“El menosprecio asoma tras cada fisura en nuestro baile nacional de figuras”.,El congresista Carlos Bruce dijo que incluyeron al presidente Vizcarra en la plancha electoral de su partido para contrarrestar el exceso de “blancos” y el vacío de “provincianos”. Una decisión que hasta podría verse incluyente, pero que muestra la vigencia del lacerante juego de las apariencias. ¿Qué buscaban? Empatizar con las preferencias de una imaginada población chola, y claro, ganar. Para eso había que parecer plural. Un profesor de colegio escoge a sus representantes para las competencias en la capital provincial. Con su ojo experto precisa: siempre hay más finitas. ¿Qué busca? Gustar, ganar, tener más chances, y para eso, parecer blanco, encontrar blanquiñosas. “Con el tiempo se irá aclarando” me alientan algunos que llegan a conocer a la bebé. Traen presentes, calor humano. Y traen sus buenos deseos: Que tenga la suerte de no ser la acción afirmativa, el cupo de nadie en el futuro. ¿Cómo molestarse por esa expresión de buena fe racista? La confesión de Bruce revela lo que debía esconder con la apariencia. Un tipo de diversidad Benetton, instrumental, que no es sincera ni orgánica. Que es celebrada solo si puede ser convertida en folklore, relleno o paisaje. El menosprecio asoma tras cada fisura en nuestro baile nacional de figuras. Finjamos ser otros, que somos iguales, que somos blancos, o incluso cholos, si conviene, comiendo un cuy en el mercado popular. Total, si fingimos que tenemos partidos democráticos en el Congreso y no mafias, todo espejismo es posible.