El 28 de julio sus padres se encontraban allá en lo alto, hacia el lado izquierdo, en el palco del Parlamento donde destacaban los sombreros chotanos tejidos con paja de palma. En cierto momento de su discurso, Pedro Castillo levantó la cabeza y miró a Ireño y Mavila, emocionado.
Lo hizo cuando comentó “yo también soy hijo de este país fundado sobre el sudor de mis antepasados”. Fue un discurso elogiado por sus seguidores y hasta algunos opositores lo reconocieron.
“Un discurso del 28 de julio esperanzador, realista, pero que prontamente fue dejado de lado, oscurecido por sus decisiones y silencios”, recuerda el analista Fernando Tuesta.
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Ese día -también lo recordó el politólogo Alberto Vergara- Castillo se presentó como “un parteaguas definitivo: por primera vez llegaba un presidente de los oprimidos para acabar con 500 años de castas”.
¿Qué pasó con este hombre del discurso prometedor? ¿Qué sucedió en estos 5 meses de gobierno con el cajamarquino que tenía que caminar de niño dos horas entre trochas y sembríos desde Puña hasta llegar a su escuelita de Chugur, el que ya de mayor se convirtió en rondero y profesor rural, el que no dejaba de ayudar a su padre Ireño a seguir cosechando la papa blanca, la arveja, el maíz? ¿Ha sido ese José Castillo, quien consiguió más de 8 millones de votos en la segunda vuelta, el presidente que todos esperábamos?
Analistas y académicos coinciden en que Castillo no se convence aún de ser el primer mandatario del país. Para la historiadora Carmen Mc Evoy, “no ha podido demostrar que es el presidente de Perú”. Para el politólogo Martín Tanaka, “no sabe qué tipo de presidente quiere ser”. Para Vergara es “una oportunidad perdida descomunal”.
Paula Távara, politóloga y docente universitaria, se refiere al cambio que Castillo no ha dado: “Castillo no esperaba llegar a segunda vuelta, pero lo hizo. Y entonces tenía que ser capaz de transformarse de candidato a presidente. Ese cambio no lo ha dado. Seguimos escuchando sus discursos de candidato, sin la profundidad y convicción que necesitaría, ya a estas alturas, un jefe del Estado”.
Ya con la campaña electoral y con mayor razón con su triunfo hay un conjunto de expectativas, de representación, que Castillo encarnó y “no ha cumplido”, entiende Távara.
Esto puede haber ocurrido porque “no había construido un liderazgo político” y lo favorecieron “las circunstancias y la calidad del resto de actores políticos”.
El jefe de Estado Pedro Castillo continúa con su ronda de diálogo. Foto: Presidencia.
El juicio del analista Fernando Tuesta Soldevilla es contundente ante el gobernante de 52 años, que se hizo conocido por la huelga de profesores de 75 días, en el 2017, y que dependió en un primer momento de las posiciones de Perú Libre y Vladimir Cerrón. Y que luego padeció sus propias indecisiones.
“Este primer semestre del mandato del presidente Castillo ha sido el peor de todos los presidentes que se recuerda. Ha sido una decepción para sus votantes y creo que también sorprendió a quienes no votaron por él. No es solo su falta de experiencia política, sino su incapacidad de tomar decisiones que congreguen a un grupo de personas que se hagan cargo de la administración del Gobierno”.
Este primer semestre ha sido, en definición de Tuesta, de sobrevivencia. “Muchos de los problemas que tuvo se originaron en su propio entorno y sus decisiones. Le dio tela para cortar a una oposición que ya quiere verlo fuera del Gobierno”.
“Tiene, además, una gestión antirreformista porque donde se había logrado avances, como la reforma política, educación, transporte, fueron tomados por el Gobierno de manera contraproducente”.
Tuesta observa que el presidente no ha avanzado en sus promesas más notorias, como la constituyente, la segunda reforma agraria o la reforma tributaria, “y difícilmente avanzará porque el presidente sigue siendo una incógnita, no se sabe qué camino va a tomar”.
Al acabar el año, una vez más Castillo permanece en silencio. No ha aclarado denuncias de corrupción o irregularidades, no da detalles, no sienta posición. Y sigue sin dar entrevistas.
“Si el silencio del presidente es motivado porque él mismo considera que puede cometer errores, como que ha sucedido, enhorabuena, pero si el silencio es una forma de entender la política, cuando la política es comunicación, entonces sí que ha ingresado a un ámbito muy pantanoso”, alerta Tuesta.
Ya ha prometido dejar atrás los silencios el 2022. Pero en el nuevo período sería mejor que recupere lo que Paula Távara advierte, que “no tiene objetivos de gobierno y hay dudas en su capacidad de liderazgo”.
“Castillo pudo incluso haber planteado y defendido su agenda ante el Congreso y si no le aprobaban los cambios ya no era porque no lo quería hacer, sino porque no lo dejaban”.
Está a tiempo de hacerlo, de tener claridad de proyectos o en todo caso de elegir a ministros y funcionarios que sí lo tengan.
Para el politólogo y autor de El último dictador, José Alejandro Godoy, a Castillo quizá solo le quede irse al centro político.
“No podrá con lo de la constituyente. No es demanda popular y en todo caso la estiman para temas más punitivos. No podrá hacer grandes cambios macroeconómicos. El contexto internacional y el consenso, incluso entre ministros como Francke, es no mover nada”.
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El desafío para Castillo y los que lo acompañan es cambiar “un gobierno desordenado y con muchos tropiezos, sobre todo en cuestiones de gestión”.
Ya este Gobierno, como explica el analista del IEP Raúl Asensio, ha demostrado en cinco meses “una más de las singularidades de la política peruana: nos gobierna una izquierda que parece de derecha”.
“No podemos decir que haya sido una sorpresa. Castillo nunca quiso engañar a nadie. Ya en la campaña, el trasfondo reaccionario estaba ahí para quien quisiera verlo. Nunca ocultó su profunda desconfianza respecto a la modernización de la educación. Tampoco su desprecio por la prensa, su gusto por la parafernalia nacionalista o la pulsión xenófoba que quedó de manifiesto con la frustrada expulsión de migrantes venezolanos cazados para el espectáculo televisivo”.
Asensio indica que esa “agenda en otros países sería catalogada de derecha o incluso de extrema derecha, similar en mucho a la de Trump, Orban o Salvini, pero revestida de retórica indigenista y de izquierda”.
Ciertamente, desde que inicie el 2022, Castillo no tendrá margen para el error.
Lo señala Tuesta: “No tiene muchas posibilidades, o regresa al redil de Perú Libre, con los costos que conocemos, o morigera su discurso, archiva algunas promesas, suspende otras, para sobrevivir. El horizonte no se le presenta halagüeño”.