“Si nos rendimos, ¿qué comemos?”: la resistencia de las ollas comunes en Latinoamérica
Celeste lleva un embarazo de alto riesgo y, pese a ello, se organiza a diario con sus vecinos para pedir dinero en las pistas y cocinar algunas raciones de comida para los que más necesitan.
La pandemia del coronavirus ha dejado estragos por cada lugar al que ha llegado. En América Latina, esta crisis no da tregua y se ha colmado de banderas blancas, símbolo de hambre y de pobreza. En medio de este amargo escenario, ha renacido una vieja forma de resistencia y solidaridad, demostrando, así, que no todo está perdido.
Independientes, sin distinción de nacionalidad, edad o religión, y con mucha esperanza, las ollas comunes han tomando las riendas de la lucha contra el hambre en países como Perú y Chile. “Si tu vecino tiene hambre, debes ayudarlo”, dice Jéssica Aguilar, residente en la comuna de Conchalí, en la Región Metropolitana de Santiago, y presidenta de una olla común.
Según cuenta a La República, su familia no se ha visto afectada económicamente por la crisis. Sin embargo, es consciente de la necesidad que abunda en las comunas de su país como producto de los despidos y el desempleo, acentuados por la COVID-19.
“Iniciamos la olla común primero para los adultos mayores y las personas con discapacidad. Les dábamos almuerzo para que no salieran a trabajar. Luego empezó a crecer el hambre y decidimos hacer más comida. Actualmente alimentamos a más de 200 personas a diario”, indica.
Olla Común (Jessica)
“La verdad solo trabajo por mis vecinos, que están viviendo una situación muy precaria. La necesidad y el hambre que veo me hacen ponerme en sus lugares. Creo que es porque de pequeña también pasé por lo mismo. El hambre es horrible”, agrega.
Jéssica, junto a otras 25 personas, se turnan durante la semana para trabajar en la olla común desde muy temprano. Ocupan prácticamente todo el día en preparar los alimentos y entregárselos gratuitamente a quienes llegan a solicitarlo.
Olla común (Jéssica)
Muy cerca de la zona, Juana González preside una olla solidaria que extiende su ayuda a cerca de 300 personas. Forma parte de un grupo llamado ‘El pueblo ayuda al pueblo’ y su actividad, con respaldo del Colegio Metodista de Santiago, alcanza también a otras comunas.
“Solo exigimos que lleven mascarillas y mantengan la distancia. Siempre hay filas largas. Vienen de todos lados, incluso gente en situación de calle que no tiene dónde recibir la comida. A ellos les damos un recipiente y si quieren llevarles a otros, también les damos”, comenta Juana.
Olla Común (Juana)
Inseguridad alimentaria severa
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) revela que las consecuencias de la pandemia en América Latina se han evidenciado en varios países de la región, no solo con altos números de contagios y de muertes. Actualmente, más de 14 millones de personas sufren por “inseguridad alimentaria severa”, es decir, pasan hambre. El impacto de la COVID-19 ha sido evidentemente demoledor, ya que en solo medio año sumó 11 millones más a esta categoría. Pese a ello, hay resistencia y unión por sobrevivir.
“Si nos rendimos, ¿qué vamos a comer?”, dice Celeste Choupis, quien lleva un embarazo de alto riesgo, y, pese a ello, se organiza a diario con sus vecinos para pedir dinero en las pistas y cocinar algunas raciones de comida para los que más necesitan.
Olla común (celeste)
En Carabayllo, un distrito en el cono norte de Lima (Perú), varias familias se han quedado sin trabajo y sin manera de conseguir ingresos por temor al coronavirus. El Gobierno peruano considera a esta zona como ‘no pobre’, sin embargo, su localidades más periféricas evidencian lo contrario.
Para conversar con Celeste, en el asentamiento humano el Mirador de Torreblanca, hay que escalar un cerro, varios metros hacia arriba. El agua potable aún no ha sido instalada y los pobladores cocinan a leña.
“Si pudiera trabajar, trabajaría, pero mi embarazo no me permite. Mi pareja era mesero y después de la pandemia se quedó sin trabajo y hacemos lo que podemos porque además debo tomar medicación”, expresa la joven madre.
Olla Común (Rosa)
Ninguno de los bonos entregados por el Estado favoreció a su familia. Tampoco a sus vecinos. Esto los obligó a organizarse para conseguir alimentos.
“Un grupo baja a la pista y pide dinero a los carros. Se quedan hasta el mediodía aproximadamente para recaudar dinero. Otro grupo va también a hacer las compras y otros cocinamos. En total, hacemos como 70 platos”, dice Celeste.
Cerca del Mirador de Torreblanca se ubica el asentamiento humano Nadine Heredia. La olla común en ese sector, ‘Rayito de luz', ofrece almuerzo diario a cerca de 50 familias. Siguen el mismo proceso de recolecta y reciben de vez en cuando ayuda de parte de una organización.
Olla Común (Rosa)
“Hay otras personas que nos ayudan regalándonos papas, verduras u otras cosas en los mercados. Con eso cocinamos. Acá hay muchos niños y personas de tercera edad que no tienen qué comer”, manifiesta Rosa Sigueñas, encargada de la olla común.
“La única comida del día”
Las situación es la misma en varias zonas del distrito. La mayoría de cerros, sino todos, llevan el distintivo de las banderas blancas del hambre. Sin embargo, hasta en este escenario existen diferencias. Hay quienes pueden conseguir solvento apelando a la solidaridad de organizaciones, y, de esta manera, proveer su olla común. A otros solo les queda voltear sus bolsillos y esperar la voluntad de las autoridades.
Hilda Montañez, del asentamiento Nadine Heredia parte baja, denuncia que el día anterior a ser entrevistada por La República, vio pasar por su calle canastas de víveres y ninguna tocó su puerta ni la de sus vecinos.
Mujer en Guatemala
“Lo que hacemos es juntar sencillos y comprar lo que se puede. Hay algunos ‘chamos’ que también vienen y nos apoyan. Para varios de nosotros esta es la única comida del día”, asegura.
Ella junto otras tres madres de familia hacen lo posible para luchar contra el hambre y beneficiar a otras 60 personas.
En San Juan de Lurigancho, uno de los distritos más golpeados por la pandemia en Lima, Edgar Álamo Cobeñas, de 30 años, se muestra angustiado por lo que le toca vivir a él y a los otros pobladores del asentamiento humano Jorge del Castillo.
“Once de mis familiares se han muerto por coronavirus. Ellos viven en Lambayeque y yo no puedo siquiera ir a despedirme. Es lamentable y llega a lo más profundo”, describe Edgar.
Aún así, sostiene, le “toca levantarse” y continuar por su familia y sus vecinos. Actualmente trabaja para convertir la olla común de su localidad en un comedor popular.
“La población está tratando de una u otra forma salir a adelante gracias a las ollas comunes. Llevamos un plato de comida a casa para poder continuar. Necesitamos más apoyo, más alimentos para seguir haciendo esto posible”, asienta.
Si desea ayudar, puede comunicarse a los siguientes números:
Celeste Choupis: 945 064 313
Rosa Sigueñas: 985 304 496
Hilda Montañez: 937 154 741
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