Por: Carlos Páucar
En el tema del coronavirus y en el caso de muchas otras infecciones que hoy nos gobiernan, los expertos recomiendan un simple y efectivo método para librarse del monstruo que acecha: lavarse bien las manos con el humilde pero efectivo jabón.
No se deje engañar. Ni jabón antibacterial (ya el doctor Elmer Huertas aclaró que no se trata de bacteria sino de virus), ni gel, ni mascarillas, ni desinfectantes, ni toallitas, ni cremas, ni rezos a todos los santos.
El humilde jabón, señores, con un buen refregar de más de 20 segundos. Y santo remedio.
Así lo leo en uno de los más interesantes tuits que he visto en todo esto del coronavirus. Un valioso hilo de Pall Thordarson, experto en nanomedicina y química supramolecular, de la Universidad de Sydney.
¿Por qué el jabón normal funciona tan bien frente al coronavirus? Simplemente porque es una nanopartícula autoensamblada y en la que el eslabón más débil de esa estructura es una capa lipídica, o sea grasa.
El jabón lo que hace es disolver aquella membrana grasa y el virus cae, se disuelve, se desmorona como un castillo de naipes, y “muere”, o más bien, se vuelve inactivo, ya que los virus no están realmente vivos.
Thordarson aclara que los “agentes antibacterianos” en los otros productos no afectan en absoluto la estructura del virus, ese autoensamblaje que protege la partícula viral y la expande. Solo lo hace el humilde jabón.
Aclara que el alcohol ayuda a la disolución del virus, sí, pero cuando tiene un alto contenido. También la luz del sol (UV) y el calor hacen inestable al virus.
Pero el jabón y agua “disuelven” el pegamento que mantiene unido al virus. Así que difundamos su uso. Del humilde, amable, leal, bendito, jabón.