Las fotos de Chernóbil que una peruana rescató
Memoria. Antes de la exitosa serie de HBO, la peruana Sonia Cunliffe armó una muestra sobre un episodio poco conocido de la tragedia. Fue en Cuba. Esta es la historia.
Por Fernando Leyton
Mucho antes de todo el revuelo que generó la serie de HBO, antes de que ‘Chernobyl’ se convierta en una tendencia en redes sociales, una artista peruana se había interesado ya por el histórico desastre nuclear. Su mirada, sin embargo, se concentró en una de las aristas menos conocidas, una que además del sufrimiento presentaba una lección de solidaridad y un mensaje de esperanza.
En 2011, durante un viaje en el que buscaba acercarse a la historia de Cuba, Sonia Cunliffe llegó hasta la playa Tarará, donde —según había escuchado— se atendían unos niños ucranianos que, a décadas de la catástrofe de 1986, todavía requerían cuidados médicos especiales.
En su visita consiguió ver cerca del mar a un grupo de pequeños con cabellos rubios que tenían alopecia y manchas notorias en la piel, pero que sonreían y jugaban. Fue allí cuando surgió la curiosidad y la empatía que la llevó a bucear en archivos periodísticos, a realizar entrevistas con los protagonistas, a involucrarse con la memoria de un proyecto humanitario que corría el riesgo de perderse en el olvido.
Recién en 2015, Sonia conoció a Maribel Acosta Damas, periodista cubana cuyo trabajo de investigación fue clave para obtener los registros que, un año después, se convertirían en la muestra “Documentos extraviados: los niños de Chernóbil en Cuba”.
Como parte de la indagación pudieron conocer, por ejemplo, que a lo largo de 21 años la isla recibió a más de 26 mil niños que sufrían las consecuencias del desastre nuclear.
Para Sonia Cunliffe, profundizar cada vez más en aquella historia significó descubrir que Chernóbil representaba, de algún modo, una síntesis de muchos problemas del mundo actual: la destrucción del medio ambiente, el desarraigo y las migraciones masivas, la necesidad de impulsar proyectos humanitarios a gran escala.
La ayuda entregada por el gobierno cubano a la Unión Soviética, potencia comunista de la época, nació sin duda de un principio de hermandad política, pero reveló también los alcances de la solidaridad, pues movilizó a cientos de médicos, enfermeras, traductores, entre otros trabajadores.
"Lo que hubo fue vocación de crear un proceso con profundo sentido científico, pero con amor. Nos entregamos y casi vivíamos allí. Éramos parte de la familia de esos niños", recuerda el doctor Carlos Dotres, director del programa aludido.
Y para contrastar la historia oficial contada por los órganos de prensa cubanos, las investigadoras recurrieron a la voz de la gente, a los servidores que, como muestran las fotografías, dedicaron todos sus esfuerzos a curar a los niños de Chernóbil.
"Lo hermoso fue descubrir cómo los ciudadanos cubanos se involucraron en este proyecto humanitario sin temor. En Europa pasaba que estos niños eran rechazados, excluidos por el pavor de la radiación", asegura Cunliffe, cuya exposición sobre la iniciativa llegó a Lima en abril de 2016, al cumplirse 30 años del accidente nuclear.
El mensaje que se buscó destacar en aquella muestra, señala la autora, fue que “la esperanza vive en los seres humanos, en sentir empatía y amor hacia los otros”.
La historia fue devuelta a su lugar
- En 2015, durante la investigación para realizar la muestra, la Academia Sueca entregó el Premio Nobel de Literatura a la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, autora de Voces de Chernóbil. El libro inspiró parte de la muestra y la composición musical que la acompañó.
- En 2016, año en que falleció Fidel Castro, la muestra llegó a Miami y luego se inauguró en La Habana. Tras la presentación, la exposición fue donada al periódico cubano Granma, porque “se debe devolver la memoria al espacio histórico al que pertenece”, dice Cunliffe. En agosto se presentará de nuevo en Fototeca de Cuba.