
Como cada 1 de noviembre, miles de familias acudieron a los cementerios de la capital para rendir tributo a sus seres queridos en el Día de Todos los Santos y el Día de los Muertos, una tradición que une el recuerdo, la fe y la celebración. Desde las primeras horas de la mañana, los campos santos de Lima se llenaron de visitantes que llegaron con flores, música, pintura, velas y alimentos para honrar la memoria de quienes partieron.
Uno de los lugares más concurridos fue el cementerio Virgen de Lourdes, conocido popularmente como Nueva Esperanza, ubicado en el distrito de Villa María del Triunfo. Este camposanto es considerado el más grande de Latinoamérica y cada año recibe a miles de personas que llegan desde diferentes partes del país.
Muchas personas llevaron consigo arreglos florales, fotografías y recuerdos, mientras que otras optaron por acompañar su visita con música y algo de cerveza, buscando, según sus palabras, “alegrar el alma” de sus familiares. Algunos visitantes pintaron las lápidas, limpiaron los nichos y colocaron nuevos adornos, como una forma de mantener viva la presencia de quienes descansan allí.
Entre los asistentes se encontraba la familia Aniseto Solano, que llegó desde San Juan de Miraflores para rendir homenaje a su madre y abuela. “Mi madre era muy inocente y generosa. A los nietos siempre les daba algo, aunque tuviera poco y fue la matriarca como se dice. Ella sufrió un mes en el hospital por motivos de cáncer, pero se fue tranquila. Este día hemos venido a recordarla con todas las anécdotas que nos dejó”, contó su hija colocaba flores sobre la tumba y presentaba el nicho.
La escena se repite una y otra vez a lo largo de los cerros que conforman el cementerio. Pequeñas familias se agrupan bajo sombrillas o carpas improvisadas, compartiendo alimentos tradicionales como mazamorra morada, arroz con leche o platos típicos de cada región. En algunos sectores, músicos locales interpretan huaynos, valses o cumbias, creando un ambiente festivo que, lejos de restarle solemnidad a la jornada, refleja la particular manera en que los peruanos entienden la relación con la muerte.
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“Venimos cada año porque sentimos que nuestros familiares no nos han dejado del todo. Ellos viven mientras los recordemos”, mencionó una vecina de Villa El Salvador que visitaba la tumba de su esposo. Para muchos, esta fecha no solo es una oportunidad para rendir tributo, sino también para fortalecer los lazos familiares y transmitir las tradiciones a los más pequeños, quienes participan en la limpieza y decoración de las tumbas.
Las autoridades municipales y policiales desplegaron operativos para garantizar la seguridad de los visitantes y facilitar el tránsito en las principales vías de acceso. Asimismo, se instalaron puestos de venta de flores, alimentos y bebidas en los alrededores del cementerio, lo que generó un movimiento económico importante para los vecinos de la zona.
Entre oraciones, cantos y anécdotas, la tarde fue cayendo sobre el cementerio Virgen de Lourdes, mientras los visitantes se retiraban lentamente, prometiendo volver el próximo año. En sus rostros se mezclaban la tristeza y la gratitud, pero también la serenidad de saber que, por un día, los lazos con sus seres queridos parecían revivir entre flores, música y esperanza.
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