“Nunca vio nada que le parezca despótico o explotador o desmedido o violatorio de los derechos humanos. Algo que es imposible de creer...”,En la enrevesada querella por difamación que me entabla el arzobispo sodálite José Antonio Eguren Anselmi, señala que es falso que haya conocido cosas turbias del fundador de su sociedad de vida apostólica, Luis Fernando Figari Rodrigo. O que haya sido corresponsable de la creación de la cultura de abuso de poder que se instauró al interior de dicha agrupación religiosa. O que, independientemente de que haya formado parte de la “generación fundacional”, ello no le hace cómplice de los atropellos y vejaciones y maltratos que padecieron los militantes del Sodalitium Christianae Vitae. O que jamás le hizo bullying psicológico a nadie. O que el símil que hice en mi blog entre él y el prelado chileno Juan Barros fue “perverso”. Y en ese plan. Ergo, ya adivinarán, soy una suerte de mentiroso compulsivo y redomado que me he inventado toda una historia para incriminar al pobre e inocente Eguren, quien recién se habría enterado de las humillaciones y los insultos y los golpes y la violencia y la opresión sodálite por la prensa. Hace muy poco, es decir. Así las cosas, ello me convertiría en un denigrador de honras, en un injuriador maldiciente. O algo así. Porque Eguren habrá formado parte del colectivo sodálite, pero nunca vio nada que le parezca despótico o explotador o desmedido o violatorio de los derechos humanos. Algo que es imposible de creer, si me preguntan. Porque a ver. El Sodalicio se creó el 8 de diciembre de 1971 en la capilla del colegio La Reparación, en Miraflores. Lo fundaron Luis Fernando Figari, el cura marianista Gerald Haby S. M., Sergio Tapia, Gonzalo Villegas, John Campbell, y un par más. Pero en 1976, dos de sus puntales, Tapia y Haby, se van del movimiento, dejando, a partir de 1977, como amo y dueño absoluto de la pelota a Luis Fernando Figari, quien junto a sus jóvenes discípulos, reclutados en el colegio Santa María, entre los años 73 y 75, comienza a darle forma a la organización. A esa gavilla de chiquillos entusiastas se le bautizó el “núcleo fundacional”. Ahí estaban Germán Doig, José Antonio Eguren, José Ambrozic, Alfredo Garland, Emilio Garreaud, entre otros. Y a estos se sumaron Jaime Baertl, Virgilio Levaggi y Alberto Gazzo. “En torno a ellos irá adquiriendo forma la nueva familia espiritual”, reseña un documento interno del Sodalicio, titulado “S.C.V.”, en el que se narra esquemáticamente la etapa del origen. De acuerdo a esta información, en el verano del 78 se abre una primera comunidad en la cuadra 23 de la avenida Brasil, a la que se mudaría Jaime Baertl, Juan Carlos Len y Joaquín de Quesada. Empero, es en noviembre del 79 cuando se forma la comunidad de San Aelred (Av. Brasil 3029). Y qué creen. El primero en mudarse ahí es José Antonio Eguren junto a Juan Carlos Len. Y luego se suma Germán Doig. Para entonces ya empieza a regir el Reglamento de la Comunidad, que debían aprendérselo de memoria quienes entraban a vivir a las casas sodálites. En este se leía en uno de sus artículos: “El espíritu de independencia es muerte para la comunidad”. Tal cual. Y es hacia finales de 1984, con la inauguración de los primeros “centros de formación” de San Bartolo, cuando se sistematiza e institucionaliza la cultura del abuso a través de una serie de técnicas de lavado de cerebro y formateo mental, propio de estructuras sectarias. Dos años antes de ello, en diciembre de 1982, se ordena sacerdote Eguren, convirtiéndose en el segundo cura del Sodalicio después de Jaime Baertl. (Continuará).