
Llegó octubre y el Perú revive una de sus tradiciones religiosas más representativas –la procesión del Señor de los Milagros–, una manifestación de fe que también coincide con la creencia de cercanía a un fenómeno impredecible que cada cierto tiempo marca la historia del país: los sismos. Aunque muchos lo conocen como el “mes de los temblores”, pocos conocen que esta denominación tiene raíces históricas y culturales ligadas a los grandes terremotos que sacudieron Lima en los siglos XVII y XVIII.
En conversación La República, los antropólogos de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), Alex Huerta-Mercado y José Sánchez Paredes, revelaron los orígenes de la relación entre los movimientos telúricos con la devoción al Cristo de Pachacamilla, que hoy es una de las tradiciones más antiguas que conservan los peruanos.
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Aunque según el Instituto Geofísico del Perú (IGP), los temblores no tienen una fecha habitual en la que suceden, en el colectivo peruano permanece la idea de que octubre es “el mes de los temblores”, debido a los fuertes terremotos que marcaron la historia de Lima en 1655 y 1746, que destruyeron gran parte de la capital. Según el antropólogo Alex Huerta-Mercado, los sismos, que son impredecibles y siempre anunciados catastróficamente, durante el Virreinato debieron ser percibidos incluso como algo más devastador.
“Podríamos decir que no hay tantas construcciones coloniales, porque realmente Lima era barrida cada cierto tiempo. Es más, hubo un terremoto que generó un maremoto que barrió el Callao por entero, y en el Callao encontramos pocas construcciones coloniales. Entonces, tenemos un enemigo que siempre ha sido una suerte de advertencia y ha generado una devoción como tal”, explicó.
Por otro lado, indicó que la devoción hacia una figura protectora frente a los temblores nació hace al menos 1.000 años, cuando las culturas preincaicas veneraban al señor de Pachacámac, donde se levantó el oráculo del mismo nombre, y que Hernando Pizarro saqueó y destruyó. José Sánchez Paredes agregó que desde diversos lugares de la sierra y selva del territorio se conocía este espacio sagrado.
“No en vano cuando se pinta al Señor de los Milagros, se hace desde el barrio de Pachacamilla, donde se asume que se había mudado población indígena y afro que había vivido originalmente en la zona de Pachacámac, llamada Pachacamilla, y como parte de esta tradición, cuando el esclavo angoleño la pinta y donde se hacen cultos al señor (…). También se le llama Cristo de Pachacamilla, entonces hay toda una correlación entre la idea de Pachacámac, como María Rostworowski lo ve, Pachacamilla, y el Señor de los Milagros. Tenemos también esta correlación de un señor protector, la idea de terremotos que han ocurrido en octubre y la idea que necesitamos una protección divina telúrica”, detalló Huerta-Mercado.
La asociación entre el Señor de los Milagros y los temblores inició tras el terremoto de 1655, cuando la imagen de Cristo, pintada por el esclavo angoleño Benito o Pedro Dalcón en el barrio de Pachacamilla, permaneció intacta pese al colapso de las estructuras que la rodeaban. El hecho fue interpretado como una señal divina. Sin embargo, fue el terrible terremoto de octubre de 1746, el más fuertes en Lima, el cual consolidó la creencia en una imagen protectora frente a los desastres naturales. Desde entonces, cada año los fieles salen a las calles para rendir homenaje a una figura que simboliza la fe y la esperanza ante la incertidumbre.
“El Señor de los Milagros revela ese sincretismo que sí se dio a nivel espiritual y que reemplaza el tipo de culto masivo asociado a imágenes paternales, a la idea de huaca o de señor protector de la naturaleza. Cuando he reflexionado sobre el morado, sinceramente lo que veo es que es un color que se ha asociado al fondo que había en la imagen del señor de los milagros, que era morado. Para mí, esa ha sido la base”, refirió Huerta-Mercado.
Por su parte, Sánchez Paredes sostuvo que el proceso de sincretismo; es decir, la relación entre indígenas, esclavos afros y europeos, fue complicada, debido a que cada etnia tenía sus propias creencias. “Los negros, al estar situados en un espacio en el que se fue construyendo el temor por los temblores y los sismos, fueron incorporando y sacando sus propias creencias e interpretaciones míticas. Todo eso se fue constituyendo en una especie de sincretismo nuevo, que después se juntó con los elementos cristianos”, detalló.
“Los esclavos, que recepcionaron las creencias que los indígenas habían recuperado como parte de su cultura y que la mantenían vigente en Pachacámac, le añadieron las creencias cristianas, porque al esclavo lo evangelizaron en la creencia de Cristo, en el culto a dios (…). Cuando se fue perdiendo esa sacralidad y ritualidad que habían tenido en otro tiempo, los negros empezaron a hacer los dibujos, pinturas de Cristo”, agregó el también profesor de la PUCP.
El Señor de los Milagros es una de las tradiciones más antiguas que perduran hasta la fecha en Perú. Foto: arzobispadodelima.
Huerta-Mercado analizó elementos del culto al Cristo de Pachacamilla que aún tienen relación con la época del Virreinato –la idea de una figura patriarcal–, y propios de esta celebración, como la forma en la que la gente vive este ritual. No es de sorprender que en la procesión del Señor de los Milagros, las personas que cargan las andas suelan menearse debido al peso de las andas y, al estar los seguidores apiñados unos con otros, se contagiae este tipo de movimiento.
“Hay como una ansiedad por tocar las andas porque combinamos elementos de magia con religión, en parte de nuestro maravilloso sincretismo mágico religioso; es decir, no solamente está el rol religioso, donde hay una suerte de subordinación a una entidad sagrada que depende de su providencia que nos conceda lo que le pedimos, sino un efecto más bien práctico de que tocamos los sirios, el anda, y tenemos ya un contacto milagroso solo por el contacto manual”, señaló.
Asimismo, la celebración del Señor de los Milagros también destaca como una fiesta de colores y sabores. Quienes han acudido a alguna de las salidas de la imagen sabrá que las calles se mezclan entre chifas al paso, presencia de cómicos ambulantes, puestos de venta de picarones, turrones y anticuchos, estos últimos coincidentemente alimentos heredados por la cultura afroperuana. Sin embargo, una vez la procesión anuncia el paso de la imagen, los comerciantes abren paso para que la imagen avance.
“El Señor de los Milagros se integra a la Lima popular, se adapta muy bien y deja de ser lo que era antes, un símbolo de la Lima tradicional colonial, para seguir siendo una Lima moderna dentro de él. Es una de las pocas tradiciones antiguas que quedan y son aceptadas, como ya no es la corrida de toros, que ya tiene más detractores que seguidores, como ya no son las fiestas de carnavales de antaño, de Amancaes, que ya simplemente no existen, como ya no lo son las tradiciones coloniales que han ido desapareciendo. Por otro lado, es una tradición que lo que ha logrado es unificar y unir a peruanos en diferentes zonas del mundo”, añadió el antropólogo.

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