Un mes después del peor desastre en la historia haitiana, y a medida que se acerca la temporada de lluvias, el pueblo de Marassa 14 no ha recibido el alimento, el albergue y la seguridad que necesita. Carteles callejeros garabateados en cartón prensado señalan las filas de carpas de plástico bajo las cuales duermen sobre la tierra más de 2.500 personas. La gente porta tarjetas de identificación escritas a mano, con una estampilla del nuevo comité de seguridad, y algunas mujeres sirven bocadillos fritos para conformar a las familias que no tienen qué comer. Este es el nuevo sistema creado por el pueblo eternamente resistente de Haití. En un abrir y cerrar de ojos desde el pavoroso terremoto de magnitud 7 que destruyó gran parte de Puerto Príncipe el 12 de enero, los vecindarios se están reorganizando y están abriendo los mercados callejeros. Todavía se ven los carteles que recaban ayuda extranjera, y vendedores oportunistas ofrecen banderas estadounidenses en miniatura mientras pasan los vehículos blindados de los soldados. Los muertos que estaban alineados a los costados de las calles con su hedor insoportable han sido retirados desde hace tiempo. Pero mientras la nación observa el viernes un día de duelo para recordar a los más de 200.000 muertos por el desastre, la gran mayoría del 1,2 millón de personas desplazadas por esos 40 segundos de terror vive a duras penas a nivel de subsistencia y con ayuda que no cubre sus necesidades. Dado que Estados Unidos ha suministrado más de 537 millones de dólares en asistencia a Haití desde el terremoto, la situación podría parecer sorprendente. Lo que ocurre es que el gobierno haitiano y la comunidad internacional no comparten las prioridades del pueblo. (Con información de AP)