Por: Katee Salcedo, comunicadora.
Son tiempos sombríos. Las vidas de muchos peruanos y peruanas se apagan diariamente ante nuestros ojos y la respuesta del Estado parece ser insuficiente. Una vez más vemos cómo las desigualdades sociales han hecho que sea, sobre todo una parte de la población, la que sufra las más terribles consecuencias de esta pandemia. Un ejemplo de ello es el restringido o nulo acceso a los servicios públicos básicos en varias partes del país.
Ante este escenario, del que ya no queremos seguir siendo espectadores, me asalta una pregunta que Gustavo Gutiérrez, el padre de la Teología de la Liberación, se hizo hace muchos años ¿Cómo hablar de Dios en medio de una realidad de muerte? Algunos gestos de humanidad en medio de la desolación me han ayudado a descubrir una respuesta.
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Reafirmar la solidaridad
Hace casi un mes nos enteramos de una noticia que despertó nuestra esperanza. Una colecta solidaria realizada por el Vicariato Apostólico de Iquitos logró recaudar la cantidad suficiente para implementar una planta de oxígeno en la zona. Esta iniciativa fue una respuesta a la terrible situación por la que pasaba la región de Loreto, con un sistema de salud colapsado por la gran cantidad de contagios y las repercusiones del dengue.
Así también, llegaba información de la cadena de ayuda que iniciaron varios laicos, sacerdotes y monjas, con ayuda del Vicariato Apostólico de Jaén, para prestar apoyo a los retornantes, aquellos peruanos que regresaban desde Lima a sus regiones caminando. ¿A cuántas personas habrán salvado de pasar hambre, frío y peligro en la carretera?
Son estos gestos de humanidad expresados en acciones concretas desde la Iglesia y la comunidad los que nos hacen sentir esperanza. Sabemos muy bien que parte del protocolo de salud implementado por el Gobierno es la distancia social mediante el confinamiento; sin embargo, esto no equivale a un distanciamiento del sufrimiento de nuestros hermanos.
Dejemos de señalarnos
Las cifras de contagios son desalentadoras, nos producen miedo. Sin embargo, era previsible que un virus con el nivel de letalidad como el de la COVID-19 iba a tener un impacto terrible en un país como el nuestro, con problemas sociales durísimos. La corrupción de todos estos años nos está pasando una factura bastante cara. En ese sentido, continuar culpando a los peruanos y peruanas que han intentado sobrevivir una cuarentena en las condiciones precarias a la que este sistema los ha orillado, es irresponsable. No estábamos preparados. Dejemos de señalarnos y empecemos a entendernos, a ayudarnos, a buscar salidas fortaleciendo los lazos comunitarios y también exigiendo que nuestras autoridades hagan lo que les toca hacer.
“Yo no tengo esperanza si no creo yo mismo razones de esperanza para mí y para los otros”, nos ha dicho el padre Gustavo Gutiérrez. Entonces, sigamos reafirmando la solidaridad y seamos luz de esperanza para los demás. Dejemos de culpar al hermano, cuidémonos y organicémonos creativamente desde nuestro barrio, organización, región para que nadie quede al margen.
Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.