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Sociedad

Kausachun

“Y es inevitable preguntarse quiénes son acá los modernos y quiénes los atrasados ignorantes”

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Fue insólito que un documental como La Revolución y la Tierra sobre la reforma agraria, llegara a más de 70 mil espectadores en pocas semanas. Primero por el formato, y segundo, por el tema. No pueden haber sido tantos miles los nostálgicos comunistas de tercera edad, que atiborramos las salas para ver un episodio de nuestra historia. Ése que suele ser criticado por las expropiaciones y por dizque haber estancado la economía agraria. Como aseguró el colega Juan Carlos Tafur, esa narrativa niega la impronta liberal de la iniciativa y distorsionó groseramente los hechos. La película, entonces, fue una oportunidad para que otras generaciones tuvieran un conocimiento más documentado –valga la redundancia– de lo que sucedía en el campo antes de la reforma agraria.

Imposible no recordar, por ejemplo, a Irene Jara, cajamarquina que llegó a la capital hace más de sesenta años y cuyo testimonio de vida fue publicado en “Soy Señora”, un libro de la historiadora Francesca Denegri. Irene recuerda que, en Cajamarca, Pasaba el ingeniero y teníamos que hincarnos de rodillas todas las campesinas y a sacarnos el sombrero, como si fuera Dios. Y se asombra porque: En Lima, claro que hay gente rica, no digo que no, pero todos éramos más iguales que en mi tierra.

Ese ser “más iguales” entre peruanos parece orientar la conmemoración de medio siglo de la reforma agraria, y encontrar un cauce para el balance. Contra la construcción discursiva de un campesino pre-moderno: quechua, ignorante y atado a las tradiciones que lo condenan a permanente explotación, un reciente estudio de María Isabel Remy, presentado en un seminario de la Universidad Agraria, nos ofrece otra lectura.

En “La Reforma Agraria. El antes, durante y después” la investigadora Remy nos recuerda que, desde la década de 1950, el movimiento campesino adopta tres estrategias en su lucha por la tierra. En primer lugar, los yanaconas de las haciendas asumen la fórmula organizativa del movimiento obrero, se forman sindicatos y se legitiman sus huelgas contra el trabajo gratuito que estaban obligados a darle al patrón, a cambio de la pequeñísima parcela que se les otorgaba para sus cultivos de subsistencia.

En segundo lugar, entrada la década de 1960, los campesinos sindicalizados se agrupan en federaciones, acceden a una defensa legal y evaden los poderes locales, obsecuentes con –y sometidos a– los terratenientes, buscando el diálogo directo con el Ministerio de Trabajo. Y finalmente, el movimiento campesino no apela a la injusticia de su situación sino a la ilegalidad de la misma: la huelga es contra el trabajo gratuito, que estaba prohibido en Perú, al tiempo que se recuperan tierras que eran suyas y de las cuales habían sido despojados.

Estas tres estrategias de los campesinos movilizados son modernas, en el sentido amplio del concepto: apelan a leyes, a la razón, al poder público que debería orientarse por los derechos y por la igualdad de los individuos. Es una historia que repiquetea en estos días, cuando nos enteramos que el empresario y dueño de una de las fortunas más grandes del país, lleva maletines de ofrenda con millones de dólares a la Pachamama, a la espera de buenos resultados para sus futuras cosechas. Y es inevitable preguntarse quiénes son acá los modernos y quiénes los atrasados ignorantes.