La importancia de la política en la evolución económica.,Es oportuno que este año el CADE plantee, a través del título Un solo Perú, no más cuerdas separadas, la relevancia de la política sobre la marcha económica, pues siendo un concepto obvio, ha costado mucho tiempo entenderlo, especialmente –pero no solo– al sector empresarial. Si se compara el Perú de fines de 2017, con todos sus problemas –que no son pocos–, con el de 1990, en medio del colapso económico e institucional, el embate destructor del terrorismo de Sendero Luminoso, y una gran corrupción –que crecería exponencialmente después–, la mejora es evidente e indudable. Eso se consiguió, en gran parte, por la recuperación de la estabilidad perdida y la reconstitución del aparato productivo gracias a un conjunto de reformas para modernizar, abrir y privatizar las decisiones de inversión. Sin embargo, la política y la institucionalidad –con excepción de la vinculada a asuntos económicos (BCR, MEF, Sunat, reguladores, etc.)– sufrió un grave deterioro por la vocación fujimontesinista por la corrupción y la perpetuación en el poder. A una parte importante de la inversión privada esto no pareció importarle mucho, y aceptó el embate institucional apostando, seguramente, a que en el camino eso se iría corrigiendo pero que, en cualquier caso, el fin (crecimiento económico) justificaba los medios (la autocracia). Luego vinieron los gobiernos democráticos y las cosas no cambiaron mucho: la economía con prioridad y el marco institucional relegado en la agenda nacional y empresarial. Preocupaba mucho quién estaría al frente del BCR o del MEF, pero poco quién manejaría el poder judicial o el Ministerio del Interior. Así avanzaron las cosas hasta que se llegó al lustro político actual, que al inicio se proyectaba deslumbrante por la coincidencia de visión económica de un presidente como Pedro Pablo Kuczynski y una mayoría parlamentaria como la de Keiko Fujimori. Pero un año y medio después, el futuro es sombrío por no poder armonizar una mayoría parlamentaria opositora fuerte y prepotente con un gobierno frágil y de mucha impericia. Una respuesta es que no habrá economía robusta sin una política sólida, y esto último pasa por temas como los que se anuncia que se discutirán estos días en CADE y sobre los cuales debería existir consensos razonables de mediano plazo: reforma política, buenas educación y justicia, economía competitiva, estado al servicio del ciudadano, y una visión compartida del futuro, pero sin avasallar la riqueza de la pluralidad y de la diversidad.