
Cuando estalló el Conflicto del Cenepa en 1995, el entonces capitán Juan Carlos Huerta Chávarri se encontraba comandando la guarnición de Huancayo, en el frente del Mantaro. Junto a su batallón, fue desplegado a la frontera nororiental del país, donde enfrentó no solo el fuego enemigo, sino el peso de la responsabilidad de dirigir a jóvenes soldados, muchos de ellos apenas en mayoría de edad, en una guerra que marcó sus vidas para siempre.
“El llamado a la guerra fue un acto de honor”, recuerda Huerta en conversación con La República. “No hay militar que no quiera estar en una guerra. Esa es nuestra razón de ser. Pero nuestros soldados no eran profesionales. Muchos eran jóvenes de 17 o 18 años, enrolados por leva, es decir, hasta por la fuerza, arrancados de sus hogares para defender nuestra patria”, recuerda sobre esas épocas.
Algunos soldados aún buscan ser reconocidos como defensores calificados de la patria Foto: cortesía
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Los combatientes fueron trasladados en aviones desde Jauja hasta la selva. La despedida, dice, fue una escena que jamás borrará de su memoria: padres, madres y hermanos llorando mientras veían partir a sus hijos hacia una guerra de la que no sabían si regresarían. “Todos querían ir. Hasta licenciados de 40 años. Era como si nadie quisiera quedarse fuera del llamado”, afirma.
La llegada a la selva amazónica marcó el inicio de una etapa brutal. Huerta fue asignado al TB2, frente a la posición ecuatoriana llamada Condormirador. Desde ahí comenzó una serie de enfrentamientos que pondrían a prueba su liderazgo y humanidad. “El fango nos llegaba hasta más arriba de las rodillas. El cañoneo era constante. Las noches eran de una oscuridad absoluta. Yo escuchaba a mis soldados rezar y llorar, y yo también quería llorar. Pero si el jefe se quebraba, todo se venía abajo”, rememora.
En medio del enfrentamiento, se formó una hermandad inquebrantable con sus soldados. “Me decían ‘mi capitán Tato’. Yo era su hermano mayor. Ellos cubrían mi espalda y yo la de ellos. En la guerra, la jerarquía desaparece. Solo queda la confianza, el respeto, y el compromiso de regresar juntos”, indica.
Sin embargo, también recuerda cómo desde Lima se iba perdiendo el interés por el conflicto, y los soldados eran lentamente olvidados. Una de las escenas que más lo marcó ocurrió el 14 de febrero de 1995, cuando un bombardeo ecuatoriano pasó a metros de su posición. "La guerra estaba tan lejana para los limeños", recuerda. Mientras en la capital se celebraba un concierto de Phil Collins, en la selva ellos luchaban por sobrevivir. “Nunca había vivido algo así. El miedo era real, pero yo no podía mostrarlo. Tenía que estar resuelto”.
Los soldados fueron enniados a la selva peruana a defender la frontera. Foto: cortesía
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Uno de los momentos más dolorosos para Huerta fue la pérdida del sargento Omar Yali Chacha, durante una operación de patrullaje. En medio de una emboscada, el joven soldado pisó una mina antipersonal. La explosión le destrozó la pierna derecha. Otros dos compañeros resultaron gravemente heridos. Ahora, él recuerda esta escena: “Me tomó de la mano y me dijo: ‘Mi capitán, usted me ha jurado que me va a devolver a mi tierra. Vámonos juntos’. Ya deliraba. Hablaba con su madre. Y allí, en mis brazos, se fue apagando”.
El sargento Yali es hoy considerado el héroe más joven de Junín. En Huancayo, una avenida y un parque llevan su nombre. "Es un monumento que camina, que anda vivo", dice al respecto. Pero su historia es apenas una entre muchas otas que se quedaron en el anonimato. "Un soldado muere solo cuando lo olvidan", advierte.
En otro episodio, durante la retirada, encontraron a un soldado ecuatoriano agonizante, víctima de una mina colocada por su propio bando. Junto a él, una carta de despedida para su familia: “La leí, y era como si estuviera leyendo mi propia carta de despedida. Todos teníamos miedo. Todos éramos iguales. Solo que estábamos en lados distintos de la misma línea".
Treinta años después, el coronel Huerta no solo recuerda, también reclama que no se olvide a los combatientes. Aunque algunos oficiales y suboficiales han sido reconocidos como Defensores Calificados de la Patria, más del 70% de los soldados de nuestra tropa que combatieron en el Cenepa aún no han accedido a ese derecho, ni al bono que por ley les corresponde.
“Muchos de mis soldados eran iletrados. No sabían cómo hacer el trámite. El Estado cerró las ventanas de postulación. La ley no ha vuelto a abrirse desde hace tres años", afirma. Uno de esos soldados es Zósimo Cárdenas Muje, actual gobernador regional de Junín. “Él también combatió bajo mi mando. Y tampoco ha accedido al beneficio. Si alguien con su cargo no ha podido, imagínate el resto. Todo esto es debido a que hay muy poca difusión”, señala.
Huerta hace un pedido al Congreso para que apruebe los proyectos de ley que, según indica, buscan ampliar el plazo para que puedan ingresa a este reconocimiento. “No se trata solo de un bono, para una persona que ha logrado todo esto y ya a estas alturas debe tener 50 años, hasta más, es es importante que lo obtenga", sostiene.
“Morir por la patria es el sacrificio más sublime que puede haber”, repite el coronel, con la voz firme. Pero también aclara: “Ese sacrificio no debe significar olvido”. Así, propone que el Perú, como Estados Unidos, tenga un Día del Veterano, para que se honre en vida a quienes lo dieron todo,. “El último en embarcarse debe ser el oficial. El primero en bajar del helicóptero también. Nosotros existimos por nuestros soldados. Y lo mínimo que merecen es que el Perú los recuerde”, concluye.
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