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Sociedad

¿Quién cuida a las amas de casa durante la pandemia?

El coronavirus obliga a que las madres de familia le dediquen más tiempo a las labores domésticas y de cuidado. Si recibieran un pago por este trabajo, superarían el aporte de la minería, la industria que más dinero le deja al país. Pero nadie valora esta ocupación.

Irma abre su alacena y observa la comida que le queda para los siguientes 18 días de cuarentena: una lata de atún a medias, una bolsa con lentejas verdes y un poco de azúcar. Escoge las menestras e improvisa el almuerzo para sus dos nietos, sus tres hijos y su esposo.

La casa es pequeña: Irma tendrá que cocinar en el mismo lugar donde se remoja un pantalón. De a ratos le cuesta maniobrar con todo a la vez. José, el marido, está sentado en una silla y por momentos mira las noticias en el televisor.

-Así no pues - dice sin moverse del asiento - ponlo en la olla.

Irma, mujer de 58 años y ama de casa desde los 11, lo escucha en silencio.

Créditos: Antonio Melgarejo / La República.

Créditos: Antonio Melgarejo / La República.

Si ella y las más de 8 millones de amas de casa (IPSOS, 2018) que trabajan gratis en el país recibieran un pago por atender a sus familias, aportarían este año el 40% del PBI, más del doble de lo que deja la minería, según Pablo Lavado, investigador de la Universidad del Pacífico (UP).

Pero el de las llamadas ‘amas de casa’ sigue siendo un trabajo invisible. No solo para sus hijos y sus esposos, quienes no podrían estudiar ni trabajar si es que ellas no se encargaran de la casa. Sino también para el Estado, que no podría afrontar la crisis sanitaria por el nuevo coronavirus sin este trabajo no remunerado que sostiene la vida de millones de hogares.

Cuidados que ignoramos

En circunstancias normales, según la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo (ENUT), una mujer ocupa más de cinco horas diarias en tareas domésticas. Lavado y Beltrán -vicerrectora de la UP- calcularon que, de cobrar un sueldo, las mujeres que cuidan a sus propias familias deberían ganar entre 800 y 1.200 soles mensuales.

En la cuarentena ese trabajo se multiplicó. Irma, por ejemplo, dejó de trabajar como vendedora ambulante y le dedica el 100% del tiempo a cuidar de su familia.

“Lo importante acá es observar cómo una buena parte de la producción nacional “descansa” en las labores domésticas que no se pagan ni se reconocen. Y digo “descansa” porque sin este tipo de trabajo, el capital humano no podría estar disponible para realizar las labores que sí se remuneran”, explica Beltrán.

Amos de casa

El sol calienta más en lo alto del cerro Flor de Amancaes, en el Rímac. Su luz ingresa por una puerta de madera carcomida e ilumina el espacio donde se preparan almuerzos, desayunos y cenas.

Afuera, al lado de la puerta, Irma habla más bajo. Se encorva antes de contar que desde hace 32 días su conviviente no sale a beber alcohol. Dice que por eso ella y Marcelo ya no duermen en casa de su hija, quien vive más arriba. Eso la alivia, aunque implique escuchar sus gritos de vez en cuando.

-Reniega todo el tiempo. Quiere salir a la calle. Mi hijo mayor le dice que si sale ya no retorne. Puede contagiarle el virus a Marcelo.

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Marcelo (21), su hijo con autismo, deja los juguetes en la mesa y se acerca al caño para que su papá le lave las manos.

-Acá lo atendemos todos los días. Lo bañamos. Ahora tiene un poco de tos, por eso le estamos dando este jarabe. Tenemos miedo de que se contagie el coronavirus.

Cuando está bien, José ayuda en la casa:

-Él también cocina y me ayuda a veces. Antes también lo hacía, pero paraba más tiempo afuera, en La Cachina. Ahí conseguía cosas para vender. Él trabaja para su vicio. Y cuando toma, ¿qué te va a ayudar? Lo avienta, lo patea todo.

Aunque la proyección que Lavado hizo del PBI de este año considera algunas ocupaciones domésticas que los hombres cumplen recién por la cuarentena, para la exministra de la Mujer Marcela Huaita, cuando la emergencia nacional termine, muchos varones dejarán de cumplir con las tareas del hogar que durante siglos las mujeres han realizado.

“Puede que por necesidad cocinen o laven. Pero, una vez pasada la emergencia, ya no lo harán porque nunca lo aceptaron como un rol que podían asumir como suyo. Además porque son acciones que no tiene valor ni reconocimiento social”, dice.

Irma está preocupada.

Créditos: Antonio Melgarejo / La República.

Créditos: Antonio Melgarejo / La República.

Ocuparse de un trabajo despreciado por la sociedad daña la salud mental de las amas de casa. La obligación de realizar las labores domésticas de manera profesional hace que muchas caigan en depresión. No tienen tiempo para preguntarse quiénes son y qué quieren ser.

La situación se agrava cuando los esposos e hijos perciben las labores domésticas como una expresión de amor. Entienden que si ellas no cumplen las tareas del hogar es porque les desinteresa la familia.

“A las mujeres, por su maternidad, se les atribuye dadoras de amor incondicional y por tanto sus actos lucen revestidos de esta capa, lo que ayuda al no reconocimiento del trabajo doméstico”, explica Huaita.

Ni bonos ni canastas

Antes de que el presidente Vizcarra anunciara la entrega del bono universal de S/ 760, ya se había dispuesto la transferencia de S/ 380 para cada familia considerada pobre, según la información recogida por el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social en 2017.

Aurelia Luna, titular de este sector, aclaró que solo podrían cobrar este monto mujeres entre los 18 y 60 años. Pero el dinero no sería para ellas, sino para adquirir los alimentos que sus familias necesitan durante la cuarentena.

La Defensoría del Pueblo exigió al Gobierno que disponga medidas laborales con perspectiva de género, pues son las amas de casa las más perjudicadas. “Esto sucede porque, sumada a la carga laboral remota o informal que realizan, recae sobre ellas la mayor parte de las actividades domésticas y de cuidado en los hogares”, explicaron.

Mientras se organiza la distribución del nuevo bono, mujeres como Irma siguen esperando las canastas que los municipios prometieron donarles. Seguirá inventando comidas con lo poco que le queda en la alacena. Hace más de treinta años que hace ese trabajo sin cobrar un centavo y ahora no está dispuesta a dejarlo.

Esta crónica fue hecha en el marco de la beca Cosecha Roja.