Por Abelardo OquendoAbelardo Oquendo "Te has muerto, José, y desde entonces / hemos estado haciendo mucha bulla. / Pero me consuela creer / que sigues andando despreocupado bajo el sol / sin enterarte / sin escuchar / el estúpido alboroto de los sobrevivientes". El anterior es uno de los nueve poemas que Micaela Chirif agrupa bajo el título "La muerte" en su reciente libro Cualquier cielo. (Mundo Ajeno Editores, Lima, 2008). El poema podría pasar desapercibido si el lector no recordara el epígrafe que llevan esos nueve poemas: unos versos de José Watanabe que dicen: "Caminando un día por ahí / que no me entere, Señor, que he muerto / y siga andando por la alameda con sol." Pero aún recordándolo podría parecerle débil a quien espera grandes palabras sobre la muerte, ideas hondas, desgarradores sentimientos. A quien no reparó debidamente en el segundo epígrafe, el de Toko: "Los poemas a la muerte son un engaño. La muerte es la muerte." Chirif –es obvio– quiere apartarse del engaño, pero no renunciar a la poesía. ¿Es esto posible? Tal vez el siguiente pueda no parecer un poema: "Tu marido ha muerto, dijiste. // Y te quedaste mirándome. // En el silencio / se hizo más intenso / el olor a estofado." Tal vez alguien pueda pensar que es un mal chiste, un desafortunado intento de humor negro. ¿Cómo refutarlo, probar que es poesía? No se va aquí a intentarlo, desde luego. Sí a decir que "La muerte" es una suma de pequeñas estrofas (situaciones, visiones, previsiones, intuiciones, impresiones) que van construyendo un sentido a contrapelo de la tradición, con esfuerzo para no dejarse traicionar por la retórica. En ellas la muerte no es sino algo cotidiano e inmerso en la vida, y el lenguaje algo que se le arranca al silencio, o su aliento, para decirlo sin ningún dramatismo. El aliento del silencio pero también de quien enuncia los poemas desnudando las palabras para hacerlas más ciertas. Cualquier cielo es un libro de poemas y no solo poemas en un libro. Los que alberga parecen ignorar las figuras retóricas que la poesía frecuenta, pero todos hablan un lenguaje que dice mucho más que sus meras palabras, que trasmite esa densa supraliteralidad con que la poesía nos toca. Alta poesía algunos de ellos: "Te has ido, José, / y yo repito tu nombre / como si tu nombre fuera / tu paradero." O "Quédate ahí / mirándolas / hasta que las cosas se separen de sus nombres / y vuelvan al mar / que silencioso viene / y se va."