
Kenza, una mujer de unos 40 años residente en Toulouse, Francia, vivió una de las peores noches de su vida el pasado jueves 19 de junio. Alrededor de las 19:00 horas, al regresar a casa, encontró a su gato Mu’iz, de apenas un año, agonizando tras caer desde un tercer piso. Su hijo, entre sollozos, le explicó que había abierto la ventana por accidente. Desde ese momento comenzó una cadena de hechos que la mujer califica como “inaceptables”.
Con su mascota desangrándose, Kenza improvisó una camilla con una cesta de ropa y condujo de urgencia los cuatro kilómetros hasta la clínica veterinaria más cercana. Pero en vez de recibir atención inmediata, se topó con una política rígida de pagos por adelantado que, según ella, terminó costándole la vida a su animal.
Ya en la recepción, la jefa de la clínica veterinaria se negó a intervenir sin el pago previo de 900 euros, justificando la medida con una supuesta deuda acumulada de “más de 20.000 euros en facturas impagadas”. Kenza solo tenía 250 euros, que dejó como adelanto, comprometiéndose a completar la suma esa misma noche.
Cuando volvió con el dinero restante, una hora más tarde, la veterinaria le aseguró que la operación fue exitosa. Su bazo había explotado, había perdido cerca del 50% de su sangre, pero es un milagro que haya sobrevivido. Sin embargo, la aparente recuperación fue solo temporal.
Al día siguiente, Kenza acudió nuevamente a la clínica para conocer el estado de Mu’iz. El personal le informó que debía recogerlo menos de 24 horas después de la cirugía, pese a que el gato tenía una pata fracturada y puntos en todo el abdomen. “Necesitaba estar en observación. Ya no me importaban 25 euros más”, denunció.
La situación se agravó cuando Kenza llegó a casa. El gato, desorientado, se quitó los vendajes, saltó sobre la cama y colapsó, dejando un gran charco de sangre. “No era solo una sutura abierta. Estaba sufriendo una hemorragia interna”, relató. Al llamar a la clínica, le ordenaron volver con urgencia.
Una vez allí, la escena fue aún más desconcertante. Solo una persona se encontraba de guardia, y ante la falta de personal, le pidió a Kenza que ayudara en la operación. “Me lavé las manos, me puse guantes, y asistí durante la cirugía”, narró. Durante la intervención, presenció errores que aumentaron su angustia: problemas para colocar el catéter, dudas sobre la anestesia previa e incluso preguntas sobre si debían coser al animal de nuevo.
“En un momento, tenía su hígado en la mano. Se notaba que no sabía lo que hacía”, sostuvo Kenza. La empleada, desbordada y llorando, terminó llamando a la directora, que vivía a media hora de distancia. Mientras tanto, Mu’iz seguía desangrándose sin control.
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El gato no sobrevivió. Para Kenza, el problema no fue solo la muerte de su mascota, sino la forma traumática en que ocurrió. Por ello, decidió presentar una denuncia formal contra la clínica por daño moral y presunta negligencia profesional.
“La prioridad debería ser la vida del animal, no el dinero”, enfatizó la familia. Aunque la clínica justificó su política de cobros por adelantado debido a impagos, el caso ha reabierto un intenso debate en Francia sobre los protocolos de emergencia en animales en centros veterinarios.

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