El médico residente Hugo Rodríguez (28) nunca olvidará esa noche. Fue a inicios de abril, en la guardia en Emergencias COVID del Hospital Daniel Alcides Carrión, en el Callao.
Dos pacientes requerían ventilación mecánica de urgencia. Uno de ellos era un hombre de unos cincuenta años, padre de familia, seguramente un hombre de bien, con una comorbilidad que complicaba su situación: era obeso. El otro era un varón joven, con mejor condición física, pero que había sido traído desde un penal: era un criminal con varias condenas, entre ellas robo agravado y homicidio.
Rodríguez y sus colegas estaban en una situación sobre la que habían visto noticias de otras partes del mundo, sobre la que médicos amigos de otros países les habían advertido, pero en la que ningún profesional de la salud quiere estar: tener que elegir quién vive y quién muere.
¿Salvar a alguien que es una persona de bien para la sociedad, pero que tiene las menores posibilidades de ganar la batalla? ¿O darle ventilación al más joven?
Rodríguez, los otros médicos residentes y el médico asistente de guardia siguieron lo que indica el protocolo establecido para estos casos: conectar a la máquina al que tiene más chances de vivir. El delincuente vivió.
Horas después, cuando los residentes todavía no se recuperaban del impacto de lo que había ocurrido ante sus ojos, se vieron colocados nuevamente en la misma situación. Un hombre de unos 45 años, obeso, hipertenso, con todas las de perder. Y otro más joven, que vivía en las calles, un indigente por el que nadie preguntaba. Un solo ventilador disponible. Otra vez ¿quién vive?, ¿quién muere? Los médicos cumplieron nuevamente el protocolo. Conectaron al indigente.
Rodríguez cuenta que el hombre hipertenso agonizó prácticamente en sus manos. Pero lo que ocurrió después fue aún más terrible: el indigente tampoco sobrevivió. La enfermedad había sido demasiado fuerte.
El amanecer llegó con los médicos todavía preguntándose si habían hecho lo correcto.
“Son conflictos que te mueven. Decidir a qué paciente le damos el ventilador es algo que nunca pensé hacer”, dice Rodríguez. “Muchos médicos pasamos por eso, los colegas de UCI y de Emergencias pasan por eso todos los días".
Hugo Rodríguez es uno de los más de 6 mil médicos residentes que, según el presidente de la Asociación de Médicos Residentes del Perú, Gilver Canduelas, han sido movilizados por el Gobierno para atender la emergencia sanitaria.
Miles de ellos, en particular los que cursan especialidades clínicas, como Medicina Intensiva, Medicina de Emergencias, Neumologia o Infectología, han sido enviados, como soldados, a la primera línea de batalla contra la pandemia.
Hasta el 26 de abril había 348 galenos contagiados con el SARS-Cov-2. De ellos, 120 eran médicos residentes.
“Son los que están más expuestos”, dice Canduelas. “Cuando comenzó la emergencia, muchos médicos mayores de 60 años o con comorbilidades se fueron a su casa, y entraron a reemplazarlos los residentes. Y ahora ellos son los que pasan más tiempo en las áreas COVID”.
Hugo Rodríguez trabaja en el área de hospitalización del nuevo servicio Neumo-Infectología que se ha creado en el Carrión. Allí hay cinco pabellones con 20 contagiados en cada uno y muy poco personal: hay días en los que un residentes tiene que hacerse cargo de un pabellón entero prácticamente solo.
“Estamos asumiendo toda la carga”, dice. “Somos supervisados, en la mayoría de las ocasiones, por un médico asistente, pero quienes hacemos el trabajo sucio, quienes hacemos la evaluación directa del paciente y supervisamos que se haga lo que se acordó en la visita, somos nosotros”.
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En los últimos días, residentes de especialidades como Cardiología, Neurología o Dermatología han comenzado a apoyarlos en las tareas administrativas: desde el otro lado del vidrio, hacen las anotaciones en las hojas terapéuticas que los residentes que están en contacto con los pacientes les van dictando.
En otros hospitales, como el Arzobispo Loayza, los residentes de especialidades quirúrgicas colaboran en tareas puntuales, como los despistajes en las áreas de triaje. Sin embargo, el médico Francisco Flores dice que el último lunes el Comité COVID del Loayza acordó que a partir de ahora todos los residentes de ese nosocomio -son más de 300- colaborarán en la atención directa a pacientes positivos.
“Nosotros no nos negaremos”, dice Flores, “siempre que nos garanticen los equipos desprotección personal y que se vean los bonos correspondientes”.
El presidente de la Asociación de Médicos Residentes, Gilver Canduelas, dice que entre los residentes que atienden a pacientes COVID hay malestar porque no se les ha pagado el bono de 720 soles que anunció el Gobierno.
También sienten discriminatorio que se vaya a dar un bono de 3 mil soles solo para los residentes de tercer, cuarto y quinto año ignorando a los de primero y segundo y solo para los de las áreas de Cuidados Intensivos y Emergencias.
La otra causa de preocupación es qué va a pasar con este año académico, tomando en cuenta que se sus-pendieron las labores académicas para que los residentes asumieran a tiempo completo las asistenciales.