas de conversación llegan a su fin con un autorretrato del propio entrevistado. Sergio Schoklender defiende con vehemencia la transparencia de sus actos, pero guarda silencio cuando se le recuerda que la mayoría de sus compatriotas lo considera culpable de corrupción. Se describe como un tipo de principios, que trata de ser honesto consigo mismo, y que volverá a hacer ayuda social. Caparrós no le cree, o le cree muy poco, y pondrá en evidencia sus contradicciones. Por Martín Caparrós Diario El País de España Llevamos horas. Es el cuarto café, afuera empieza a oscurecer, la perra llora y Schoklender le grita, su voz es de una violencia inesperada. Le pregunto si todavía cree que el ataque a las Torres Gemelas no era un acto de terrorismo y me dice que sí, que sigue creyendo que fue un acto de guerra que se guía por la misma lógica de escalada armada que los americanos llevaron a sus países, pero que nada está más alejado de sus propias ideas que los grupos de fanáticos religiosos de cualquier religión, y yo le digo que es curioso que su imagen pública está muy identificada con lo judío y que él en cambio se siente mucho más católico y estudió teología y tiene parientes curas y monjas y me dice que sí, pero que esa imagen judía, en esta sociedad bastante antisemita, ayuda a su condena. –Absolutamente. Me pegan por ser judío, me pegan por estar con las Madres, me pegan por ser de izquierda, me pegan por ser parricida. Es pesado. Dice que es pesado: otra vez la voz baja, la cara resignada. Otra vez, el karma de cargar con la fama o, dicho de otro modo, con la historia. Yo le pregunto cómo querría, entonces, definirse. –Como un rebelde librepensador. Dice, casi solemne: como un rebelde librepensador, repite, pero el efecto se pierde un poco porque aparece su mujer, ex mujer, que acaba de confiscar la play station y se queja y se ríe de tener un mantenido charloteando en el play room. Schoklender también se había definido así: parece que en eso están de acuerdo. –Qué se yo. Yo diría que soy un tipo que tiene principios y los defiende, que trato de ser honesto conmigo mismo todo el tiempo. Que dejé de aparentar, o de querer aparentar. Es decir, me di cuenta de que era imposible: que por más que lo intentara iba a seguir siendo malo, judío, terrorista, zurdo, parricida y ahora ladrón y estafador. Pero la vida da tantas vueltas… *** Dice, como quien acaba de descubrir algo. Yo me dejo tentar: he dicho en tantas clases que la entrevista es ese género inverosímil en el que uno se siente con el derecho de preguntar a un desconocido lo que no le preguntaría a su mejor amigo, y siempre puse el mismo ejemplo: que uno pueda preguntarle a ese desconocido, por ejemplo, si le teme a la muerte. Soy débil, tan firmemente vacilante: -¿Te da miedo la muerte? Schoklender me mira con un atisbo de sorpresa, se rehace: sí, claro, dice, se limpia los anteojos, suspiro lleno de humo. –Sí, claro, cómo no me va a dar. No por un castigo del más allá, ¿no? Por el tiempo. Siempre viví la vida como que no me alcanza el tiempo para todo lo que quiero hacer. Y me asusta no poder concretar algunas cosas que tengo como sueños. Lo más pesado desde que empezó el kilombo, todos estos años… Estos años son meses, seis o siete; se lo digo y se ríe pero amargo. –Sí, lo más pesado de estos meses es tener que estar sin construir, sin hacer. Estar caminando en Tribunales, boludeando, jugando el simulacro de proceso judicial disparatado. Eso me agota. Ya vamos terminando, pero se me ocurre decirle que, ahora, a esa lista de sus reputaciones se agregó la de bonvivant, el tipo que vive como un duque con la plata afanada al Estado. Era un comentario; fue el gatillo de media hora de explicaciones detalladas: que su empresa, Meldorek, tenía dos aviones para recorrer las 42 obras que mantenían en todo el país porque los transportes entre las distintas provincias son muy difíciles, que él sólo los usó dos veces para vuelos personales, una vez a Ushuaia y otra a Bariloche con su familia y que igual fue cargado de material para una obra, que nunca fue a Punta del Este, que el avión a veces se alquilaba para ayudar a pagarlo, que nunca nunca nunca tuvo un Porsche o una Ferrari, que nunca nunca nunca se subió siquiera a un Porsche o a una Ferrari, que la casa donde estamos fue hipotecada para pagar viajes de las Madres, que sí compraron unos lotes en un country para dárselos como compensación a los ingenieros y arquitectos que trabajaban para Meldorek por mucho menos que lo que suele cobrarse en esos casos, que él mismo podría haber cobrado muy legítimamente un 5 o 6 % de los 1.200 millones que el Estado les dio para sus construcciones por dirección general del proyecto y que no tiene un mango. Yo entiendo que esto debe ser muy importante pero no consigo que me interese tanto. Sí me interesa, y se lo digo, que por más que diga lo que diga hay millones y millones de argentinos que lo tienen por culpable. Que no sé si lo es o no lo es, pero que qué se hace frente a eso: un juicio módicamente inapelable. –No sé, no hay forma. Hay momentos en que parece imposible. Podés ir, contar, mostrar, y no hay manera. Cuando algo se instala no lo levantás más. Me digo que no me tendría que dar pena. Que él odiaría, supongo, dar ninguna pena, y que probablemente tampoco la merezca. Pero me lo repito. –¿Y entonces, cómo te ves dentro de cinco, diez años? –Desarrollando tecnología, montando fábricas, produciendo casas, convocando trabajadores y demostrando que las cosas se pueden hacer de otra manera. Lo dice como si lo creyera, de corrido, enfático. –¿Y te parece que tenés resto como para reconstruir eso? –Mil veces. Lo que tengo es el apoyo de la gente. No el apoyo de la sociedad, ni de los medios, ni de la clase política. Pero sí tengo el apoyo de la gente en los barrios. La gente ha querido hacer movilizaciones para apoyarme, pero yo las he prohibido porque no quiero joderles las pocas posibilidades de trabajo que les puedan quedar. Pero yo vuelvo a los barrios y empiezo a generar trabajo, y las tecnologías y las patentes son mías y están a disposición de todos. Me veo como que esto va a durar un tiempo, que me va a servir a mí para reflexionar y mejorar la tecnología y desarrollar nuevas cosas, y después me pondré a trabajar y a seguir construyendo. Lo que no saben, es que igual lo voy a hacer. Tardará seis meses, un año. Yo soy un apasionado de la tecnología, de la investigación de nuevas tecnologías, y la empresa que armé es una empresa de nuevos sistemas de construcciones de varias ramas. Y todo esto es una etapa más, qué se yo, yo he pasado tantas etapas locas en mi vida. Hace un par de horas me dijo que era un muerto en vida; ahora desborda de futuros. Estoy por decírselo, pero pienso que no vale la pena. Ahí debe haber un formato, un patrón. –¿A veces pensás qué rara es mi vida? –Bueno, ahora, cuando me hacés recorrerla. Entonces sí me pongo a pensar y me digo qué cosa loca, qué contrastes. La cantidad de cosas que he vivido: de estar en la cárcel a la selva de Chiapas con Marcos a los campamentos del Movimiento sin Tierra a las marchas sobre Brasilia a Belgrado cuando caían las bombas o un ministerio o la Casa de Gobierno en un acto público o en el Impenetrable trabajando con la gente, y de pronto ser execrado y maldecido en todos los medios y de pronto trabajar como abogado una época y ahora tener que volver a agarrar los libros a ver cómo era esto… Cuántas cosas, ¿no? Todo es por algo. Todo te enseña algo. La historia se cuenta al final. A veces en el momento uno no le encuentra lógica, pero cuando pasa el tiempo uno se dice esa experiencia me sirvió. No todo suma, hay cosas que restan, que restaron, te podés imaginar que vivimos días de mucha angustia, de mucho dolor, de muchas decepciones. Pero tratamos con Viviana de siempre manejarlo con un poco de ironía, de alegría. La gente cree que el tiempo es una cosa lineal y que pasó… Pero el espacio y el tiempo son otra cosa. Yo sigo pensando qué voy a hacer cuando sea grande. Dice, y se ríe: yo sigo pensando qué voy a hacer cuando sea grande. Tiene la risa chiquita, como contenida, y lo repite: qué voy a hacer cuando sea grande. Yo pienso en decirle que lo raro es que lo que iba a hacer cuando fuera grande lo hizo siendo muy chiquito, pero me parece que no debo. Me negocio: –¿Y a veces pensás pucha, la verdad que para ser un tipo inteligente he hecho muchas cagadas? Sergio Schoklender respira hondo, pita. Me mira como quien busca, pita de nuevo, me dice, tono confesional, que no. –¿Vos sabés que no me siento que haya hecho muchas cagadas? En general estoy bastante orgulloso de todo lo que hice. Dice, subraya el bastante, y me dice que nos levantemos. Al lado del play room está su estudio: escritorio de vidrio, silla de cuero negro, unos estantes, computadora, fotos en las paredes. Me las muestra: son sus logros. –Esto lo hice yo, esto lo construí yo con tres locos amigos… Dice, y me muestra un monumento a los desaparecidos y me muestra unas fotos en sus construcciones y una foto con el saxo y una foto con su mujer ex mujer y su hijo y los diplomas universitarios enmarcados y otras fotos y repite que no, que él está bastante orgulloso de todo lo que hizo. Y que ahora lo putearán cuando salga el libro y le tirarán con algún otro escándalo pero que, al final, todo pasa. –De últimas, al final, todo pasa, sabés, todo pasa. Dice, y no le creo.?