
Por primera vez en la historia, la deuda global superó los US$324 billones, y América Latina no se quedó atrás: solo seis países de la región —Brasil, México, Argentina, Chile, Colombia y Perú— acumulan US$3,6 billones en compromisos financieros, lo que representa el 1,11% del total mundial, según datos del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF).
Pero si bien las cifras suenan alarmantes, los economistas insisten en que el verdadero problema no es cuánto se debe, sino a qué precio. Mientras Estados Unidos sigue endeudándose sin que los mercados le cobren caro por ello, los países latinoamericanos enfrentan tasas más altas, incluso con deudas mucho menores.
“La paradoja es esa: el mundo se alarma por la deuda de EE.UU., pero América Latina paga más por cifras más bajas”, señala Jonathan Fortun, economista del IIF, a Bloomberg.
Tres economías de la región destacan por el peso de su deuda pública bruta (es decir, lo que deben sin descontar lo que tienen ahorrado):
Colombia se ubica en 67%, México en 58%, y Perú y Chile en menos del 40%, considerados entre los más responsables fiscalmente.
“No se trata solo de cuánto debes, sino de si puedes pagarlo sin sacrificar salud, educación o estabilidad económica”, explica Clara Inés Pardo, académica y economista.
En medio del ruido regional, Perú se ubica entre los países con menor deuda pública bruta de la región, por debajo del 40% del PBI. Esto se debe a que históricamente ha mantenido políticas fiscales más ordenadas y ha usado la deuda solo para cubrir déficits temporales.
Sin embargo, como advierte Fortun, eso no significa que estemos blindados. Existen “pasivos ocultos” como garantías de proyectos de infraestructura o asociaciones público-privadas que, en un escenario de crisis, podrían volverse deuda efectiva.
Estados Unidos proyecta que su deuda neta superará el 170% del PBI en la próxima década. Pero a diferencia de América Latina:
Por eso puede sostener niveles altos de deuda sin que los inversores huyan. En cambio, Latinoamérica se endeuda en dólares o euros, lo que la hace vulnerable a la volatilidad cambiaria y más cara al financiarse.
Tanto Fortun como Pardo coinciden: endeudarse no es malo en sí mismo. Lo importante es para qué se usa la deuda. Si es para construir hospitales, mejorar la educación, invertir en infraestructura o enfrentar una emergencia, puede ser una herramienta poderosa. Pero si se destina al gasto corriente, subsidios mal focalizados o clientelismo, se convierte en una bomba de tiempo.
“La clave está en usar la deuda para inversión productiva o estabilización cíclica, no para cubrir huecos eternos”, advierte Pardo.
En resumen, no estamos en crisis, pero no hay margen para confiarnos. El costo del dinero sube, y si no hay crecimiento sostenido ni reformas fiscales claras, la deuda puede volverse una carga real, no solo un número en el Excel.

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