Desde el aire, el paisaje es desolador: allí donde antes hubo bosque amazónico, ahora rebosan cráteres de fango, árboles talados y arenales yermos tapizados en mercurio y morralla. Un páramo depredado por la “fiebre del oro” aluvial, que a ras de suelo creó un infierno clandestino y sin ley en la selva peruana.
Se trata de La Pampa, un territorio dentro del escudo protector de la reserva nacional de Tambopata que durante años ha sido el epicentro de la minería ilegal del oro en la región peruana de Madre de Dios, y en donde este suculento negocio, más rentable que la cocaína, arrebató en las últimas décadas 25.000 hectáreas de una de las selvas con más biodiversidad del planeta.
Hoy, a pesar de los esfuerzos millonarios destinados a echar a los mineros ilegales de la zona, el flagelo sigue en brasas, el desastre ambiental intacto, y la trata de personas, el sicariato y la explotación laboral y sexual continúan proliferando como efectos colaterales de esta tragedia.
“En La Pampa uno no va a encontrar ni presencia del Estado, ni autoridad alguna que esté en situación de control de todo lo que allí se hace”, reconoció a Efe el gobernador regional de Madre de Dios, Luís Hidalgo.
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La Pampa se ubica entre los kilómetros 98 y 115 de la carretera Interoceánica. Allí se extiende una suerte de poblado sin nombre, en donde hoy viven unas 40.000 personas dedicadas a actividades vinculadas a la minería ilegal, estimó a Efe el fiscal provincial encargado de temas ambientales de Madre de Dios, quien por motivos de seguridad no quiso ser identificado en esta nota.
En esta ciudad improvisada escasean los lujos, pero sobran hoteles, restaurantes, bares y, sobre todo, prostitución, al más puro estilo del “salón” de las películas de vaqueros.
El avance descontrolado de campamentos mineros en la región vino impulsado por la acentuada subida del precio del oro, que rozó los 2.000 dólares por onza en 2011, cuando recién se concluía la vía Interoceánica, que motivó la llegada de mineros y facilitó la salida del oro.
Para extraer el metal precioso, los mineros devoran sin piedad los bosques: talan árboles, succionan el suelo con dragas y usan mercurio para separar el oro, generando daños irreversibles tanto al medio ambiente como a la salud de los pobladores de la zona.
“Son exactamente los mismos procedimientos que se hacían en la época de la fiebre del oro californiana (...). No ha cambiado nada”, declaró a Efe el reconocido defensor ambiental Víctor Zambrano.
Antes de llegar a las refinerías, este oro ilícito, que hoy está a 200 soles el gramo (48 dólares), pasa de contrabando por la frontera de Brasil y Bolivia.
En Madre Dios se produce el 70% del oro artesanal del Perú, primer productor de oro de Latinoamérica. En este rincón del país, el 70% de la economía está relacionada a la minería, pero solo el 10% es legal.
Erradicarla sería un suicidio, pero formalizarla daría a la región los 2.500 millones de soles anuales (600 millones de dólares) que pierde por evasión tributaria, según cálculos del gobernador.
“Deberíamos recibir el 5 % de todo lo que se extrae (...), pero no nos dejan ni un sol”, lamentó Hidalgo, tras parafrasear al explorador italiano Antonio Raimondi y decir que los madrediosenses son “mendigos sentados en un banco de oro”.
Para acabar con estas calamidades en La Pampa, el Gobierno peruano lanzó en febrero de 2019 el Plan Mercurio, un megaoperativo que se saldó con decenas de detenciones, rescates de víctimas de trata y expulsiones de mineros ilegales.
Según el Monitoreo de Deforestación en la Amazonía (MAAP), la deforestación por minería aurífera en La Pampa se desplomó un 90 % tras la operación.
Si bien la actividad ilegal retrocedió, poco se hizo para revertir el desastre ambiental: “No se restauró ni un metro cuadrado. Las 25.000 hectáreas siguen totalmente peladas”, denunció Zambrano, presidente del Comité de Gestión de la reserva nacional de Tambopata.
Además, el llamado “efecto globo” desplazó a los mineros expulsados de La Pampa hacia otros sectores circundantes como Apaylon, Pariamanu y Chaspa.
“(El plan) fue exitoso en lo militar, pero no para los fines que se quieren. Al contrario, hoy hay nuevos focos”, señaló Hidalgo.
“La realidad que vivimos está intacta, no ha variado absolutamente nada. El enrarecimiento del ambiente por la corrupción se respira (...) y el sistema imperante es la ilegalidad en todos sus niveles”, espetó Zambrano, quien agregó que “hay operativos simulados, pero son pura pantomima”.
Desde 2019, unos 100 policías operan en la reserva nacional de Tambopata, en turnos mensuales justamente para evitar sobornos y alianzas con locales.
Se adentran diariamente en la selva y usan drones para localizar los puntos de minería. Pero muchos operativos acaban en nada: los mineros esconden los motores en las lagunas y se escapan, y cuando llegan los agentes solo encuentran nidos de chatarra, herramientas que botan al agua y, a veces, maquinaria que incautan y dinamitan.
Y así sigue la rueda. Los buscadores de oro vuelven al día siguiente con nuevos equipos y los policías reemprenden sus largas caminatas en esa tierra de nadie, arrasada por la codicia. EFE