En 1970, Marie McCreadie se mudó con su familia desde Reino Unido a Australia cuando tenía 12 años. En ese entonces, ella gozaba de buena salud y el futuro parecía prometedor. “Eran como vacaciones de verano", recuerda.
Cuando la joven comenzaba a instalarse en el lugar y se acoplaba a las costumbres del país, todo cambió abruptamente para ella.
“Me desperté con un dolor de garganta y con un gran resfriado”, declara Marie a la BBC.
Días después, desarrolló una bronquitis. Durante esa primera semana, Marie recuerda una intensa irritación y fiebre.
“Pero cuando me bajó la temperatura, la infección en el pecho desapareció y empecé a sentirme mejor y ‘normal’... pero -después de unas seis semanas- mi voz no regresó”, relata.
La joven suponía que podía volver a hablar en cualquier momento, a pesar de que no tenía idea de lo que había ocurrido. Sin embargo, el paso del tiempo drenaba sus esperanzas.
“La primera vez que empecé a inquietarme fue cuando ya se me había ido todo el dolor y me sentía fuerte de nuevo. Me preocupaba. Y no sabía que hacer al respecto”, explica Marie.
Tampoco podía emitir sonido alguno. “Nada. Cuando me reía, ni siquiera se escuchaba una risa sofocada o un susurro. Y cuando tosía no emitía ningún sonido”.
Marie enfrentó muchas dificultades desde que perdió su voz.
Cuando Marie recurrió al médico, hubo más de un diagnóstico, lo cual era signo de que no se había encontrado la verdadera causa de su problema.
“Al principio lo atribuyeron a una laringitis, y después dijeron que se trataba de mutismo histérico”, cuenta.
El mutismo histérico es un trastorno de la función vocal producto de un silencio obstinado y voluntario. Por tanto, el médico creía que Marie se negaba a hablar.
Segura de que su problema no tenía que ver con su voluntad u obstinación, Marie continuó su vida cotidiana con obvias dificultades.
No podía usar el teléfono ni solicitar ayuda en la calle. “Si me encontraba en apuros o tenía un accidente tampoco podía gritar”.
Tenía que llevar cuadernos de notas y un lapicero para comunicarse. Pero las limitaciones eran numerosas. “No podía dar mi opinión”, lamenta Marie cuando recuerda las conversaciones de sus amigos.
En una oportunidad, la profesora obligó a todos en el aula de Marie a unirse al coro del colegio.
Marie salió al escenario y pasó un momento que ella recuerda como “vergonzoso”. Después de todo, muchos no entendían su mutismo.
“Yo solo quería gritarles, pero me lo tenía que guardar todo para mí. Tenía toda esa rabia e ira dentro que no podía liberar".
El colegio católico al que Marie asistía no la ayudó; más bien intensificó su calvario.
“Una monja, al ver que no había una razón física que me impidiera hablar, dijo que Dios me estaba castigando al haberme dejado sin voz".
“(Mis compañeros) empezaron a creer en lo que decían, que estaba siendo castigada y que tenía que confesar mis pecados para recuperar mi voz. Yo me negaba a confesarme porque no tenía nada que confesar”.
A pesar de la descabellada afirmación de los religiosos de su escuela, Marie comenzó a cuestionarse a sí misma. “En el mundo en el que crecimos el cura, las monjas y los médicos siempre tenían la razón. No los ponías en duda”.
El colegio católico de Marie contribuyó a su aislamiento.
Todo se tornó cada vez más ‘oscuro’ para Marie.
“Al principio se reían de mí. Las niñas solían llamarme la mujer del diablo y otras bromas de ese tipo, pero con tiempo dejó de ser una broma. Era grave, extremo".
“Como me negué a ir a confesar mis pecados, no me dejaban entrar en la iglesia para ir a misa, a donde íbamos con la escuela cada viernes, así que tenía que quedarme fuera”.
La discriminación continuó y Marie se sentía cada vez más aislada.
“En ese punto, empecé a creerles y a pensar que era diabólica, que pertenecía al diablo, que Cristo no quería mirarme, que no era parte de la cristiandad, que era una bruja. Cuando eres niña, ese se te mete en la cabeza”.
Tras dos años de aislamiento, frustración y dudas, Marie intentó quitarse la vida. Cuando le dieron de alta en el hospital, no volvió a ser admitida en la escuela. La enviaron a un centro psiquiátrico.
“Eso fue un infierno, una pesadilla. Había drogadictos personas con crisis nerviosas, una mujer que creo que había sufrido abusos... Yo era la más joven y era muy influenciable”.
Incluso, con solo 14 años, llegó a experimentar las sesiones de descargas eléctricas. “Mi cabeza explotaba, llega un punto en el que te bloqueas”.
Marie logró a escapar, y aunque logró volver a casa, la relación con sus padres nunca fue la misma. Ella les tenía rencor por haberla dejado allí.
Marie tuvo que atravesar un duro periodo en el hospital psiquiátrico antes de poder hacer su vida como adulta.
Después de permanecer aislada un tiempo más, comenzó a trabajar en la cafetería que manejaba su madre, aprendió el lenguaje de signos, volvió a estudiar y aprendió mecanografía.
Cuando tenía 25 años, le sucedió algo que le volvió a cambiar la vida, como 12 años antes.
Un día, estaba en el trabajo y empezó a sentir un gran malestar.
“Comencé a toser y empezó a salirme sangre de la boca. Pensé que me moría. Podía sentir algo moviéndose en el fondo de mi garganta. En un momento dado pensé que estaba tosiendo mis entrañas”, recuerda.
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Un compañero llamó a una ambulancia y la llevaron al hospital, donde los médicos detectaron un bulto y lo extrajeron de su garganta. Cuando lo enjuagaron, se dieron cuenta de que era una moneda australiana de tres peniques.
Ella no tenía ni idea de cómo esa moneda había llegado allí. Lo cierto es que se había alojado en el fondo de su garganta durante 12 años, justo al lado de sus cuerdas vocales. Esto impedía que pudieran vibrar, por lo que no emitía ningún sonido.
Los médicos extrajeron un bulto envuelto en mucosidad y sangre. Lo enjuagaron y descubrieron una moneda australiana.
Todo se sintió diferente cuando la moneda salió.
“Pude sentir el sonido en mi garganta, gemidos, sollozos. Al principio, no sabía de dónde venía ese ruido".
Los médicos explicaron que no se habría podido ver la moneda en una radiografía por su ubicación en la garganta.
Con el tiempo, Marie aprendió a respirar y moderar el volumen de su voz. Aprendió rápidamente y se unió al coro local.
Marie le concedió una entrevista a la BBC tras publicar en julio de 2019 su libro Voiceless (“Sin voz”), donde relata su increíble historia.