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Ciencia

El ‘reloj del fin del mundo’ está a 100 segundos del apocalipsis por tercer año seguido

Este artefacto que simboliza la catástrofe del planeta ha incluido este año factores que nos acercan más a un punto sin retorno, como la COVID-19 y la crisis climática.

larepublica.pe
Por tercer año consecutivo desde 1947, el reloj se encuentra a solo 100 segundos de la medianoche, que representa el fin del mundo. Foto: Boletín de Científicos Atómicos

El ‘reloj del apocalipsis’, el proyecto que simboliza la inminencia de un cataclismo planetario y está a cargo del Boletín de Científicos Atómicos, se mantuvo el jueves a 100 segundos de la campanada final, sin que se observara ninguna mejora desde este récord establecido en 2020.

Los riesgos que plantean la proliferación nuclear, el cambio climático y la pandemia se han visto exacerbados este año por “un ecosistema de información disfuncional que socava la toma de decisiones racional”, señala la ONG que hace esta alegoría de nuestra exposición a peligros globales.

“Estamos atrapados en un momento peligroso, que no trae ni estabilidad ni seguridad”, dijo la académica Sharon Squassoni, una de las editoras del Boletín de Científicos Atómicos, que maneja el artefacto.

También llamado el ‘reloj del fin del mundo’, este indicador metafórico se creó en 1947 ante el creciente peligro nuclear y el aumento de las tensiones entre las dos potencias de la Guerra Fría.

Desde entonces, los miembros de la organización, con sede en Chicago, han ampliado los criterios. Este año, por ejemplo, incluyeron “la COVID-19, la proliferación nuclear, la crisis climática, las campañas estatales de desinformación y las tecnologías disruptivas”.

“El ‘reloj del fin del mundo’ continúa flotando sobre nuestras cabezas, recordándonos el trabajo necesario para garantizar un planeta más seguro y saludable”, dijo la presidenta de la organización, Rachel Bronson.

Los expertos lamentan un “entorno en el que ninguna evidencia imaginable o argumento racional puede persuadir” a las personas con creencias muy arraigadas, lo que ha llevado a “fracturas en nuestra comprensión común de lo que es verdad”.