
“Lima es una ciudad acosadora con los viejos, en todos los sentidos, por ejemplo, tenemos las peores veredas del mundo, ¿a qué genio se le ocurrió utilizar cemento pulido en las vías?”.
“Encima no hay señales o facilidades para los que van en silla de ruedas o con bastones, además de los autos y de todo lo que pasa sin orden y a toda velocidad. Es muy acosadora, por eso me caigo todo el tiempo”.
Javier Díaz-Albertini, de 72 años, es doctor en Sociología, durante cuatro décadas docente en la Universidad de Lima y en la del Pacífico.
Es uno de los que dio su testimonio de lo que significa ser anciano, en el libro “Ser viejo. Testimonios y reflexiones en primera persona” (PUCP, 2025), cuyo editor es Luis Pásara.
“Yo empecé a correr desde los 20 años y ahora que tengo 72 ya solo camino. Y así, caminando, en un momento empecé a arrastrar el pie izquierdo y me di cuenta que algo estaba mal en mi cabeza y me descubrieron un tumor, y lo peor es que al poco tiempo le detectaron lo mismo a mi esposa”.
El día de la presentación del libro, Díaz-Albertini se ganó la atención por sus reflexiones crudas sobre la vejez y sus ironías. Sus historias emocionaron a un auditorio interesado en conocer los testimonios de personajes como el mismo Pásara, Nicholas Asheshov, Alberto Ísola, Moisés Lemlij, Rafo León, Alicia Morales, entre otros. 25 en total.
Los relatos muestran que piensan y sienten quienes ya llegaron a la vejez. Revelan sus presentes, sus luchas diarias, sus reflexiones muy personales, en ese camino a ser viejo o vieja, no adulto mayor, no les gusta el eufemismo.
En este libro se habla de convencimientos y dudas. Se busca responder a una gran pregunta: ¿los años de la vejez son de decadencia o, por el contrario, de sabiduría?
La mayoría de los testimonios coincide en que la vejez es, primero, cosa de los otros.
La vejez, explica el psicoanalista Moisés Lemlij, viene de afuera. Alguien te pone como un espejo al frente y esa imagen llega con lentitud, pero se queda abruptamente.
“A veces viene de una buena manera. Alguien te cede el asiento en el transporte y tú dices ‘no, gracias’. O te hacen pasar en una cola... Es la parte gentil, amable, de este proceso”.
Pero hay otra manera en que te hacen sentir que llegó la vejez y la conoces sin concesiones. Es cuando oyes la expresión “viejo de mierda”.
El día de la presentación: Javier Díaz-Albertini, Margarita Forsberg, Luis Pásara, Moisés Lemlij y Patricia Arévalo, de la PUCP. Un libro con muchas lecciones de vida.
“No sé en qué momento yo me convertí en un viejo de mierda, término normalmente utilizado para descalificar e insultar a los que tenemos más años encima”, relata Díaz-Albertini.
“¿Cuándo me llamaron así? Normalmente cuando he exigido un derecho o llamo la atención acerca de algo que considero incorrecto o injusto. Viejo de mierda me llamó un taxista cuando le pedí que no bloqueara la entrada a la universidad; una joven lo dijo cuando le llamé la atención porque se metió en la cola; o un ciclista que usó el epíteto cuando no me moví muy rápido en la vereda”.
Díaz-Albertini estima que ese es un superpoder. “El conductor me dijo, menos mal que eres un viejo de mierda, si no te sacaría la mugre... Entonces me di cuenta que ese era mi superpoder. Mi superpoder es ser vulnerable. O sea, puedo decir cualquier cosa y me van a amenazar, insultar, pero no van a hacer más”.
El editor del libro, Luis Pásara, doctor en derecho y sociólogo, opina que el “viejo de mierda” se emparenta con el “cholo de mierda” o el “negro de mierda” y refleja el carácter discriminador de nuestra sociedad. “Es parte del desprecio en general de las relaciones sociales en el país, no me parece tan peculiar de la condición del viejo: no solo a nosotros se nos mierdea, sino que nos mierdeamos en general”.
La vejez es una realidad. Llega con cierto vacío. O con la soledad, la depresión, el rechazo a la resignación, a la decadencia. Con la proximidad de la muerte. Y mucho más que cuesta aceptar.
Rosa Geldstein, socióloga, experta en temas de población, se hace preguntas: ¿en qué momento la vejez fue algo que me sucedió a mí? Si la vejez fue siempre algo que sucedía a otros, a mis mayores ¿Cuándo y cómo me percaté de que, de manera increíble e inesperada, yo misma me había convertido en “una mujer mayor”, en una anciana?
En otro momento, reflexiona: “Vivo ahora en este cuerpo que no es mío, quiero decir que no es como era el mío. Y le exijo que siga siendo como mi cuerpo fue siempre, esto es, antes. Y tengo que ser autoexigente, con mi cuerpo, por lo menos, para que siga funcionando”.
Para Geldstein hay otro componente que llega, de manera indefectible, la soledad. “Este período de vida es el momento en el que se culmina una tarea de toda la vida: el aprendizaje o la tarea de conocerse a sí misma”.
En el libro de la PUCP se cuentan varias sensaciones de sentirse viejo. Pásara menciona las relaciones con los jóvenes, “que es de conflicto o cuando menos de distancia y de una comunicación insuficiente”.
El economista y sociólogo José Alvarado Jesús recuerda las reuniones familiares, donde al inicio todos comparten, pero luego se imponen las voces de los más jóvenes y sus temas. “Los viejos terminamos conversando nuestras vecejes, es el apartheid etario”.
Traductora y socióloga, Margarita Forsberg cumplirá 70 años este 2025. El día de su cumpleaños recibirá muchos saludos, pero deberá dejar la institución en la que ya lleva décadas. Lo considera “una discriminación por edad”.
La antropóloga Norma Fuller Osores no está para nada interesada en parecer juvenil. “Ya viví demasiadas modas como para interesarme por las actuales. Las contemplo con cierta ironía y distancia”. Para ella la vejez es un cambio radical, pero aún es un proceso.
¿Y el editor Jaime Mascaró qué no quiere? No desea ser un viejo juvenil. Detesta la idea del “abuelo rockero” que se viste como joven y que pretende actuar como si lo fuera.
Geldstein revela unos personajes: los “pendeviejos”, que buscan mostrarse felices y quitar dramatismo a las penurias sobre todo físicas.
Una característica inevitable es el decaimiento físico al que muchos tardan en adaptarse. Díaz-Albertini menciona a una amiga que le contó: “cuando voy al baño ya no me veo en el espejo si estoy desnuda”. O sea, comenta Díaz-Albertini, ha decidido obviar la llegada de la vejez.
El médico Gerardo Chu menciona que ha debido adaptarse a la pérdida de seguridad en sus gestos y movimientos, y a las traiciones de la memoria. “Tiene uno la sensación de que el Alzheimer está a la vuelta de la esquina”.
Mascaró revela: “Siento los temores habituales en la vejez: el sufrimiento de las personas queridas -más expuestas al dolor con el paso del tiempo-, la soledad, la enfermedad, la muerte”.
La muerte por supuesto siempre está en el pensamiento de un viejo.
El maestro del teatro, Alberto Ísola, recuerda que Picasso le pedía a la inspiración que lo sorprendiera trabajando. “Yo pido a la muerte lo mismo: una sorpresa repentina en medio de la creación, del compartir, del construir en conjunto, que es lo que más amo del teatro”.
La profesora Micheline Lescure nos dice en cambio que no teme a la muerte: “¿Qué es lo que temo con la edad? El sufrimiento”. Se refiere al sufrimiento físico y moral.
Pero hay quienes, como la escritora Zaida Knight, no les gusta el sustantivo “vejez” ni el adjetivo “viejo”. “A los 84 años soy más joven, más segura de mí misma que cuando tenía 20 años. Sé quién soy, lo que quiero y cómo he llegado a este tramo de mi vida”.
En suma, el libro es un afluente de experiencias y de la realidad que llega cuando otros te miran con exagerado respeto o comprensión o como si ya estuvieras fuera de juego.
Una realidad que golpea de manera diferente, según tu condición social o cómo llegaste a este tramo final de la vida.
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--Al escritor Rafo León, la vejez le llegó con la epidemia. Con el Covid. En 2021 el contagio lo llevó tres meses a una clínica, 25 días de coma inducido y a que la familia oyera al médico: debían “hacerse a la idea”. Así llegó al “recorte de opciones de vida”.
--“Los viejos sobrevivimos con el agua al cuello en una cultura que valora la juventud por sobre cualquier otra cosa”. Añade: “Cuando pasas los 70 años debes ser consciente de que la mayoría de cosas que pudieran haberle dado más sabor a tu vida, como proyectos y sueños, no podrás emprenderlas. Es muy malo y muy bueno”.
--Comenta que la ultima batalla que les queda a los viejos y viejas consiste en amortiguar los ataques de la depresión, el rasgo más temido durante esta etapa de la vida.

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