"¿Será que las madres no lo hacen a propósito? Si alguien lleva a su bebe al aula o la oficina debe ser porque no le queda otra". ,El llanto de un bebe suena casi tan fuerte como la sirena de un carro de bomberos. Genera en quien le cuida la urgente necesidad de apaciguarlo, y entre los que están cerca, inquietud. No es divertido, pero es parte de la vida. Lamentablemente, antiguas nociones transforman este acto esencial en un mecanismo de control. En nuestra sociedad las mujeres suelen estar a cargo de la crianza, y esto las ubica “por naturaleza” en la casa, administrando ese llanto para que no estorbe afuera, donde pasan las cosas relevantes. Un líder de opinión dijo esta semana que una madre no puede llevar a su bebe a la universidad o al trabajo, criticando un proyecto de ley que busca proteger esta alternativa. El mensaje que manda, quizá sin pensarlo, genera culpa. La mujer que lo haga sabotea las expectativas de sus compañeros y las propias, pues nadie podrá concentrarse con tanto “berrido”. ¿Será que las madres no lo hacen a propósito? Si alguien lleva a su bebe al aula o la oficina debe ser porque no le queda otra. El problema no son los bebes, sino nosotros, que no hemos adaptado el mundo y nuestras mentes a las necesidades de las mujeres (o en este caso, quien cuide al bebe) y generado una nueva configuración de lo público. Más que mandar a las madres a casa a esperar que sus hijos dejen de llorar para realizarse, podríamos ayudar a que vivan esta tarea sin sentirse culpables de marchitarle la idea a algún discípulo de Wittgenstein que pobre, se distrae por un nene que pide teta.