La última encuesta del IEP arroja un aumento de cinco puntos (29%) en la aprobación del presidente de la república. La del Congreso, en cambio, disminuye hasta llegar a un dígito: 8%. Esto significa que la aprobación del mandatario ha subido diez puntos desde junio hasta la fecha, principalmente en el sector rural (40%). Mientras tanto, el propio sector A desaprueba mayoritariamente al Legislativo (93%).
Estos resultados no me han sorprendido. La furiosa y ruidosa campaña de los principales medios no convence a (casi) nadie. En sus extremos, la “Willax people” es una minoría enfrascada en una burbuja de sesgos y ecolalia. Los resultados de esta encuesta los deben sumir en una disonancia cognitiva melancólica.
En el interín, el Gobierno continúa con su lucha frenética por la supervivencia. A los sectores que ven con beneplácito esta suerte de venganza de los desposeídos, les tiene sin cuidado el cambio enloquecido de ministros o las incesantes evidencias de corrupción en las esferas gubernamentales.
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Acaso más llamativo aún, no parece afectarles que pronto se vayan a quedar sin abono para sus tierras, puesto que el régimen es incapaz de organizar una licitación para adquirirlas. Lo cual no hace sino aumentar el ridículo de quienes pensaban en un plan siniestro para convertir al Perú en una dictadura comunista.
Más que una estrategia exitosa, lo que parece estar sucediendo es una sintonía con la rabia y el dolor que ha suplantado a la resignación de los que más han sufrido, en este penoso simulacro de República en el que hemos vivido estos doscientos años.
El clamor parece ser: ¡que se jodan todos! (los que nos jodieron durante este bicentenario). Para quienes ya vivían en el fondo del abismo o en el cauce del huaico, este desastre parece ser vivido como una reivindicación a lo Sansón con los filisteos.
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Por eso Pedro Castillo puede (des)gobernar como le venga en gana. El asedio de las élites no lo perjudica, sino lo fortalece. Más aún con una fiscal como la señora Benavides, cuyo rabo de paja es más largo que la cabellera de Rapunzel. La corrupción campea y el Estado se desmorona.
Ante esto, una vocera de la derecha afirma que solo hay Estado en los distritos pudientes de Lima. Castillo puede seguir depredando el erario y despedazando lo que esté a su alcance. Esto terminará, pues hasta el caos y la fragmentación tienen límites cuando no hay un sistema detrás. ¿Habremos aprendido?