Peruanos que tildan de “motosos” al presidente Castillo y sus votantes. Otros que piden silenciarlos por su “incapacidad” para hablar correctamente el español. Ciudadanos que piensan que todo habitante de la sierra habla quechua y desconocen su variedad. Y hay quienes se muestran horrorizados por el uso de la palabra “festejación”. Todos estos casos atrapados por el racismo.
Si la campaña electoral acentuó la dinámica de la discriminación, la asunción al cargo de Pedro Castillo como mandatario y la llegada de su entorno familiar demostraron un desprecio y desconocimiento por la variedad lingüística, que, en realidad, esconde el intento por continuar la dominación y el ejercicio de poder de un sector.
Para Pedro Falcón, docente y lingüista de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), ninguna lengua es mejor que otra y responden a características socioculturales, pero las negativas hacia las lenguas originarias y las variedades dialectales del castellano construyen la idea de los cánones del lenguaje de la “Lima moderna”, para, finalmente, direccionar “las visiones de sectores de la población hacia los intereses de grupos de poder”.
“Lo que ocurre es que las grandes diferencias socioculturales y económicas que jerarquizan no solo las lenguas y variedades de una lengua, sino fundamentalmente las poblaciones, generan una serie de prejuicios, que, sumado a intereses de grupo, consideran que son usuarios de una lengua deficitaria e inferior”, sostiene Falcón.
En tanto, Guillermo Nugent, sociólogo y profesor de UNMSM, reitera que la idea del ‘castellano’ es relativamente reciente, pues Lima era un espacio donde confluían lenguas originarias. “Dentro de la propia ciudad hay una gran variedad lingüística”.
En ese aspecto, Américo Mendoza, literato dedicado al estudio de lenguas andinas y docente en Harvard, entiende la lengua como un ente vivo, por lo que no hay perfecto castellano, cuya realidad es la de miles de personas. Además, afirma “una falta de flexibilidad por ver lo diverso. Esto se observa como un problema, no como un diagnóstico”.
Es decir, no se puede hablar de discriminación sin pensar en el mantenimiento de una estructura social.
Los actos discriminatorios son vistos desde un total desconocimiento de la sociolingüística del país. Falcón reitera que eso dificulta entender que las diferentes formas de habla que existen no representan ningún tipo de superioridad ni inferioridad lingüística.
Así, recalca que el lenguaje está exento de algún tipo de regulación jerárquica, por lo que este ha sido instrumentalizado como una forma de racialización y sometimiento de poblaciones, bajo ropajes sociolingüísticos diversos. “Se ha evidenciado de manera descarnada la construcción de discursos racistas y de jerarquización social, que, sin duda, tenía como único propósito mantener las reglas impuestas por los grupos de poder al margen de la realidad diversa y heterogénea”, expresa.
En esa línea, Américo sostiene que hay una infantilización del lenguaje, toda vez que se relaciona con la “incapacidad” para ejercer cargos, tener desconocimientos, etc. Esto es entendido como que alguien que no “habla bien” no tiene madurez, no tiene experiencia. “Se inserta en una tradición de infantilizar a los sujetos subalternos, es eso peligroso, negarle la humanidad que tienen por haber nacido en el Perú”, señala el experto.
Mientras que los lingüistas Virginia Zavala, Luis Andrade y Claudia Almeida, en su reciente artículo sobre discriminación, hablan de una colonialidad del lenguaje, debido a que “los sujetos colonizados se los percibe como seres sin lenguaje en sentido humano” y sin expresividad racional.
Ante esa situación, los especialistas proponen centrar la mirada no en el sujeto discriminado, sino en quien ejercer la discriminación y lo que esconde detrás, qué se busca con ello: dominar.
Para Guillermo Nugent, la discriminación lingüística empequeñece al país y niega el legado de las culturas originarias. “Si el Perú está en el mapa cultural de América Latina es por su legado, por su característica andina, el legado de las sociedad prehispánicas. Ese Perú que discrimina no es referente cultural”, añade.
Por su parte, Américo Mendoza considera que es necesario dejar esa mirada de que “los otros” se adapten a “nosotros” y buscar mecanismos para incentivar la diversidad mediante la educación. “Este sistema de exclusión regala privilegios porque quita privilegios a otras personas. Es incómodo, se debe reconocer”, acota.