Aún estremece leer el testimonio de María Elena Moyano sobre esos primeros años de la década de los 90. En esos días, ella y los dirigentes de Villa El Salvador se encontraban solos, en medio del terror, sin la protección de las autoridades, sin apoyo de la clase política, totalmente expuestos al fanatismo y a la muerte. Muy solos. Rodeados de arena, lucha, amenazas, miedo, esperanzas.
Vamos a hacer una marcha en contra de estos actos terroristas... Están asesinando a dirigentes populares y están tocando nuestras organizaciones de base... Quiero decir claramente que si el pueblo no ha respondido hasta ahora es porque no hay confianza. ¡Se han violado tantos derechos humanos!... Entonces el pueblo no ha podido responder porque, ¿a dónde va a ir? Si no hay confianza en este Estado ni en sus fuerzas militares.
¿Cómo llegó a ese momento de máxima tensión esa hermosa joven que gustaba de la salsa, de la cumbia, del teatro, de cantar en las parroquias, de practicar la educación inicial, de estar al lado de su enamorado desde la adolescencia y que se dedicó a la organización social?
Nosotros le hemos contestado a Sendero diciéndole que, si ellos creen que van a cambiar el país de esa manera, se equivocan. Esa no es la forma de cambiar un país: asesinando a dirigentes populares, atacando a organizaciones populares, asesinando hasta a sacerdotes comprometidos con el pueblo... Nosotras apostamos por la vida.
Ya desde la adolescencia María Elena Moyano había evolucionado hacia una increíble vocación por ayudar. Mientras otras jóvenes soñaban con ídolos musicales y construyen castillos en el aire, ella se sumaba a grupos sociales, organizaba grupos parroquiales, juveniles, de mujeres, barriales.
Desde pequeña había conocido los sacrificios, como parte de una familia pobre en su barrio de Barranco. Había nacido el 23 de noviembre de 1958 y desde muy temprano, al mudarse su familia a Villa El Salvador, conoció el valor de unirse a los suyos para salir adelante.
“Desde joven tenía una increíble capacidad de relacionarse -recuerda Michel Azcueta, su vecino en Villa El Salvador-. Yo la conocí cuando ella tenía 15 años y comienza a ser voluntaria de educación inicial comunal, de niños de 2 a 5 años, y estuve muy cerca a ella hasta el día de su muerte”.
Azcueta también destaca su evolución a ser lideresa de organizaciones comunales como las ollas comunes o Vaso de Leche.
Por esos años participé en numerosas organizaciones, en programas de alfabetización, en labores comunales, en el Programa del Vaso de Leche, hasta llegar a la Federación Popular de Mujeres de Villa El Salvador, de la que después fui su presidenta.
Cuando llegó ese 15 de febrero de 1992, los asesinos senderistas creían que quitándole la vida se ganarían la pundonorosa Villa El Salvador, las organizaciones populares, las izquierdas que ella integraba, la Fepomuve. Creyeron que con balas acabarían su ejemplo.
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La ministra de la Mujer, Diana Miloslavich, no la olvida: “Yo tenía una relación de amistad con ella. El día que la asesinaron salió de mi casa. Estaba conmigo desde su regreso de México. Coincidimos en los derechos de las mujeres, ambas éramos de izquierda. En un país tan triste, era una persona alegre, muy bailarina. Y hay que reivindicar que ella era afroperuana”.
La regidora de VES, Rocío Paz, recuerda que “la semana antes de su muerte estuvo en la ‘techada’ de mi casa, llegó como a las 9 de la noche y se armó la fiesta, ella era muy sencilla, alegre... Y también la vi el día que la asesinaron. No quería irse del país, pues decía que en VES nosotras la íbamos a defender”.
Seguiré al lado de mi pueblo, de las mujeres, jóvenes y niños; seguiré luchando por paz con justicia social. ¡Viva la vida!
El senderismo cruel pensó que la borraría de la historia.
Craso error. Lo dijo el padre Gustavo Gutiérrez: “Los que la hicieron volar en pedazos, queriendo desaparecerla, solo consiguieron esparcir semillas de vida”.
Fue el comienzo del fin de SL y María Elena emergió como una heroína. Su vida a cambio de la paz y la democracia.