Hace 30 años, a María Elena Moyano la despedazaron ante los ojos atónitos de sus hijos y sus compañeros de lucha, durante una reunión del Vaso de Leche en Villa El Salvador. Una labor de reglaje había detectado la firmeza y valentía de la lideresa para enfrentar a los simpatizantes y militantes de la organización armada Sendero Luminoso, que buscaban infiltrarse en las organizaciones populares de poblaciones emergentes como VES.
Se trató de una estrategia de balazos y muerte la que desarrolló el terrorismo para amedrentar y descabezar al movimiento popular. Una guerra paralela para imponerse en las bases y asambleas, con discursos de odio y destrucción.
María Elena Moyano conocía este accionar y políticamente lo rechazaba y con su activismo impedía el avance de sus organismos de fachada y sus diligencias títeres. Era una lucha desigual y en solitario, sin un Estado protector de los derechos ciudadanos y menos de los derechos de los más pobres.
Su juventud, su verbo inflamado y su activismo político la estaban convirtiendo en una lideresa reconocida a nivel nacional. Al momento de su muerte era teniente alcaldesa de Villa El Salvador, en representación de la Izquierda Unida. La política la reclamaba para mayores responsabilidades y hacia allí se encaminaba hasta que la dinamita estalló un sábado 15 de febrero, hace 30 años.
La lideresa, de 33 años de edad, adquiría ese día niveles de heroína popular. Pasaba a la historia y dejaba una huella imborrable. Más de 300 mil personas se desbordaban en su entierro con un mensaje claro y directo contra la violencia asesina que tanta muerte sembró en el Perú.
María Elena, mujer símbolo, y su impronta de lucha se conservan intactas. “La revolución es afirmación a la vida, a la dignidad individual y colectiva; es ética nueva, la revolución no es muerte, ni imposición, ni fanatismo”, había dicho y esa tremenda sabiduría aún hoy guarda sentido y coherencia.
Hoy rendimos homenaje a ese ejemplo de vida y a la vocación de entrega a la causa de los pueblos. Como Micaela Bastidas, como Pascuala Rosado. Como tantas mujeres y hombres que defienden causas justas y nobles. Y con ella y como ella, repetimos: “Viva la vida”. Como lo dijimos hace 30 años. La balearán, la dinamitarán... ¡y no podrán matarla!