La importancia de superar la incapacidad para dialogar.,Frente a un destino tan aceleradamente en rumbo de colisión hacia el que transcurre el Perú de hoy, con el reforzamiento de los extremos y el debilitamiento de los puentes, va a ser necesario recurrir a gente que, sin llegar a estar de acuerdo con todas las partes en conflicto –que no son dos sino muchas–, ayuden, al menos, a construir espacios para oír y hasta entender las diferencias como inicio de un proceso que, en el futuro, haga posible que este país tenga un futuro. En esa ruta va la opinión de Max Hernández en la oportuna y valiosa entrevista de Rafaella León en el Somos de ayer, donde el psicoanalista ayuda a entender mejor las tensiones y emociones de un momento convulsionado por el indulto sin vacancia. Indulto que es evidente que el presidente otorgó para evitar su vacancia, y que es donde radica el peor error histórico de Pedro Pablo Kuczynski: no hacerlo como un esfuerzo de salvación nacional sino personal. Si, como es evidente, el indulto no cumplía el requisito de legalidad, el presidente pudo intentar la construcción de una legitimidad a partir de la compasión y reconocimiento por las víctimas por las que Alberto Fujimori fue condenado, y por sus deudos –en vez de solo dar dinero–, tras un diálogo con los sectores relevantes, y con el país, con transparencia y explicando lo que iba a hacer. El mamarracho de mensaje del 25 fue todo lo contrario. El presidente Kuczynski optó por el proceso y la oportunidad incorrectas, quizá escuchando más la proyección de la encuesta de la quincena que la perspectiva de la historia. Pero posiblemente no se le pueda pedir más a una presidencia seguramente bien intencionada pero dominada por la chambonada debido a una impericia política que ya es penosa, y que requiere con urgencia ser enmendada, no tanto ya por este gobierno sino por un país que necesita ilusión de algo mejor. Sobre eso, y a pesar de eso, se debe construir un futuro que minimice los efectos tan perniciosos de un gobierno débil y torpe que se maneja en la precariedad, y de una aún mayoría cada vez más precaria a la que le sobra sed de venganza y le falta generosidad por el país. Pero eso es lo que hay, pues. Y, a pesar de eso, hay que ir más allá de eso. Hoy es valioso el papel de quienes plantean los extremos de este debate sobre la situación y el futuro del país, pero también lo será el de los que ayuden a superar, como indica Max Hernández, la incapacidad para comprender y dialogar con el fin de procesar todo lo que pasó en el último cuarto del siglo XX en el Perú.