Euphoria, la serie creada por Sam Levinson, lanzará su segunda temporada en HBO Max y los fanáticos no podrían estar más emocionados tras una espera de casi tres años. Quizá dicho tiempo fue suficiente para que el espectador tome un profundo respiro de la intensa, impactante y oscura historia.
Sexualidad, cuestiones de género, abuso de drogas, depresión, problemas de autoestima, sexo, daños psicológicos, traumas, redes sociales y otras adicciones: así es el programa que no teme acabar con los dilemas de un adolescente mientras intenta encontrar su lugar en el mundo.
Cada personaje tiene un poco de eso que explica su comportamiento. No hay un solo eslabón débil en el programa. Todos tienen su momento para brillar, desarrollarse y adquirir una complejidad poco vista en este tipo de series juveniles que aprovecha todos los clichés conocidos.
Para muchos, Euphoria es el Skins de esta generación, pero hay pequeños detalles que marcan una gran diferencia. Por ejemplo, el retrato crudo de las consecuencias de las sustancias o trastornos y una mayor conciencia de su impacto en la audiencia, pese a que también se aproveche la efectividad de ese cebo.
Desde un inicio, la creación de Levinson fue vendida por varios medios como una serie transgresora y las organizaciones conservadores no tardaron en pegar el grito en el cielo. Lo cierto es que no hay un tema tabú que le suscite un obstáculo ni razones para suavizar los poderosos sucesos.
Este es un distintivo mayor del show y la razón por la que difiere de Skam, otro ejemplar contemporáneo que evidencia su talón de Aquiles: la inesperada uniformidad que supone mostrar un desolador mundo de adolescentes sin tregua. Todos son diferentes, pero no escapan de la tragedia y esta en exceso puede llegar a saturar a varios espectadores por su misma intensidad.
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En definitiva, Euphoria ha llevado el género a otro nivel sin romanticismos de por medio. No solo por su impactante retrato, crudeza y realismo desde su perspectiva, sino también por la dirección artística. La puesta en escena, estética y cámara elevan la narración a cuotas impensadas para este tipo de producciones lanzadas para la pantalla chica.
El soundtrack tampoco puede no mencionarse. Canciones como All for us, Still don’t know my name y Forever son otras piezas clave que convierten a la serie en un poderoso viaje que te robará el aliento. Es una hipérbole de sensaciones y sentimientos que te sacude como una montaña rusa única en su tipo.